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How I met the western



Por Nicolás Pratto

(@Malditavocal)

A lo largo de esta columna he ignorado a un ícono del género. Se ha nombrado, pero no abordado su obra, me refiero a Sergio Leone. Parte de mi actitud esquiva es que tanto se ha escrito y revisitado, que sería cocinar sobre lo frito, además de preferir y reivindicar otros nombres, más allá del canon. Lo distinto que puedo sumar es mi historia personal con este autor, que a su vez también es mi historia conociendo al género.

En la mayoría de las cenas o encuentros, siempre está la charla sobre “qué estuviste viendo”; por aquel entonces, un niño Pratto escuchaba sin entender. Me habían regalado un grabador y sintiéndome un espía, grababa dichas “conversaciones de adultos”, para luego reproducirlas en secreto a la hora de dormir. Había varios nombres que se repetían: las películas de John Wayne y John Ford, nunca se nombraba el uno sin el otro, “las de Clint Eastwood”, trascendiendo la figura del director. Esas charlas se daban y siguen dando, sobre todo, entre mi papá y su primo cuando viene de visita. La edad avanza y hace mecha en los recuerdos, difuminando la memoria, pero también teniendo impresas escenas que nunca se olvidan; las cabalgatas al horizonte, los tiroteos y la belleza de las actrices. Mundo que podía imaginar más no ver porque no se pasaban esas películas por tv, y el videoclub de la esquina no tenía un catálogo más allá de los 90’s.

Pasa el tiempo, tendré 12-13 años y me convierto en radioescucha, si sos marplatense y escuchás radio, la figura de Rodrigo Sabio no pudo haberte pasado desapercibida. Siendo oyente, porque era el que regalaba entradas para el cine o su otra actividad con los perros, razón por la que se ganó el cielo… raspando. Habrá sido año 2010 cuando estaba con Pochoclo Mental, el ciclo que realizaba los domingos en el Teatro Auditórium. La primera vez que fui con mi papá, oh casualidad, pasaron El bueno, el malo y el feo.

Antes de que iniciara, presentaron un episodio de Seinfeld, The Soup Nazi, esas cosas que solo podía hacer Rodrigo. Ahí también conocí esa maravillosa sitcom. Se vuelven a apagar las luces, silencio, expectante porque sabía que estaba a punto de ver la película que tanto había sido nombrada y de la que solo conocía al protagonista y el tema característico. Antes debo decir, con vergüenza, que no me gusta ir al cine, me cuesta estar con muchas personas y no termino disfrutando de la película como lo haría en la comodidad de mi hogar, haciendo un gran esfuerzo solo cuando se estrena una nueva de Star Wars.

Dicho esto, fue la mejor experiencia que tuve en un cine, con mi papá. Mirá que es difícil mantener a un puberto atento durante tres horas, pero así fue. Desde los créditos, con esos cañones ensordecedores hasta el “ERES UN HIJO DE PUTAAAA” de Tuco. ¡Es una película enorme y de solo tres personajes! La pregnancia de las imágenes, desde estallar un puente hasta las miradas del duelo final, aferrándome al asiento de la tensión, esperando que alguien dispare de una buena vez.

Ahí supe que había películas que no tienen tiempo, desde el año, la duración, el color e incluso el sonido. Entré como un chico y salí de la sala como un vaquero, granudo y con una remera de Led Zeppelin. Curiosamente conocí al género norteamericano por excelencia, a través de un tano, presentado por un argentino. ¿Eso no es parte de lo hermoso que es el cine?

Gracias, Rodrigo.

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