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Verano en febrero

summer posterTítulo original: Summer in february
Origen: Inglaterra
Dirección: Christopher Menaul
Guión: Jonathan Smith
Intérpretes: Dominic Cooper, Dan Stevens, Jane Cussons, Daphne Neville, Mia Austen, Hattie Morahan, Max Deacon, Shaun Dingwall, Michael Maloney, Emily Browning, Tom Ward-Thomas
Fotografía: Andrew Dunn
Montaje: Chris Gill, St. John O’Rorke
Música: Benjamin Wallfisch
Duración: 100 minutos
Año: 2013
Compañía editora: AVH


6 puntos


Un veranito amable

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

summer unoYa le deben quedar pocos artistas históricos a los británicos de los cuales hacer películas, sacando a la luz historias no del todo oficializadas o, al menos, conocidas parcialmente. El de Verano en febrero es un nuevo caso, aquí teniendo en el centro al pintor AJ Munnings -reconocido por sus retratos de caballos, y por repudiar el modernismo- y el triángulo amoroso que integró con la estudiante de arte Florence Carter Wood y el militar Gilbert Evans. El film de Christopher Menaul se centra en ese mundo de bohemios empedernidos del período denominado “eduardiano” (comienzos del Siglo XX) y trabaja con parsimonia una tragedia romántica que carece de nervio, aunque se agradece su militancia por el romanticismo alejado de todo cinismo.

Munnings (Dominic Cooper), artista díscolo, recorre bares y fiestas del círculo intelectual recitando poesía, y evidenciando su falta de academicismo: se burla de hombres que hablan de un poeta persa sin recordar una sola frase de su obra. Para él, el arte es algo visceral, se debe sentir, y debe capturar lo intrínseco-humano. Es un poco el estereotipo del artista implosivo, imprevisible, que el cine ha retratado desde siempre. En sus garras cae Florence (Emily Browning), quien más allá de tontear con el militar Evans (Dan Stevens), se siente atraída por este hombre que promete emociones más arriesgadas, y con quien finalmente se casa. En ese sentido, Verano en febrero no sorprende y transita el viejo dilema de aquella que se siente tironeada entre el orden o la aventura. En ese marco, la película juega sus piezas con prolijidad aunque sin demasiado riesgo.

Tal vez el mayor logro de Menaul sea el de no caer ante la seducción del contraste de claros y oscuros. Tanto Munnings como Evans poseen su lógica, y la película les permite expresarse por fuera de la villanía habitual en que caen las tragedias románticas más afectas al melodrama (de hecho, el Munningns que muestra el film puede ser un tipo brillante y a la vez arrogante). Lo que sí, en esa apuesta al clasicismo que tiene el director, se pierde algo del orden de la pasión. Browning no es la actriz más carismática del universo y su química con los amantes en cuestión es más bien nula. Este es un elemento demasiado negativo que termina limitando la potencia de la última media hora del film, cuando su mirada sobre el arte (que no sale del lugar común) deja paso a lo que le importa al relato: el amor y sus complicaciones vinculadas con la individualidad de los hombres.

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