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Soberbia (1942)



ÉTICA Y MORAL SEGÚN WELLES

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

En apenas dos años, entre 1941 y 1942, la figura de Orson Welles se presentó en el ámbito cinematográfico con dos obras tan magníficas como polémicas: El ciudadano y Soberbia. Pero si la primera tuvo una enormidad de factores conflictivos relacionados con las alusiones a la vida de William Randolph Hearst, la segunda marcó el destino a futuro de Welles como una personalidad artística contradictoria, que a cada rato chocaba con estudios y ejecutivos, pero que al mismo tiempo siempre se las arreglaba para conseguir financiamiento para sus proyectos.

Pero Soberbia es más que la crónica de un director enfrentándose con Hollywood en su conjunto: es también un film donde Welles continúa y consolida una visión ética y moral sobre el mundo, pero también sobre el cine, el arte de narrar y hasta la posición de un artista a la hora de construir un universo determinado para los personajes que va desplegando. Es una especie de cátedra, de diatriba personal, pero donde lo lúdico es un componente fundamental, porque Welles siempre fue un tipo tan ácido como juguetón, aún cuando lo que está contando es un melodrama hecho y derecho, donde las categorías de individuo, familia, alta sociedad, tradición, pasado y presente son puestas en crisis.

Entonces en Soberbia hay tragedias y miserias, pero también humor y una velocidad narrativa inusual, lo que conecta con el estilo de John Ford, al que Welles tenía como referente y modelo a seguir ya cuando hizo El ciudadano. Claro que había un componente extra de autoconsciencia, de meta-lenguaje y de explicitud del artificio, en un relato que siempre se está interrogando a sí mismo, poniendo en crisis su propia naturaleza discursiva y entablando un diálogo constante con el espectador. Ver Soberbia es como estar dentro de una máquina y observar cómo accionan todos sus engranajes; o poder distinguir las distintas clases de asociaciones que hace un creador cuando va configurando dentro de su mente las imágenes que cimentan un mundo.

Por eso es que Soberbia es un film que funciona como fuente de análisis y discusiones no solo dentro del campo cinematográfico, sino del artístico en general e incluso el científico. Es la puesta en imágenes de las modalidades por las cuales se construyen mitos, leyendas, historias, investigaciones y hasta simples anécdotas; es una adaptación (está basada en una novela de Booth Tarkington) consciente plenamente de su estatus y que deja a la vista sus recortes; y es una película que funciona en tándem con El ciudadano, como una continuación temática, que luego se haría sistema en otras obras de Welles, como Macbeth, Falstaff – Campanadas de medianoche y El proceso, hasta llegar a extremos impensados con F de falso.

Esa sistematicidad que se iba consolidando en Soberbia indicaba, como veníamos diciendo, una esencia ética y moral: la convicción plena de que el arte debía ser una sacudida constante, puentes de sentido quemados, paradigmas quebrados y acumulación de guiños por doquier. Welles, con Soberbia, ya dejaba en claro que en el drama siempre había humor colándose y que él no temía hacer bromas de todo tipo, por más que a muchos les cayeran muy pesados sus chistes.

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