Por Rodrigo Seijas
ATENCIÓN: SPOILERS
Luego de presentar con eficacia a los Susurradores y su líder Alpha en Omega y Bounty, The walking dead busca seguir escalando las tensiones con los nuevos antagonistas en Guardians. Los resultados son dispares, porque esta vez las situaciones no llegan a tener tanta potencia, aunque no dejan de presentarse unos cuantos elementos atractivos, donde lo romántico juega un papel relevante.
La serie se permitió volver a Alexandria, donde los choques y dilemas estuvieron marcados por cuestiones lindantes con lo ético, moral y hasta directamente político. Por un lado, Michonne teniendo que lidiar no solo con los reclamos de Gabriel para que sea más flexible en los vínculos con otras comunidades como el Reino –que, según parece, está cerca del colapso- y con los planteos del Consejo; sino también con los intentos de Negan para tener un rol más relevante dentro de la comunidad; y hasta la rebeldía de la niña Judith, que pareciera querer repetir los acercamientos de su hermano Carl con el ex líder de los Salvadores. O sea, una crisis de liderazgo para el personaje, que solo de a ratos se muestra interesante.
Quizás no estuvo mucho mejor desarrollado, pero toda la subtrama referida a las dudas de Gabriel sobre cómo acompañar a Rosita en su embarazo tuvo su dosis de sorpresa y hasta ternura. Pero no por parte de Gabriel, demasiado abrumado por los múltiples inconvenientes que afronta, sino de Eugene, que se admite a sí mismo como el gran perdedor de toda la situación –al estar enamorado de Rosita pero sin chances de conquistarla- y por eso tiene la claridad suficiente para mostrarle a Gabriel que, pase lo que pase, tiene que estar al lado de Rosita. Muy posiblemente a Gabriel le toque compartir la paternidad con el padre biológico que es Siddiq, y habrá que ver cómo la serie le va dando entidad a esa nueva familia un tanto disfuncional.
Lo más movilizador estuvo nuevamente por el lado de los Susurradores, aunque ese conflicto tuvo un desarrollo un tanto cansino, como si se hubiera contagiado del ritmo de caminata del grupo de antagonistas. Aun así, se pudieron ver dinámicas atrayentes en ese vínculo de sometimiento y a lo sumo tibia rebeldía entre Alpha y su hija Lydia; que se complementó con la relación de Alpha con ese ayudante todo-terreno que es Beta; y el alzamiento de dos integrantes de su bando, que cuestionan su liderazgo, aunque Alpha resuelve esto de manera práctica y brutal.
Claro que todo lo anterior pareció una mera excusa para darle espacio a lo que verdaderamente le está interesando contar a la serie en este tramo, que es la relación al estilo Romeo y Julieta que se entabla entre Lydia y Henry. Él va a su rescate, sigue a los Susurradores, pero estos lo detectan y apresan, colocando a Lydia en una posición complicada. Si ya Alpha desconfiaba de su hija, su forma de ver si puede recuperar la fe en ella es –una vez más- práctica y brutal: le ordena que mate a Henry, porque si no la cosa se le va a poner fea. Sin embargo, justo entran en escena Daryl y Connie, rescatando a Henry y, de paso, llevándose a Lydia con ellos. Las consecuencias de esta última acción con la que cierra Guardians es obvia: se viene una guerra entre Montescos y Capuletos, por motivos muy personales.