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El cine argentino y su humildad de los grandes

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

“Es que yo tengo la humildad de los grandes”, decía a menudo Inodoro Pereyra -la genial creación de Roberto Fontanarrosa- y todos los lectores sabíamos que esa frase era una forma que encontraba el personaje para manifestar una soberbia bastante injustificada. Y por eso nos reíamos, porque entendíamos que estábamos ante una parodia que no podía tomar consciencia de sí misma porque claro, todo el mundo ficcional que la rodeaba era paródico. Algo parecido nos pasaba, por citar otro ejemplo, cuando Frank Drebin, en una escena de La pistola desnuda, salía a decir con una pretendida autoridad “nada que ver acá, por favor dispérsense”, mientras el caos se desataba detrás suyo. Lo cierto es que dentro del cine argentino (incluyo también a los críticos) nos comportamos como Inodoro Pereyra y a veces hasta como Frank Drebin: con un nivel de auto-importancia llamativo, que incluso nos lleva a pretender que el contexto extremadamente complicado que nos rodea no existe y no tiene por qué afectarnos a nosotros y los demás. Se ven los discursos en comunicados, gacetillas, entrevistas, declaraciones y críticas, donde el cine nacional se plantea como parte fundamental de la vida cotidiana de los argentinos, como un cine diverso, popular, representativo y un largo etcétera. Y da para preguntarse: ¿es tan así? La evidencia indica que no, y ahí tenemos el contexto pandémico como muestra más reciente: hace más de un año que la producción, distribución y exhibición atraviesa enormes dificultades; y varios meses que hay un enfrentamiento explícito de muchas asociaciones con la gestión del INCAA; y sin embargo ninguno de estos temas tiene un lugar mínimamente relevante dentro de la agenda pública. Cuando decimos “agenda pública”, no solo nos referimos a la gubernamental o de los medios más poderosos: también a la que manejan los diversos sectores sociales. Lo cierto es que, por más que duela decirlo, lo que no está en la agenda, no existe. El cine argentino no existe en la agenda de debate de corto, mediano y largo plazo de la Argentina. En un punto, eso no deja de tener lógica: estamos en un país con altísimos niveles de pobreza, escasez de recursos y muchas deudas sociales, que no está en reales condiciones de hacerse cargo de las demandas de un sector industrial que necesita de apoyos económicos constantes. Más aún porque esa supuesta diversidad, popularidad y representatividad que se atribuye el cine nacional es cuando menos dudosa: ¿hay algún estudio de impacto de la producción cinematográfica argentina en las distintas franjas etarias? ¿Tenemos claro con quién dialoga el cine argentino? ¿Sabemos a ciencia cierta quién ve películas nacionales o solo nos basamos en suposiciones? La ausencia de datos dice mucho de un sector cuyos integrantes no terminamos de hacernos cargo de dónde estamos parados. Sacamos pecho con la humildad de los grandes, hacemos de cuenta que somos un sector extremadamente prioritario y que no hay nada que ver excepto nosotros. El resto, dispérsese por favor. Pero no, no estamos en una ficción, la realidad sigue su curso y todos nos ven como soberbios. Y ni siquiera se ríen de nosotros. Simplemente nos ignoran. Quizás hagan bien. Quizás debamos hacernos cargo de que estamos en el medio del desierto, con todo alrededor prendido fuego.

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