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24 líneas por segundo: El vacío del INCAA y de los discursos

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

La semana en la que finalmente echaron a Luis Puenzo de la presidencia del INCAA ha sido agotadora, no solo por el hecho en sí, que se dio en medio protestas en la puerta del Instituto y enfrentamientos con la Policía, sino además por las repercusiones del caso, que son como el eco de una serie de argumentos falaces que se replican una y otra vez. El señalamiento contra el sector audiovisual argentino de parte de un grupo de medios y periodistas es habitual, como es habitual el nivel de ignorancia o -directamente- la mala leche con la que se aborda el tema. Un desconocimiento absoluto respecto de cómo se financian las películas y cómo el INCAA consigue sus fondos, sumado a la desinformación y la mala intención. Sin entrar en detalles acerca de esa mirada sesgada respecto del tipo de cine que, según ellos, se debiera producir basándose en recaudaciones y taquilla. Como si el éxito comercial determinara calidad. Como si una política cultural solo fuera mesurable por sus ingresos económicos. Ahora bien, uno se encuentra con contraargumentos que buscan atemperar las sandeces periodísticas con vaguedades maniqueas. Como si militar algo fuera imposible sin caer en manipulaciones argumentativas y bastara con decir “qué lindo es el cine argentino” con gesto de Carlitos Balá para que todo mejorase (y, claro, se acumulen los “me gusta”); como si listar una serie de buenas películas nacionales en Twitter anulara por completa la discusión acerca de cómo esos fondos se distribuyen; como si repetir una y mil veces que hay familias que viven del cine nacional fuera una posición incuestionable, amén de ser un argumento un poco chanta y extorsionador. Uno sabe, porque hay gente que está adentro de la “industria” que se lo dice, que la forma en que se seleccionan los proyectos y las películas se financian tiene algunas irregularidades, que son básicamente de forma, constitutivas de un sistema que se dice inclusivo pero que en las pruebas termina siendo bastante restrictivo. Lo que observa también es la comodidad de una parte grande de la “industria”, incapaz de manifestarse para no perder las parcelas de poder adquiridas. A la gente del cine le importa que se produzca, mucho, pero no parece importarle algo fundamental del hecho artístico: la llegada al público. ¿Se puede sostener una noción de “industria” sin un consumidor posible? Y no me refiero a si las películas tienen público o no cuando se estrenan (la preocupación del cronista bursátil); me pregunto por las películas que no se estrenan, que nunca se ven en una pantalla. Porque el Gaumont no es todo el país. Porque mucho del cine que se produce escasamente cruza la General Paz. Porque son los festivales de cine (muchos de ellos sin apoyo estatal) los que terminan sirviendo de única pantalla de exhibición. ¿No habrá que empezar a reclamar que se produzca pero, también, que se difunda debidamente y que se exhiba a lo largo y ancho del país? Tal vez haya que producir algunos contenidos menos, para reinvertir ese dinero en una mejor salida de las películas que pasan a las salas. Y pensar en otras plataformas, como la TV Pública, lo canales de la TDA o CineAr Play como pantalla. Y lo mejor, pero lo mejor en serio, sería dejar de replicar discursos vacíos que terminan siendo, inconscientemente, serviles a sectores que están muy cómodos sin cambiar ni una coma de un sistema a toda vista perfectible.


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