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El hobbit oscuro: miradas y violencias

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

anita_ekberg

ANITA EKBERG: Hace ya más de dos semanas que se nos fue Anita Ekberg, que pasó a la historia por su papel en La Dolce Vita, o más bien, por la famosa escena en la Fontana di Trevi, que fue adquiriendo un carácter icónico. No deja de ser una pena que cuando se recuerde esa secuencia se lo haga de manera casi objetual, haciendo referencia más que nada a la increíble sensualidad de Ekberg, cuando en la escena había muchos más elementos puestos en juego. Federico Fellini no era ningún tonto, era un cineasta que no sólo pensaba su tiempo sino también lo audiovisual a futuro y hasta supo anticipar determinadas reacciones y recepciones respecto a esa escena, que reflexionaba desde la propia creación sobre la objetualización e iconicidad, la mirada masculina sobre el cuerpo femenino y el propio sujeto femenino sabiéndose observado e incluso adorado por la masculinidad. Pero ese plano de Ekberg ahora prácticamente congelado en la adoración también era un resumen de todo un conjunto de tesis en el film, que indagaban en la construcción de Roma como una ciudad-espectáculo, donde todo era real y falso a la vez; del poder de determinados relatos para crear imaginarios indestructibles; y de todo un entramado donde el star-system, aún en su decadencia, es capaz de seguir fascinando a la intelectualidad, que es en verdad la que sigue sosteniendo ese mismo artificio que critica. Fellini se cuestionaba a sí mismo, a su propia clase y sector de pertenencia, obligándonos como espectadores a hacer lo mismo. No deja de llamar la atención que la mirada actual sobre La Dolce Vita y Ekberg, incluso desde muchos sectores pretendidamente intelectuales, eluda estas cuestiones, sin pasar de la mirada banal, y por ende violenta.

 

charlie_hebdoCHARLIE HEBDO: la violencia fue siempre profesional pero también empieza a serlo la mirada, aunque sea casual. Ver las grabaciones espontáneas de los ataques terroristas en París era llamativamente como asistir a un fragmento de un film de Michael Mann. No sólo por el profesionalismo brutal, frío y despiadado de los homicidas, sino también por el de los observadores casuales, capaces de encuadrar con precisión y criterio, llevando a un entendimiento absoluto de los hechos. El público ha sido domesticado por la violencia de las imágenes de la televisión y el cine, y a su vez entrenado por los dispositivos móviles que pasaron a formar parte de su vida. El resultado es un nuevo periodismo, una nueva capacidad de registrar el momento incluso desde una ubicación marginal, incluso un nuevo cine y una nueva televisión, concebida en la calle, desde el más puro realismo. Aunque quizás el término “real” es también puesto en crisis por estas imágenes, que son un recorte, una selección audiovisual de lo que pasó. Las instancias de mediación siguen presentes y las imágenes, por más que nos impresionen, que nos sacudan, lo hacen desde cierta lejanía, desde una distancia que nos aterra pero paradójicamente, también nos tranquiliza. Francia está cerca y lejos a la vez.

 

whiplashHOLLYWOOD: el cine y la televisión estadounidense producen y reproducen violencias, construyen imágenes cargadas de violencia, piensan las violencias, forman espectadores habituados a distintos tipos de violencias. Las violencias son muchas, no son una categoría homogénea y se expresan de distintas maneras, provocando a su vez acciones y reacciones. Hollywood siempre supo eso y consiguió llevarlo a las pantallas con inteligencia, incluso con sensibilidad, pero también con astucia y hasta perversidad. Ahí tenemos entonces la violencia del mito moderno de Francotirador, con su héroe convertido en ícono, como estampa con dos reversos, el del hogar y el de la guerra, contemplado con fascinación, empatía e identificación por sus compañeros, con estupor y angustia por su esposa. Ícono que a su vez se convierte en blanco de un enemigo personificado en otro individuo como él, en una especie de Doppelgänger, de doble con la misma carga mítica pero desde el otro bando. O la violencia de juguete de Sin control, que pide casi a los gritos que no se la tome en serio, porque todo en ella es puro artificio. O esa violencia vacía, superficial, sin el mínimo atisbo de reflexión, pero también tramposa, porque después pide identificación y comprensión por parte del público, como en Corazones de hierro y Búsqueda implacable 3. O la que estéticamente se identifica con la literatura pulp, pero que asimismo sabe ir cimentándose en las historias pasadas y presentes de los personajes, en el producto de las experiencias y el paso del tiempo, como en la serie Banshee. O la de Whiplash (que ya fue analizada en este sitio acá y acá), que pone a dialogar los géneros de aprendizaje y el deportivo, poniendo en crisis la relación maestro-alumno, desmitificándola, deconstruyéndola, sacándola de ciertas idealizaciones, aunque en el medio lo que pareciera ir afirmando es una especie de pedagogía del dolor, siempre con un trabajo subyugante y arrollador en el montaje, la música, el sonido e incluso los diálogos, pero con unos personajes que sólo están destinados a cumplir con esquemas funcionales a una trama tan ingeniosa como arbitraria, aunque no por eso menos seductora (¿Qué pensar de Whiplash? ¿Es maravillosa o repugnante? Lo que sí hay que admitir es que es indudablemente estimulante).

 

cristina_fernandezESTADO: se murió Nisman y el gobierno nacional inauguró un nuevo capítulo de su problemática relación con el dolor y la pérdida a través de las imágenes, o la falta de ellas. Ya habíamos tenido los diez días ausentes del Presidente Néstor Kirchner luego de Cromañón; la utilización y manipulación política de la muerte de Mariano Ferreyra; la Presidente Cristina Fernández saliendo a hacer acto de presencia cinco días después de Once, para proclamar el famoso “vamos por todo”; y otra vez la Presidente, durante las inundaciones de La Plata, hablando sobre sus propios padecimientos de juventud, sobre cómo a ella durante una inundación anterior el agua le había llegado a las rodillas, frente a gente que había perdido todo.  Pero como sin dos no hay tres, ahí tuvimos la cadena nacional con su búsqueda por crear un imaginario de piedad, pureza y victimización: el encuadre para abarcar todo el cuerpo, la silla de ruedas, el vestido de blanco papal, la foto del ser cercano fallecido a centímetros. Una composición muy cuidada, muy pensada, aunque eso no quita que sea burda, banal, incluso abyecta y reveladora de un poder político incapaz de empatizar con la pérdida que no sea propia. Así, lo que queda consolidado es un Estado que tiene demasiado aceitados diversos mecanismos de violencia. Uno de ellos es la imagen, el discurso audiovisual. El ciudadano espectador permanece como contemplador pasivo de esa violencia.

 

PÚBLICO: pero claro, a veces ese ciudadano no se queda pasivo y actúa, también de manera violenta, como si esas imágenes violentas que contemplara hubieran formado su conducta hasta los huesos. Para comprobar eso, no viene mal chequear los comentarios acá y acá. El público se queja por sentirse herido en su gusto, pero la única forma en que parece que puede interpelar al crítico es a través del insulto y el agravio: “no está libre de sospecha”, “le falta mucho cine”, “destila amargura”, “te falta fútbol”, “estúpido”, “pobre tonto”, “no sos nadie”. Da para preguntarse cómo reaccionarían si se le contestara en los mismos términos. ¿Las películas generan esto? ¿Somos los críticos solamente los causantes? ¿Habrá un espectador suficientemente formado para plantear la discusión desde otro lugar, con otras formas? Son preguntas que merecen una discusión aparte, lo más coherente posible.

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