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Godzilla (1954)



LA SUMA DE TODOS LOS MIEDOS

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Con más de medio siglo de vida, esa criatura que es Godzilla (o Gojira en el original japonés) ya es una marca en sí misma, que hasta podría decirse que tiene su propio subgénero. Ya ha atravesado toda clase de reversiones y parodias, aunque el relato que dio el puntapié inicial a su leyenda tenía connotaciones definitivamente oscuras, alejadas del mero entretenimiento pasatista. Se fue convirtiendo en una especie de ícono pop, que trascendió su sentido de partida, siendo apropiado por espectadores y cineastas a lo largo de las décadas. Algo de eso insinuaba, por ejemplo, Guillermo del Toro en el arranque de Titanes del Pacífico, cuando hacía referencia a los kaiju y cómo la humanidad se burlaba de ellos luego de haberlos vencido numerosas veces: cuando conquistamos nuestros miedos, la sátira es la consecuencia inmediata.

Es que al igual que personajes icónicos como Freddy Kruger, Jason Voorhees o incluso Hannibal Lecter, Godzilla encarnó los temores de una época y una sociedad. La primera película, estrenada en 1954, reflejaba esos traumas sin resolver que eran Hiroshima y Nagasaki, y el peligro atómico que seguía latente con la Guerra Fría. En un punto, ese miedo oriental se enlazaba con las turbaciones occidentales, que estaban desarrollando, por caso, toda una literatura de posguerra (1984, El Señor de los Anillos, El Señor de las Moscas, Rebelión en la granja, Fahrenheit 451) donde flotaba el fantasma del totalitarismo vinculado al modelo soviético. Pero el film de Ishiro Honda no se quedaba solo con los temores de ese momento, sino que sabía abrevar en los miedos ancestrales de Japón: la bestia gigante y destructiva venía del mar, esa fuerza que para la cultura japonesa representa una fuente de prosperidad pero también de posibles calamidades y por ende pletórica en ambigüedad.

Lo que quizás diferencia a Godzilla de los monstruos occidentales es su carácter dual, que le permitió ir evolucionando y reconfigurándose a lo largo del tiempo. Arrancó siendo un villano, pero después mutó a héroe, aunque sin dejar de ser un ser algo maldito, un poco condenado a ser marginal, temido y venerado a la vez. Debajo de su superficie gigantesca, refleja las sutilezas de la mirada oriental, cómo el bien y el mal pueden unirse, porque al fin y al cabo no todo es tan simple como se ve a primera vista. Eso fue lo que también abrió las puertas para otras interpretaciones, para secuelas y reversiones algo delirantes, en las que ni siquiera faltó el viaje en el tiempo, y que permitieron ir presentando otras criaturas que fueron configurando un universo con un verosímil propio.

Sin embargo, no viene mal recordar que ese primer film que fue Godzilla –algo fechado por efectos especiales que en la actualidad pueden ser vistos como precarios y queribles a la vez- poseía un tono lúgubre, que incluso tomaba distancia de lo espectacular hasta en las escenas de destrucción. Toda la iconicidad ya estaba ahí, a la vista, pero las atmósferas eran pausadamente tensas, lo que indicaba también la capacidad del estudio Toho para leer una actualidad ciertamente inestable. El cine japonés, de hecho, interpelaba las inquietudes de su cultura, las reproducía y a la vez las construía. Ese diálogo hacia adentro era el puente para crear un personaje que fue cimentando un fanatismo universal. Es que, aun con la arrogancia que podemos exhibir, todos tememos un poco a una naturaleza a la que creemos que podemos manipular, pero que está siempre lista para advertirnos que ella tiene el control. Puede hacerlo con un terremoto, un tornado, un huracán, un maremoto…o una bestia extraña, aterradora e indestructible, un auténtico rey de los monstruos que nos exhibe las consecuencias sobre nuestras deformes acciones.

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