No estás en la home
Funcinema

8 ½ (1963)



EL ARTISTA EN EL LABERINTO DE SUS RECUERDOS

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Como bien dijo Rodrigo Seijas en esta misma sección y a raíz de una reflexión sobre La dolce vita, Federico Fellini “siempre fue un realizador que abordó las superficies en pos de desarmarlas usando sus propias construcciones, evidenciando y problematizando los artificios”. Ese ejercicio, que es cinematográfico pero fundamentalmente intelectual, es profundizado a niveles extremos en 8 ½, tal vez la cima de la película autorreferencial, metalingüística, confesional. Digamos que para 1963, cuando se estrenó este film, Fellini era ya una celebridad (lo era mucho antes en verdad), pero aquí evidencia una de las mayores tragedias de eso que representa la presencia autoral: la exigencia y la espera del público por la próxima genialidad del genio. El director italiano era consciente de eso y, cuenta la leyenda (aunque nunca sabremos cuánto hay de verdad y de mito en las anécdotas de Federico), lo enfrentó a un importante bloqueo creativo. De ahí surge esta película, que no ofrece respuesta alguna a cómo desbloquear ese nivel de angustia existencial, pero que al menos brinda pistas, certezas, sugerencias sobre el mundo interior de un artista, pero fundamentalmente sobre el mundo interior de Fellini. Ese mundo que hubiera sido la delicia de los personajes de La dolce vita.

Decíamos que para el momento de 8 ½ Fellini era una celebridad mundial, ya había creado un estilo, filmado algunas obras maestras y sido premiado por instituciones y festivales. Entre La dolce vita -la gran consagración del director- y 8 ½ pasaron tres años; en el medio había dirigido apenas un segmento de Boccaccio ’70. Y 8 ½ no hubiera sido posible sin La dolce vita. En aquella película el director no solo exploró virtuosamente sus temas recurrentes, si no que pudo pensar desde lo narrativo un orden caótico que tuviera algún sentido a partir de las imágenes y la construcción de un mundo autónomo. De ese caos exterior de la Italia rica y exuberante de La dolce vita, Fellini pasó al caos interior del artista atormentado por su pasado, sus mujeres, sus decisiones errantes. De ahí que La dolce vita sea festiva y vibrante, mientras que 8 ½ resulte oscura, retorcida y barroca. Fellini pone a Marcello Mastroianni en la piel de Guido Anselmi, claro alter ego suyo, un director de cine al que los recuerdos lo atormentan y le impiden pensar con claridad sobre su próximo proyecto.

Fellini, entonces, era FELLINI. Y ese ser un autor de referencia, un nombre consagrado y reconocido a partir de un simple fotograma, habilita una película llena de códigos y referencias que no se exponen de una manera tradicional, sino a través de un relato que dispone una serie de secuencias relacionadas a través de un encadenamiento de sueños, recuerdos, surrealismos y otras imágenes que anclan la historia al plano de lo real. Fellini es FELLINI, todo se acepta y se asimila, incluso en los límites de la indulgencia. Claro que en 8 ½ fascinan esas imágenes, la manera en que el director dispone las transiciones de plano a plano, de escena a escena, de sueño a realidad. Un director con absoluto dominio del cine y de su cine, que sabe que el espectador sabe y propone sumarlo a un universo lúdico. Allí aparecen las mujeres, las madres, las deseables, las del tabú de la infancia, las esposas, las amantes; allí aparece la Iglesia en una serie de imágenes que subvierten el carácter religioso de la estampita y vuelven todo absolutamente bufonesco; allí aparece la vida joven en el pueblo y el encanto moderno de la gran ciudad y sus tentaciones. Posiblemente 8 ½ pertenezca a un tiempo donde el cine se permitía el juego y donde el espectador aceptaba la idea. También, una época en la que se estaba por dar un paso mortal hacia la pedantería intelectual que dividiría como nunca al cine entre gran espectáculo y cine de autor. Dicen que debajo de la cámara, durante el rodaje, Fellini pegaba un letrero que indicaba “No se olviden que estamos filmando una comedia”.

También cabe preguntarse ¿qué tipo de película es 8 ½? ¿Cómo funciona ya no en un espectador que no conozca la figura o la representación de Fellini, sino en uno que no atraviese la experiencia del cine desde el metalenguaje ni se sienta interesado en la autorreferencia? Se podría señalar que en todo caso eso es propio de cada película, que precisa de un espectador dispuesto a leer sus códigos. Es probable, pero también es cierto que el caos narrativo de 8 ½ por momentos se vuelve excesivamente barroco y que la película padece de eso mismo que padecen las obras de directores que piensan demasiado el mundo a través del cine: un encierro intelectual en el que la vida es confundida con la superficie de la ficción. Si en la primera parte de su filmografía Fellini era un tipo más preocupado en contar el cuento que en dejar su sello, es a partir de La dolce vita que el recurso del artista aburguesado que se piensa a sí mismo comienza a mellar un poco la fluidez de sus narraciones. En ese sentido 8 ½ es una película autoconsciente de su dispositivo, que se arma y se desarma en la cara del espectador y que habla del proceso creativo mientras ensaya el suyo propio. En todo caso, y con su reciente reestreno en copia remasterizada, podemos confirmar el carácter iconográfico del cine de Fellini. Algo que en la mayoría de los realizadores puede ser una muestra de la banalidad de su cine, pero que en el caso del italiano era finalmente un acto de honestidad intelectual: una película sobre los recuerdos construida con imágenes hechas para ser recordadas.

Comentarios

comentarios

Comments are closed.