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24 líneas por segundo: Lo trillado no quita lo valiente

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

No sé si les pasa a ustedes -supongo que sí-, pero hay canciones que ya me resultan insoportables, no por malas sino por repetidas y utilizadas en exceso. Incluso me pasa con canciones de artistas que me gustan, que son saltadas olímpicamente cada vez que escucho un disco (sí, soy de la generación que todavía piensa en el orden que dan los discos cuando escucho música; es más, pienso en un disco cuando escucho canciones o música). Algunas canciones son cursis y están agotadísimas, otras son utilizadas en exceso para hablar de lo mal que está todo (Cambalache es tal vez el peor tango de la historia; bueno, otro insoportable es Balada para un loco) y otras fueron quemadas sin compasión al ser usadas como cortina de algún programa televisivo o radial (¿alguien dijo Twist y gritos de The Beatles en el programa de Marcelo Tinelli?). Ahora bien, de repente sucede que esa canción trillada, que ya es un recurso grasa en sí mismo, vuelve a cobrar vida por parte de magia. Me sucedió recientemente con dos canciones que, creo firmemente, deberían dejar de ser usadas para musicalizar escenas de películas: Stand by me por Ben E. King y What a wonderful world por Louis Armstrong. Y sin embargo, el milagro ocurrió: la primera es usada en la mejor escena de Amor y monstruos, esa donde el protagonista charla con un robot sobre lo finita que es la vida. La otra es usada en Nobody, cuando Bob Odenkirk prende fuego su casa no sin antes poner en el tocadiscos la canción, que suena mientras todo vuela en ralenti. En Amor y monstruos la canción recupera su costado más melancólico, en una escena con medusas voladoras que potencian el sentido de lo cursi; en Nobody la canción incorpora un sentido irónico, que da por tierra con su potencial poesía berreta sobre la belleza. Dos películas, también, que sobre la base de lo reconocido logran algo nuevo, sorprendente, emocionante. Cuando hay inteligencia todavía queda tiempo para que lo ya visto se vuelva único ante nuestros ojos. Esa es la clave de por qué el cine no morirá jamás.

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