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El culto de Chucky

Título original: Idem
Origen: EE.UU.
Dirección: Don Mancini 
Guión: Don Mancini  
Intérpretes: Alex Vincent, Brad Dourif, Fiona Dourif, Matthew Stefanson, Michael Therriault, Zak Santiago, Ali Tataryn, Marina Stephenson Kerr, Adam Hurtig, Grace Lynn Kung, Elisabeth Rosen, Jennifer Tilly, Summer H. Howell, Tom Anniko, Christine Elise 
Fotografía: Michael Marshall 
Montaje: Randy Bricker 
Música: Joseph LoDuca
Duración: 91 minutos
Año: 2017


6 puntos


EL CHARLES MANSON DE LOS MUÑECOS

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Si en La maldición de Chucky Don Mancini apostaba decididamente al terror, buscando generar verdadero temor e inquietud en el espectador, pero terminaba fallando, El culto de Chucky -editada en el mercado hogareño por el sello SBP- da la impresión de ser una vuelta a cierta tonalidad paródica ya muy presente en La novia de Chucky y La semilla de Chucky, aunque sin dejar de coquetear con lo horroroso.

El vehículo para atemorizar es en este caso un asilo para dementes. Allí ha quedado confinada Nica (Fiona Dourif) durante los últimos cuatro años, bajo un tratamiento que lentamente la ha convencido de que fue ella, y no Chucky (voz de Brad Dourif), quien asesinó a su familia. Sin embargo, cuando su psiquiatra (Michael Therriault) apela como herramienta de tratamiento grupal al clásico muñeco “Goody Guy”, las muertes y hechos extraños empiezan acumularse en el lugar y Nica empieza a dudar de cuán psicótica es después de todo. Mientras tanto, Andy (Alex Vincent), el eterno enemigo de Chucky ya adulto, va al rescate, pero está también Tiffany (Jennifer Tilly) haciendo su propia movida en pos de ayudar a su querido muñeco diabólico.

Como se ve por el argumento, Mancini en El culto de Chucky acumula una multiplicidad de elementos, que incluyen referencias y conexiones con anteriores entregas de la saga, introduciendo también como factor una serie de giros que podrían vincularse con esa secuela perfectamente hiperbólica que fue Aliens. Más es mejor, piensa Mancini, y pisa el acelerador a fondo, lo cual en unos cuantos momentos le sale bien: hay secuencias, como la del arranque, que son retorcidamente divertidas y atemorizantes a la vez, y que encima pone en un lugar bastante problemático a los antagonistas de Chucky y supuestos héroes de la historia.

Probablemente ese sea uno de los rasgos distintivos de El culto de Chucky: no hay héroes o heroínas, y todos los personajes son, en mayor o menor medida, antipáticos o hasta directamente un poco soretes. Eso se ve potenciado por ese espacio limpio, blanco, clínico, pero también opresivo que es el asilo: si Nica no puede salir del encierro, Andy lo busca (aunque sea a su pesar) y la confrontación no es tanto física (por más que haya unas cuentas escenas sanguinolentas) como mental. La ambivalencia y el tono ambiguo que delinea el film  –y que incluye un desfile de personas sumamente erráticas y desconcertantes- es atractivo pero también desparejo. La impresión es que Mancini es ambicioso, quiere contar muchas cosas pero no termina de saber bien cómo hacerlo.

De ahí que El culto de Chucky tenga unos cuantos desniveles narrativos y que las vueltas de tuerca del final sean un tanto arbitrarias. Pero claro, no puede olvidarse que estamos ante una saga que ha hecho de la arbitrariedad la regla permanente y principal. A esta altura del partido, Mancini interpela a un público muy particular y la autoconciencia de haber construido una pequeña franquicia de culto llega hasta el extremo de incluirla en el título. Tómalo o déjalo, nos dice el realizador. O estás con Chucky, o contra Chucky, un muñeco que logró algo similar al recientemente fallecido Charles Manson: ya tiene su propia secta.

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