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El resplandor (1980)



EL FORMALISMO DEVORANDO AL HORROR

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Siempre he pensado –y seguiré pensando- que Steven Spielberg es uno de los más grandes cineastas de la historia y quizás el mejor de los últimos cincuenta años (peleando cabeza a cabeza con Clint Eastwood), pero tengo algunas diferencias con él. Por ejemplo, sigo sin entender su devoción –al menos desde la palabra- hacia el cine de Stanley Kubrick y especialmente su adoración por El resplandor, uno de los ejemplos máximos de sobrevaloración que se han ido acumulando a lo largo de la historia del cine. De hecho, creo que es también un caso de estudio de cómo el autor de la obra original tiene toda la razón al sentirse completamente decepcionado con la adaptación: Stephen King estaba totalmente en lo cierto al describir el film como “un auto elegante sin motor”.

Es que el gran problema de El resplandor no pasa tanto por los cambios argumentales de la película respecto a la novela –que llevan a que, por ejemplo, el personaje de Hallorann solo esté para explicar algo al principio y morir al final- sino por perder de vista la esencia del relato. Es que King, detrás de toda la mitología que diseña referida a las personas con poderes psíquicos, el hotel con su pasado tenebroso y su desfile de espíritus temibles con capacidad para llevar a determinadas personas a la locura, lo que hace en el libro es construir un drama personal y familiar. De fondo, pero bastante a la vista –no había que ser un genio para darse cuenta-, el gran conflicto presentaba un matrimonio en crisis; un padre y esposo tratando de recuperar la autoestima luego de varios errores vinculados a su carácter iracundo, una madre y esposa haciendo equilibrio en un desfiladero emocional cada vez más estrecho; y un niño conociendo el lado más oscuro de sus seres queridos y, con ellos, el de un mundo marcado por la violencia. Al igual que en Cujo, el escritor delineaba premisas/disparadores –un perro con rabia, un hotel embrujado- cuyos objetivos eran explorar las distintas formas en que la institución familiar (y con ella, la matrimonial y la paterno-filial) podían llegar a la autodestrucción. Pero prácticamente nada de eso aparece en el film de Kubrick.

Y no aparece porque en casi todo el cine del realizador –con notorias excepciones como Casta de malditos, La patrulla infernal y Ojos bien cerrados– la preocupación por las herramientas formales (o más bien técnicas) se imponen a lo narrativo, y El resplandor, junto a ese otro bodrio infladísimo que es 2001: odisea del espacio, es de sus films más emblemáticos, pero para mal. Hay un detallado trabajo desde la puesta en escena en pos de construir ese gran espacio que es el Hotel Overlook, a través de notables planos secuencia o generales, una iluminación sumamente precisa y momentos puntuales donde la banda sonora se convierte casi en una protagonista aparte, pero detrás de eso no hay nada. O más bien, solo un conjunto de estereotipos, siendo el más notorio de ellos Jack Torrance, en una interpretación de Jack Nicholson que es básicamente una parodia de sí mismo, y una muy improductiva por cierto. Lo único que tenemos es a un payaso desatado, que nos va agotando como espectadores y luego se agota él mismo, como un muñeco de juguete al cual se le van agotando las pilas.

Kubrick confunde drama familiar con gritos, terror con remarcación y lectura social con frases altisonantes, porque en el fondo desprecia el género que aborda, o por lo menos se siente superior a él. Por eso construye un film de horror para los que no les gusta el horror y lo consideran una estructura narrativa menor, con planos pensados hasta el más mínimo detalle pero sin incluir conflictos y protagonistas consistentes. Tampoco le interesa el material de origen más allá de lo que puede ofrecer para diseñar imágenes icónicas. Por eso El resplandor es una película cuyas partes audiovisuales son perfectas pero que carece de alma, un objeto lujoso y brilloso, pero que jamás conmueve o asusta. De hecho, la única emoción que provoca es el aburrimiento, y su fama solo se debe a miradas posteriores menos preocupadas por la verdadera materialidad del cine que por la superficie audiovisual. A días del estreno de su secuela, Doctor Sueño, sigo sin entenderlo a Spielberg.

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