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Recapitulación de Twin Peaks: Parte 9

LAS RAZONES DE GARLAND BRIGGS

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocola)

Atención: hay spoilers

Todo el mundo (si se me permite este tipo de generalizaciones) habló del capítulo anterior. Se hicieron lecturas desde el desconcierto, se tejieron hipótesis y asociaciones de diversa índole, y fundamentalmente se destacaron las bondades cinematográficas de una secuencia de imágenes que poco le deben a la televisión. En algún sentido, la serie recuperó su condición de culto y reactivó el comentario de los fans como forma discursiva privilegiada, dos signos característicos en las temporadas emitidas en los primeros años de los noventa. El otro puente que puede establecerse es que esta tercera emisión exacerba el esoterismo que Frost le imprimía en su momento y que hoy cuenta con el apoyo visual de Lynch en todos los capítulos. Por eso, tal vez, asome nuestra ansiosa racionalidad por saber de qué modo convergerán todas las aristas abiertas. Estamos en la mitad de la vida de Twin Peaks (2017), como Dante en La divina comedia, pero sin Virgilio para que nos guíe. Por fortuna, podrán decir varios.

Es muy difícil superar lo visto en el capítulo ocho y es lógico (si se me permite ese término poco apropiado para el universo que nos compete). Por ende, esta emisión es una plataforma desde la cual se continúan sumando cabos e interrogantes. Pero a la vez, es una confirmación de ciertos aspectos que parecen no tener retorno. Por ejemplo, da la sensación de que varios personajes originales están destinados a breves apariciones, como una versión distorsionada de su naturaleza original. Entre ellos, Ben Horne, cuyo semblante lejos está de ser el del Don Juan corrupto que regenteaba el Gran Hotel del Norte, espacio que ahora deviene espectral, vacío, carente de vida, donde apenas hay luz y se escucha un extraño zumbido. Ben ha quedado lejos del seductor compulsivo e interesado y ofrece una performance apacible que se da el lujo de rechazar a su secretaria. Ni que hablar de su hermano, el verborrágico Jerry, convertido en un hippie alucinado perdido en medio del bosque. Las cosas funcionan así en esta versión, como un antídoto mortal para todos aquellos que esperaban a personajes en su estado primigenio (el otro caso paradigmático es el de Bobby: de joven rebelde al estilo de James Dean a empleado de la policía local). La nostalgia es rechazada de entrada. No solo los créditos iniciales y la música de Badalamenti fluyen con rapidez sino que visual y conceptualmente esta versión de la serie es el otro lado abominable de la original y son mínimos los resquicios para que asomen algunas pinceladas que remiten a aquella época.

Frente a ese particular estatismo que recorre a las figuras del pasado se erigen nuevos rostros y cuerpos infectados que presagian lo peor. Lynch y Frost los vienen diseminando en cada emisión y el RoadHouse parece ser el lugar en el que un infierno encantador exhibe atrocidades venideras. ¿Qué se puede esperar sino del diálogo que mantienen dos pibas curtidas, con los dientes podridos y un sarpullido filmado en primerísimo primer plano debajo del brazo de una de ellas? La inclusión de las mujeres se añade a una galería de seres perdidos en recovecos siniestros, olvidados e inmersos en la profundidad de un sistema cuyo esplendor brilla por su ausencia.

Uno de los atractivos del proceso compositivo de la trama es su apertura y la posibilidad de incorporar el azar o la aparición inesperada de situaciones que ponen a determinadas criaturas en un plano inimaginable a priori. El caso del mayor Garland Briggs es elocuente por la dimensión que cobró en la historia. En este capítulo, sin ir más lejos, hay información determinante para comenzar a unir piezas con respecto a los asesinatos planteados. Los hechos que involucran a su persona sirven para unir hilos entre espacios y personajes diferentes, sobre todo porque Briggs también ha quedado atrapado en una dimensión similar a la de Cooper, a juzgar por el jugoso interrogatorio que le hacen a Hastings, el acusado. Hay revelaciones, secretos que guardó Briggs, con la esperanza de que fuesen descubiertos y descifrados, y en eso están los policías y detectives de esta temporada.

El resto de las escenas extienden un abanico de misterios fascinantes que seguirán inaugurando conjeturas. Sin ellas, Twin Peaks no existiría, pues su fortaleza es derribarlas de un plumazo. Mientras tanto, Douggie mira al vacío, cómodamente adormecido, y esboza algunas repeticiones.

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