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Rápida y mortal (1995)



DIVERSIÓN Y DRAMA ESTILO RAIMI

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

Cuando se habla de la obra de Sam Raimi (quien acaba de estrenar Doctor Strange en el Multiverso de la locura), se suelen mencionar a las trilogías de Evil dead y El Hombre Araña, a Darkman, incluso a Un plan simple y Arrástrame al infierno. Eso no está mal -todas son obras interesantes, aún con sus imperfecciones-, pero hay un conjunto de films que suelen quedar relegados injustamente: estoy hablando de Rápida y mortal (1995), Enamorado (1999) y Premonición (2000). Todos ellos fueron, en mayor o menor medida, y quizás no tan casualmente, fracasos comerciales. El primer caso me duele particularmente, porque me animaría a decir que es mi película de Raimi favorita.

Hay unas cuantas curiosidades que resaltan en Rápida y mortal. Por empezar, es notorio que fue un proyecto hecho a medida de Sharon Stone, tratando de aprovechar su estrellato al máximo, a tal punto que se le otorgó un enorme margen en la toma de decisiones. Fue ella la que eligió personalmente a Russell Crowe (cuando todavía era un desconocido para las audiencias estadounidenses y ni soñaba con el Oscar), insistió fuertemente para que Leonardo DiCaprio (que, muy joven, ya tenía en su currículum un par de films importantes, pero ni soñaba con Titanic) fuera parte del elenco y hasta pagó su salario; y, de un largo listado que le enviaron como sugerencias para el puesto de director, devolvió una lista con un solo nombre. Era el de Raimi, que venía de hacer lo que se le cantaba con Darkman y El ejército de las tinieblas. Y que hizo lo que se le cantaba con Rápida y mortal, apropiándose por completo del guión de Simon Moore.

Tal como lo dijo el mismo Raimi, Rápida y mortal es un homenaje explícito a los westerns de Sergio Leone: desde los personajes con identidades difusas y pasados cargados de violencia, hasta el paisaje del Oeste convertido en un entorno tan polvoriento como opresivo, pasando por una banda sonora que trabaja lo lírico y lo trágico, todo está ahí, a la vista. Pero, a la vez, construye un film completamente propio, donde el trabajo con la mirada a partir del zoom y los planos torcidos no es solo un recurso visual, sino una forma de abordar los conflictos de los personajes. En especial de la protagonista, Ellen (gran actuación de Stone), una pistolera que regresa al pueblo fronterizo que supo ser su hogar para participar de un torneo de duelos y encontrar la chance para vengarse del hombre que mató a su padre. Pero en ese lugar al que arriba Ellen hay también una galería de individuos con sus propios dilemas: desde Kid (DiCaprio), el hijo bastardo que busca el reconocimiento paterno, aunque este nunca vaya a darse, ni siquiera a los tiros; hasta Cort (Crowe), un hombre que intenta redimirse de un pasado horroroso por medio de la fe y las buenas acciones, aunque ese pasado vuelva a arrastrarlo al fango; pasando por Horace, el dueño del bar, y el médico Doc Wallace (perfectos Pat Hingle y Roberts Blossom, respectivamente), que representan a un pueblo atado por el miedo y que no puede enfrentarse a su opresor, que los domina por completo.

Ese opresor es Herod (un Gene Hackman en estado de gracia), posiblemente el único personaje que no tiene conflictos, sino a lo sumo problemas y obstáculos que superar. No tiene conflictos porque no tiene moral y porque su ética es la del mal absoluto. Herod es la suma de todos los dictadores de la historia resumidos en un criminal que se ha apropiado de un territorio y convertido en un señor feudal, a tal punto que se permite que se afirmar -en un monólogo tan cautivante como terrorífico- “¡este es mi pueblo! ¡Si ustedes viven para ver el amanecer, es porque yo lo permito!”. Es por eso que establece las reglas a su antojo y, de esa forma, se establece como el otro gran polo enfrentado a Ellen, un Mal puro y asentado confrontando con un Bien conflictuado y en proceso de construcción.

Raimi enmarca ese choque de personalidades en un western que, a partir de los duelos, se enlaza con lo deportivo de forma tan juguetona como macabra. La violencia en Rápida y mortal está siempre rozando -con total consciencia- lo inverosímil, pero también potenciando lo dramático, porque al fin y al cabo Ellen es un personaje trágico, marcado por la pérdida y el miedo a ir a fondo con su plan de venganza. Por eso la secuencia del duelo final es un delirio hilarante y, a la vez, conmovedor, donde el espectador termina plegándose a la catarsis de Ellen y deseando con fervor la muerte de Herod. Ahí Raimi hace todo bien: Herod, un ser repugnante, tiene un castigo acorde a las leyes del Oeste y su propio mito, y Ellen se retira con el deber cumplido y un destino incierto, como una versión femenina de Shane, el desconocido. Aunque a esa altura ya la conocemos, y no queda otra que quererla.


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