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Un ministro se toma vacaciones

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Como acá escribimos sobre temas emparentados con la esfera cultural, voy a hacer un recorte de todo lo que estuvo sucediendo en los últimos días en el bendito país llamado Argentina. El martes a la tarde, el ministro de Cultura de la Nación, Tristán Bauer, fue uno de los funcionarios que puso su renuncia a disposición del presidente Alberto Fernández, en una maniobra que puso a la coalición gobernante en una crisis de enorme envergadura. El miércoles y jueves, no hubo ninguna agenda pública que indicara que continuaba desempeñándose en sus funciones. Ayer viernes sí, aunque todavía no se sabía si le iban a aceptar la renuncia o no. Finalmente, esa noche se aclaró que Bauer seguirá en su cargo, a pesar de las implicancias de sus acciones, que claramente dañaron la autoridad presidencial. Recapitulemos: durante por lo menos dos días hábiles, el ministro de Cultura se ausentó de su trabajo sin justificación. Mientras tanto, el ministerio que comandaba estuvo sin mando, paralizado, casi acéfalo. Uno puede entender que, cuando se va un funcionario, por renuncia, despido o licencia, el área que encabeza tienda a entrar en un período de incertidumbre e incluso parálisis mientras se aguarda por el recambio. Ahora, otra cosa es que el funcionario público ofrezca una renuncia y se tome un par de días de inactividad como si nada, mientras nadie sabe si sigue o no. Creo que eso es casi inédito. Y definitivamente es inédito que encima pueda darse el lujo de continuar en el cargo sin ningún tipo de consecuencias oficiales o formales. Agreguemos un par de factores más: Bauer viene de filmar un documental donde describía un país que, como el mismo título de la película lo indica, era “Tierra arrasada”. Y, además, está al frente de las políticas destinadas a un sector castigadísimo por la pandemia y el confinamiento. El país está en crisis y el sector cultural luchando día a día por su supervivencia, pero el ministro puede tomarse unos días libres sin avisar, porque total, a quién le importa. Quizás habría que hacerle caso al mensaje explícito que envía Bauer con sus (in)acciones: ¿Nos debe importar lo que diga o haga ese señor que, fruto de las circunstancias, porta el cargo de ministro de Cultura de la Nación? ¿Qué relevancia otorgarle a un funcionario que no funciona, o lo que es peor, funciona cuando quiere o de acuerdo a los designios momentáneos de alguien más? A Bauer, quedó claro en estos últimos días, no le importa las implicancias del trabajo por el que le pagamos con nuestros impuestos, sino las indicaciones de su jefatura partidaria que, oh casualidad, no coincide con la de la Presidencia de la Nación. Al Presidente podrá no importarle o considerar que debe soportar cualquier falta de respeto a su autoridad pase lo que pase, pero eso es un problema -indudablemente de carácter- del Presidente. No debe serlo del sector cultural, que necesita referenciarse en un funcionario público confiable y realmente comprometido con lo que demanda una coyuntura muy desafiante. Así que podríamos empezar por algo básico: necesitamos un ministro de Cultura que vaya a trabajar todos los días hábiles y no se ausente sin aviso previo. Es que no alcanza con que Cultura sea ministerio si ese ministerio es apenas una cáscara vacía. Y ya no se puede justificar o naturalizar lo absurdo e inmoral.

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