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24 líneas por segundo: tu onda ya no es onda

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Hace unos días escribía en mi Facebook algo sobre La vieja guardia, esa porquería dirigida por Gina Prince-Bythewood y protagonizada por Charlize Theron. Ponía algo así como que era una película aburridísima, que lo es por más que se muevan las cosas que están adentro del plano cada tanto. Ahí fue cuando uno de los amigos de la red me comentó señalando que esa producción de Netflix podía ser cualquier cosa, pero nunca aburrida. Que aburrida era Greyhound, la nueva película protagonizada -y escrita- por Tom Hanks. Ya con ese cuestionamiento, más otras opiniones poco motivadas que encontré por ahí, me dispuse entonces a ver el film de Aaron Schneider, que tiene a Hanks como el capitán de un barco que en plena Segunda Guerra Mundial tiene que llevar provisiones para los aliados en Europa mientras es asediado por múltiples submarinos alemanes. La verdad que, con el género bélico ya medio saturado y la posibilidad de encontrar a un Hanks inflamado y patriótico, mis expectativas no eran demasiadas. Y sin embargo me encontré en Greyhound con una de las experiencias cinematográficas más apasionantes en mucho tiempo, un film de un aire clásico emocionante, concreto en sus 90 minutos que se pasan volando (bueno, volando no, navegando) y con un Hanks que aprendió de Steven Spielberg muchas cosas y que como guionista ofrece una pieza de relojería. La verdad que se puede decir que Greyhound es cualquier cosa, menos aburrida. El tema es que no se trata acá de hacer una crítica de la película (eso ya lo haremos en breve en este sitio), sino señalar algo que me impactó cuando me puse a cotejar las opiniones de los demás con las mías. Greyhound es una película en constante movimiento, con una estructura que parece repetirse (el barco asediado, se salvan, vuelven a estar asediados), pero que gracias al talento de Schneider para construir suspenso en ese espacio cerrado y con un enemigo en constante off, y para edificar personajes nobles y humanos con pocos gestos, se vuelve tan tenso como emocionante (el último plano con Hanks es brutalmente emotivo y se refleja en Puentes de espías). A lo que voy, y reitero: Greyhound podrá no gustar por múltiples motivos, pero nunca por ser una película aburrida. En Greyhound pasan cosas, muchas, aunque seguramente no pasen en la forma en que pasan en el cine de acción actual, narrado con un velocímetro en la mano. Y ahí me puse a pensar que posiblemente La vieja guardia tampoco sea una película aburrida. Lo que la vuelve aburrida son nuestros métodos de decodificación de la acción, esa respiración clásica con la que nos educamos los que ya estamos un poco crecidos (como niño en los 80’s seguramente fui la última generación que disfrutó de ese espíritu), y que hoy se mueve a otro ritmo. Pero no escribo esta columna para dirimir quién tiene razón, sino para tratar de interpretar qué se rompió entre generaciones que asimilan determinados elementos del cine de maneras tan opuestas. Y entonces me acordé del abuelo Simpson, cuando entra a la habitación de Homero y le grita aquello de: “Yo si estaba en onda, pero luego cambiaron la onda, ahora la onda que traigo no es onda y la onda de onda me parece muy mala onda…”. Pero más especialmente recuerdo el lacónico final de aquel gran monólogo: “¡Y te va a pasar a ti!”. Y es así nomás.

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