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La derrota cultural

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Estamos a solo unos días de las PASO, primera parte del proceso eleccionario, y ya no quedan muchas esperanzas: la cultura (y en particular el cine) está fuera de la agenda proselitista. Que el PRO no tenga muchas ganas de hablar del tema no sorprende, pero tampoco deja de irritar: pareciera que esa agrupación política solo puede abordar lo cultural desde un imaginario solo superficial y hasta testimonial, a pesar de las múltiples experiencias de gobierno que ya carga encima. Menos expectativas aún podríamos guardar por las corrientes liberales, como las encabezadas por Javier Milei o José Luis Espert, que incluso contemplan al sector cultural como un dato más dentro del déficit fiscal. Sí sorprende un poco más que el radicalismo, otra de las ramas fuertes de Juntos, que carga con una historia importante vinculada a las disciplinas culturales, no tenga mucho para decir y no haya planteado aunque sea unas líneas de cara a la campaña electoral. Lo mismo se puede decir de las distintas expresiones de la izquierda, más ocupadas en denunciar el acuerdo con el FMI que por señalar las diversas problemáticas que atraviesa la cultura en esta coyuntura. Los silencios del Frente de Todos podrían sorprender un poco, pero en el fondo son lógicos: desde el gobierno nacional, fue el principal impulsor de las restricciones que ahogaron -y ahogan- al sector en los últimos dos años; el Ministerio de Cultura de la Nación se ha destacado más por su inacción que por sus acciones; y en la Provincia de Buenos Aires el área ha quedado degradada al rango de Subsecretaría dentro del Ministerio de Producción. Aunque claro, hay que recordar que el kirchnerismo fue desarrollando un vínculo potente con una diversidad muy grande de agentes y representantes culturales, por lo que las expectativas para esta nueva etapa eran altas. Lo que nos lleva a la última y más importante cuestión: si la cultura no está en la agenda de los actuales y futuros representantes de la ciudadanía, es en buena medida responsabilidad del sector cultural, que se muestra extrañamente pasivo desde hace un rato largo. La decepción y la irritación se intuye en el ambiente, pero contenida y apaciguada, e incluso no faltan los nuevos defensores de lo indefendible. Ni siquiera esa irritación luce palpable en dirección al macrismo, que mantiene su ritmo de ajuste por goteo. Y eso que los motivos sobran: desde las dificultades económicas hasta las perspectivas difusas a futuro, pasando por la ausencia de políticas coordinadas estratégicamente, entre otras cuestiones complejas y relevantes. Por ende, no debe sorprender que la cultura esté ausente en el debate político, ya que ni siquiera se está saliendo a jugar ese partido con la convicción que corresponde. El sector cultural se exhibe derrotado políticamente y no estaría mal que empecemos a admitirlo, aunque sea para reconocer que estamos ante un problema, y uno grave, por cierto. Si no reaccionamos pronto, después no va a haber derecho a quejarse.

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