LA NOCHE DE BRUJAS MÁS TEMIDA
Por Henry Drae
No puedo dejar de ser un poco autorreferencial al escribir sobre Noche de brujas (Halloween, 1978). Principalmente porque es una de las primeras películas de terror que vi en el cine (en un glorioso doble programa con su segunda parte, como si hubiesen sido de producción simultánea al estilo Grindhouse), y también por ser una de las que más veces vi sin arriesgar un número por lo vergonzante de la situación.
Noche de brujas es una de las realizaciones más emblemáticas del cine de John Carpenter, en parte debido a que logró la conjunción perfecta entre el suspenso propio del slasher (género de puñaladas a discreción sobre adolescentes en pecado), las ambientaciones con los claroscuros perfectos (gracias a la herencia de los giallo de Dario Argento y a la pericia del director de fotografía Dean Cundey) y la música del propio director, esa pegadiza y martirizante cortina que además de ser el tema principal, se convertía en el inductor de climas a modo de melodía incidental con muy pocas variantes a lo largo de todo el metraje.
La historia es bastante simple: un niño con evidentes problemas emocionales decide asesinar a cuchilladas a su hermana en la noche de Halloween y luego es internado en un centro psiquiátrico de por vida. Treinta años después aprovecha la visita del doctor a cargo para escaparse una noche lluviosa y completar una buena tanda de asesinatos en Haddonfield, su pueblo de residencia, para celebrar a su modo una nueva noche de brujas.
Michael Myers, homónimo del célebre comediante, es el nombre del asesino que lleva una máscara blanca del capitán Kirk de Star Trek -ya un ícono en esa época, popularizado por William Shatner-, y un mono de mecánico robado a una de sus víctimas. De andar cansino, sin necesidad de correr para acechar a sus víctimas, esa encarnación del mal que tanto y tan bien se encarga de describir el doctor Loomis (un impecable Donald Pleasence), no dejó de ser inspiración para varios villanos deshumanizados, que van desde el también mítico Jason Voorhees de Martes 13 que llegaría años después, hasta el indestructible Terminator de Schwarzenegger, que no pasa la prueba de una comparación cuadro a cuadro entre asesinos que se llevan todo por delante como si el mundo entero sólo los rodeara, poniéndoles algunos obstáculos molestos para dificultar que cumplan su objetivo y nada más.
En contra puede decirse que tiene mucho de naive, sobre todo en el comportamiento de las víctimas y su predisposición a ser masacradas, y también en el del mismo asesino que se vuelve increíblemente torpe e impreciso con su último objeto de deseo.
La secuela inmediata, Noche de brujas 2, no cuenta con la dirección de Carpenter aunque se encarga de retomar la historia en el mismo momento en que termina la anterior y sigue el acecho de Mike a la sobreviviente Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) y si bien no está a la altura de su precuela, contribuyó a engrandecer el mito. Rob Zombie se encargó de reversionar la historia y aunque no puede decirse que hizo un mal trabajo, no logró reinstalar el fenómeno Halloween en las dos entregas que dirigió -la segunda en tono bastante lisérgico, hay que destacar-. Y pronto se viene una nueva, que creemos oficiará de cierre, coincidente con el 40 aniversario, con la dirección de David Gordon Green y el regreso de Curtis como Laurie Strode. Pero es mi deber anticiparles, con total y fundado prejuicio, que la única noche de brujas a la que hubo que temer, fue la de aquel 31 de octubre de 1978.