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Máquinas mortales

Título original: Mortal Engines
Origen: Nueva Zelanda / EE.UU.
Dirección: Christian Rivers
Guión: Fran Walsh, Philippa Boyens, Peter Jackson, sobre la novela de Philip Reeve
Intérpretes: Hugo Weaving, Hera Hilmar, Robert Sheehan, Jihae, Ronan Raftery, Leila George, Patrick Malahide, Stephen Lang, Joel Tobeck, Frankie Adams, Colin Salmon, Caren Pistorius, Stephen Ure
Fotografía: Simon Raby
Montaje: Jonathan Woodford-Robinson
Música: Junkie XL
Duración: 128 minutos
Año: 2018


4 puntos


A MEDIA MÁQUINA

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

La trilogía de El señor de los anillos hizo que la carrera de Peter Jackson diera un giro de 180 grados, y de aquel joven realizador indie de cine de fantástico (Mal gusto, Meet the Feebles) sólo quedan ciertos temas y texturas en películas gigantes, intentos por simular y sostener un espacio perdido dentro del imaginario del gran público. El diseño de megatanque que aquellas películas ayudaron a construir (sobre su base se repitieron incontable cantidad de sagas y épicas) es sobre el que Jackon pretende dar cada nuevo paso, incluso cuando quiere contar un drama más intimista como el de la fallida Desde mi cielo. El punto más bajo de la experiencia es su agotadora trilogía de El hobbit, donde se repetía pero ya sin la gracia ni la frescura de su primera adaptación de Tolkien. Y si bien Máquinas mortales en verdad está dirigida por su habitual colaborador Christian Rivers, es un producto ciento por ciento Jackson (guiona y produce), un nuevo ejemplo de relato gigantesco que intenta imponerse por la prepotencia de su diseño de producción. No lo logra.

Máquinas mortales está basada en la serie de libros de Philip Reeve, una fantasía con elementos de steampunk que imagina una distopía en la que el mundo se dirige a su extinción y las grandes ciudades avanzan sobre el planeta como veloces e infernales vehículos. Gran idea de los libros, que habilita la imaginación y que permite elaborar un concepto visual arrollador como el de esta película, que toma bastante de la saga Mad Max para desarrollar un espacio polvoriento en el que los poderosos cazan a los más pobres. Esa idea se pone en práctica en la notable secuencia de arranque, que no de gusto era la que los tráilers nos anticipaban para engancharnos. Allí Rivers demuestra tener el talento narrativo para que vayamos descubriendo el funcionamiento de un universo a puro movimiento, pero además un ojo atento para el gran espectáculo. Mientras las máquinas avanzan, se persiguen o intentan escapar, y los personajes se definen por sus acciones, Máquinas mortales funciona. Claro, la ilusión dura apenas unos minutos.

Una vez que Londres (la gran urbe sobre ruedas de la película) engulle a su presa y que los vínculos entre los personajes comienzan a hacerse explícitos, el film de Rivers empieza a perder fuerza. En primera instancia porque la alegoría sobre el mundo es lo suficientemente gruesa como para resultar demasiado obvia, pero además porque los personajes se convierten en meras herramientas del guión para explicar situaciones que no parecen poder explicarse por medio de la imagen o la acción. Así, Máquinas mortales queda a merced de sus secuencias de acción, que se tornan cada vez más ruidosas y menos fascinantes. Tal vez la excelente secuencia de arranque deja al desnudo que el valor de la película era meramente gráfico: descubrir ciudades gigantescas con ruedas avanzando sobre el desierto, la caza de pequeños poblados movilizados en maquinarias más rudimentarias, un aire putrefacto y un clima tenso. Todo eso, que es verdaderamente estimulante, lo vemos en diez minutos. Y sin la presencia de personajes carismáticos, la película se diluye porque todo lo interesante estuvo resumido y sintetizado en esa sola escena. Lo que resta no es mucho más que un culebrón medio berreta con venganzas familiares y villanos que quieren un poder absoluto.

Claro que hay otras cosas atractivas en este relato de más de dos horas basado en una extensa saga literaria. Por ejemplo, el personaje de Shrike, una suerte de zombie robótico que sintetiza los dos extremos de la película: por un lado la gran imaginería visual que despliega en ocasiones, pero también lo maniqueo de un guión que parece querer abordar todo sin saber muy bien cómo contenerlo. El desarrollo de este personaje, que da la impresión de ser un relato dentro de otro relato, es una demostración de la confusión general por la que anda Peter Jackson: su historia se extingue exigiendo del espectador una emoción que nunca se construye en la pantalla. Y del guión lo podemos culpar a él, autor de un chiste muy divertido que incluye a los minions pero que no tiene correlato con el tono del resto de la historia. Otro antojo de don Jackson, que viene dilapidando la fortuna (monetaria y artística) que supo edificar con nobles recursos. Máquinas mortales es una película que carece del nivel del locura que sus ideas principales, aquellas que aparecían en el papel, elucubraban.

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