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24 líneas por segundo: De repente la pantalla se ensanchó

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

El Festival de Cine de Buenos Aires que se hace en Mar del Plata insume tanta energía, que esta columna salió de circulación unas semanas. De todos modos, también es cierto que el cine que se estaba estrenando semanalmente generaba tan poco interés que no aparecían motivaciones para ensayar algún pensamiento, ni siquiera una reacción negativa, un enojo, una calentura, una rabieta. El Festival, por tanto, fue la excusa para hacer evidente un síntoma: si el cine del circuito comercial que se estrenaba en la pre-pandemia era ya una masa inane de películas parecidas entre sí, durante casi todo 2020 y casi todo 2021 desaparecieron aquellos grandes autores capaces de emocionarnos con un solo plano y nos sometimos mayormente a un cine pensado para las plataformas, con todos los riesgos que el algoritmo conlleva. Claro que hubo buenas películas, algunas muy buenas de hecho, pero se extrañaban esas películas imperecederas, esas que saben filmar los grandes autores, esas que se renuevan con cada mirada y, muy especialmente, esas que precisan de la pantalla del cine para lucirse porque -básicamente- no hay pantalla que pueda contenerlas. Hubo que esperar hasta casi el final de 2021 para que ese cine se hiciera presente ante nuestros ojos, y en cuestión de semanas llegaron La crónica francesa de Wes Anderson y Amor sin barreras de Steven Spielberg, no casualmente dos películas que iban a estrenarse el año pasado y que tuvieron la dignidad de esperar su turno para estrenarse en la pantalla grande, grandísima, cuando fuera posible. Digamos sí que ambos films están lejos de las mejores obras de sus directores, pero que aun así son ejemplos de un cine personal, que podemos definir en apenas un par de planos, que se llenan de detalles visuales y sonoros, que nos invitan a sumergirnos en sus universos. Wes Anderson y un relato episódico que es un homenaje a un tiempo mucho más romántico que este. Steven Spielberg y una historia de amor que, incluso con su costado trágico, requiere la suspensión del cinismo tan contemporáneo. La crónica francesa y Amor sin barreras nos obligan a meternos en la sala oscura, nos dicen que el lugar del cine es ese, que las películas pertenecen ahí y que lejos del cálculo lo que importa de las películas es el compromiso con el que hacedores y espectadores se relacionan. Y que el gran espectáculo, eso que muchas desprecian tontamente, es todavía posible.


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