Título original: Ídem
Origen: Argentina
Dirección: Alejandro Hartmann
Guión: Gabriel Bobillo, Alejandro Hartmann, Tatiana Mereñuk
Testimonios y apariciones: José Luis Cabezas, Domingo Cavallo, Cristina Fernández de Kirchner, Eduardo Duhalde, Diego Armando Maradona, Carlos Saúl Menem, Guy Richardson, Gregorio Ríos, Alfredo Yabrán
Fotografía: Alejandra Martín
Montaje: Santiago Parysow
Música: Leo Sujatovich
Duración: 106 minutos
Año: 2022
Plataforma: Netflix
5 puntos
UN RESUMEN SIN SUSTANCIA
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
El asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas, cuyo cadáver apareció quemado en un auto en un balneario de Pinamar en 1997, fue uno de los hechos emblemáticos de su década en la Argentina y de esos eventos que nos recuerdan que el menemato fue mucho más que la estabilidad -ilusoria, por cierto- del uno a uno. Fue una expresión del comportamiento impune de cierto sector empresarial y político que controlaba muchos resortes del poder. A la vez, funcionó como catalizador de un hartazgo social producto de otros sucesos encadenados donde también sobrevolaba la corrupción y el ocultamiento, como los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA, o la explosión de la fábrica militar de Río Tercero. Había una multitud de elementos que se podían abordar alrededor de ese crimen, personajes, acciones y tendencias situacionales que podían sentar las bases para un relato documental de enorme potencia.
Sin embargo, El fotógrafo y el cartero: el crimen de Cabezas (que está disponible en Netflix) parece no ser plenamente consciente de las potencialidades de la historia que aborda. O quizás lo contrario: es tan consciente de la sensibilidad y emotividad del tema que aborda, que no se atreve a tomar riesgos narrativos, formales e informativos. Por eso dispone una narración extremadamente lineal, que no pasa de ser un informe periodístico extenso, que a lo sumo se distingue por la variedad de personas entrevistadas que presenta. Pero ese factor a favor también es desaprovechado, ya que a ninguno menciona datos o hechos reveladores, lo cual no es culpa de quienes responden, sino de quienes preguntan. Todo transcurre por carriles extremadamente previsibles y esquemáticos, con imágenes que se limitan a ilustrar lo dicho en los testimonios o a lo sumo a desplegar reflexiones que no salen de lo superficial.
En el film de Alejandro Hartmann están todos los componentes que formaron parte de la línea de tiempo y la narrativa del caso Cabezas: el auge de la revista Noticias, las implicancias de la temporada veraniega en Pinamar, el shock generado por la brutalidad del asesinato, las reacciones del sector periodístico, las vacilaciones del poder judicial, las primeras hipótesis ligadas con el narcotráfico, las internas entre Menem y Duhalde, la aparición de Alfredo Yabrán como posible autor intelectual y su final suicida, las sentencias a los autores materiales y la actualidad marcada por un amplio rango de impunidad. Pero todo eso funciona apenas como una ilustración para principiantes o un recordatorio para los que siguieron las idas y vueltas del proceso en esa época brillosa que de repente mostraba toda su oscuridad. No hay una verdadera indagación en las tramas y subtramas que rodeaban a un evento cargado de significación para la ciudadanía y para la historia argentina de fines del Siglo XX.
El fotógrafo y el cartero: el crimen de Cabezas podía haber sido un gran policial, un thriller político vibrante y polémico, un drama familiar opresivo y melancólico, incluso una tragicomedia sobre las instituciones de un país devorándose a sí mismo. Pero no es nada de eso, más allá de algunos pasajes que insinúan tensión a partir del horror que narran o recrean. Estamos, finalmente, ante un documental maniatado por sus intenciones políticamente correctas.
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