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Recapitulación de The walking dead: The distance

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

the_walking_deadATENCIÓN: SPOILERS

Muy buen episodio de The walking dead, que por ahí, cuando pase el tiempo, no va a estar entre los más recordados ni es de los que mayor impacto tienen, pero posee la cualidad de mantener atentos a los habituales fanáticos y a la vez interpelar a los que no son habitúes. Son de esos con capacidad de llegar a cualquiera, incluso al que está viendo la serie por primera vez.

Y eso no deja de ser llamativo en un capítulo como The distance, que hace foco en ese enigma que es Aaron, un joven que parece demasiado pacífico, demasiado comprensivo con el grupo de protagonistas, en especial –y sorprendentemente- con Rick, quien como líder protector de la manada está esperando permanentemente que todo sea una trampa, como lo fue antes Terminus, y que no vacila en darle un buen puñetazo o amenazarlo de muerte. Aún así, Aaron no se ofende y hasta le ofrece comida para el bebé. ¿Por qué?

Rick tiene miedo, es cierto, pero principalmente no sabe cómo volver de esa desconfianza, de ese temor eterno que se ha convertido también en un estilo de vida, con sus particulares comodidades. La distancia de la que habla el episodio tiene un significado literal –el trecho que deben recorrer hasta esa tierra prometida que les promete Aaron- pero también la distancia desde la suspicacia hasta la esperanza, desde el temor hasta la seguridad, desde el acostumbramiento a la infelicidad hasta la posibilidad de permitirse ser feliz. Los protagonistas vuelven a preguntarse si es posible salir de todo ese horror, de esa prisión permanente que es el universo en el que viven, a tal punto que un probable lugar de bienestar fue en algún momento una cárcel. Eso es algo que los mismos espectadores nos venimos preguntando hace rato: ¿esta gente va a poder en algún momento ser feliz?

¿Pero y Aaron, ese tipo en el cual, si antes lo hubiéramos visto como parte del grupo, nos caería re simpático, pero ahora nos genera suma desconfianza, al igual que a Rick? Pobre Aaron, que tiene los mismos miedos y necesidades que todos los demás, que ofrece todas las pruebas necesarias y hasta un poco más, que se asusta como cualquiera cuando el auto en el que va con Rick, Michonne y Glenn choca contra un grupo de zombies –una excelente secuencia, con un gran uso de la sangre en función de lo que se puede ver y no dentro del vehículo- y que encima está enamorado de un tal Eric, quien, herido en una pierna, se une al resto del grupo. Es la primera vez que la serie aborda la homosexualidad –ya era hora- y lo hace con un cariño y soltura que mal no le vendría a un par de unitarios argentinos.

Pobre Aaron, que es tan buen muchacho. ¿Pobre Aaron? ¿Es tan bueno como dice ser?

Mientras tanto, The distance termina en el momento justo, en ese punto exacto donde Rick se permite, por primera vez en mucho tiempo, confiar, dar el salto al vacío, incluso permitirse equivocarse. Como bien le dice Carol: “incluso aunque te hayas equivocado, estuviste bien”.

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