Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Boba Fett es de esos personajes que en un punto evidencian la gran contradicción y paradoja que envuelve al universo de Star Wars: si por un lado solo apareció unos pocos minutos en la trilogía original, ciertos aspectos de su carácter y la sensación imperante de que arrastraba tras de sí un historial repleto de aventuras lo hicieron popular entre los fans de forma casi instantánea. Su reaparición en la segunda temporada de The Mandalorian lo colocó otra vez en el radar de ese mundo inagotable y por eso este spinoff, también escrito por Jon Favreau y con Robert Rodriguez a cargo de la dirección de tres capítulos, prometía bastante. Y lo cierto es que los primeros cuatro episodios de El libro de Boba Fett, aún con sus desniveles, no dejan de ser bastante interesantes: la estructura narrativa y estética incorpora elementos que la emparentan con producciones tan disímiles como Boardwalk Empire y Kung Fu que, llamativamente, confluyen con saludable equilibrio. Sin prisa, pero sin pausa, la serie aprovecha herramientas del relato mafioso, el aprendizaje del guerrero y la evolución espiritual para reversionarlas a su manera, con las ambiciones justas y necesarias. De hecho, ya el cuarto capítulo, The gathering storm, muestra un mundo consolidado y potente, donde la lucha por el poder urbano en Tattoine que emprende Boba Fett (Temuera Morrison), con la ayuda de Fennec Shand (Ming-Na Wen), va de la mano de diversos flashbacks que explican con solidez la evolución del protagonista a lo largo de un marco temporal considerable. Con sus ya más de sesenta años, Morrison sabe generar la empatía necesaria por los dilemas que afronta Boba Fett, un gran guerrero y un respetado mercenario, que también deberá aprender a ser un consumado estratega para conseguir las alianzas necesarias y mostrar la decisión requerida para enfrentar a rivales con amplios recursos y pocos pruritos al momento de ejercer la violencia. Pero cuando ya las tensiones están trazadas, lo mismo que las fuerzas en pugna, y todo parece listo para explotar, la serie decide hacer un giro súbito en su arco narrativo, trayendo al Mandaloriano -y con él, a Grogu, alias “Baby Yoda”- de vuelta a la trama. Así, en su segunda mitad, El libro de Boba Fett pasa de ser un spinoff con su propia línea narrativa y construcción estética a una especie de Temporada 2.5 de The Mandalorian. Además, se suman personajes como el pistolero Cad Bane que, aunque atractivo desde su componente siniestro, no deja de estar esencialmente como un guiño a la platea que se conoce todo el canon de Star Wars. Y aunque no pueda renegarse de la calidad exhibida por los tres últimos episodios, queda muy patente la sensación de que la serie pierde su autonomía desde todo punto de vista, incluso el ético y moral. Recién en los últimos pasajes del último capítulo, In the name of honor, es que Boba Fett recobra centralidad y dominancia en las acciones. A pesar de contar con unos cuantos pasajes muy logrados, El libro de Boba Fett se siente más como un apéndice en el libro del Mandaloriano, una gran aventura que se obtura a sí misma para resignarse a ser una fase de transición en una historia más abarcativa, que es la que le importa más a Favreau. Si el de Star Wars puede ser un universo que contenga muchos relatos y conflictos, indudablemente también acarrea el peligro de la necesidad de subordinar todo a un único hilo narrativo. Boba Fett merecía un verdadero espacio propio, una serie que fuera realmente toda de, y sobre él.
-Los siete capítulos de la primera temporada de El libro de Boba Fett están disponibles en Disney+.
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