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El hobbit oscuro: Qué decir sobre The interview (o Una loca entrevista)

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

entrevistaMex Faliero lo había dicho previamente en su cuenta de Facebook: Una loca entrevista (The interview es su título original) está bastante bien, aunque no es lo mejor de la dupla Seth Rogen-Evan Goldberg. El problema es que con todo el escándalo vinculado al hackeo a Sony y las amenazas de un acto terrorista por parte de un grupo supuestamente vinculado a Corea del Norte, iba a ser vista por error por mucha gente que inevitablemente la iba a odiar. Dicho y hecho. Por eso, no viene mal aclarar algunas cositas.

Rogen y Goldberg, a pesar de que vienen desarrollando prolíficas carreras desde hace un rato largo y la mayoría de sus filmografías han llegado a los cines nacionales, siguen siendo prácticamente desconocidos, ignorados y hasta malinterpretados por buena parte del público argentino. Ahí es cuando debería entrar en juego la crítica de cine de nuestro país, aportando elementos –a favor o en contra, sobre gustos no hay nada escrito- para ampliar los horizontes de comprensión sobre estos cineastas. Pero no, ya podemos rastrear por lo menos un par de textos escritos por críticos argentinos respecto a Una loca entrevista donde se demuestra un gran desconocimiento sobre los realizadores de la película. Empezando por la focalización en Rogen como el único autor, cuando Goldberg es co-guionista y co-director, además de antiguo socio en buena parte de las producciones del actor –sin dejar de lado el aporte que tiene James Franco cuando aparece como co-protagonista-; siguiendo con la total subestimación no sólo hacia Rogen sino también a su público, como si se estuviera ante tipos que no pensaran el cine que hacen, la cultura popular que los rodea o el contexto político en el que están insertados; y terminando con el pedido (o más bien exigencia) de que en vez de tomar como foco paródico a Kim Jong-un, lo haga con Barack Obama, como si los comediantes estadounidenses tuvieran una especie de obligación moral de burlarse sólo de los líderes políticos de su propio país.

Lo cierto es que esta ignorancia prejuiciosa por parte de los críticos deja de lado que hay todo un sector de la comedia estadounidense –incluidos Rogen, Franco y Goldberg- que ha hecho humor a partir de la deconstrucción de toda clase de expresiones políticas y culturales de su país; que Kim Jong-un, como dictador que heredó el poder a través del legado paterno es una figura con muchos más aspectos dignos de ser satirizados que Obama; que Rogen, Goldberg y Franco tienen todo el soberano derecho del mundo a burlarse de quienes se les cante; y que hacen un humor que no es tonto, y por lo tanto, tampoco es inocente. La referencia a El Señor de los Anillos –el personaje de Franco diciéndole a Rogen que son como Frodo y Sam adentrándose en Mordor- es un ejemplo: ahí no sólo hay una exaltación gay del vínculo amistoso entre los protagonistas, sino también una reutilización política de la novela, considerada una de las obras literarias emblemáticas de posguerra que funcionaban como alegoría del stalinismo.

El problema de fondo en verdad no es de forma, sino de contenido: pareciera que en la Argentina no se puede pensar a la cultura estadounidense sino es desde los extremos de amor u odio. Las interpretaciones que se hacen en este caso parten de un sentimiento anti imperialista y antiestadounidense bastante bobo. La intelectualidad que se enoja con Rogen y otros comediantes de Hollywood es tan tonta como autoritaria: reclama y avala la burla hacia los Estados Unidos, pero ay si los estadounidenses se burlan del resto del mundo. Son los mismos que escriben ríos de tinta apaleando las formas discursivas hollywoodenses en la comedia y otros géneros con ramificaciones políticas, pero nunca se sientan a pensar qué hacer para mejorar las construcciones genéricas argentinas o latinoamericanas, porque sólo saben pensar (y pensarse) desde la oposición a otro muy pero muy lejano; o que critican lo supuestamente cómodos que están los yanquis criticando al resto del mundo, mientras hacen eso mismo que objetan, desde el otro lado: criticar a los yanquis, que son el blanco fácil del universo. La verdad que es una pena –aunque no deje ser irritante-, porque a pesar de la subestimación o el sentimiento anti-imperialista, los estadounidenses van a seguir burlándose del universo entero, como método de defensa y reafirmación de su identidad, pero también porque han ido afilando cada vez más sus métodos.

En base a lo dicho anteriormente, no viene mal ponerse a pensar en serio a Una loca entrevista, una película indudablemente despareja, que arranca muy bien, con una ácida mirada al periodismo del espectáculo y cómo se alimenta de cada tontería que hacen las estrellas, pero luego cae en un pozo importante cuando tiene que desarrollar la trama de espionaje en la que intervienen la CIA y las fuerzas militares norcoreanas, aunque repunta sobre el final, a partir de la secuencia de la entrevista. Allí expone su tesis y su verdadero objetivo como película política: a Rogen, Goldberg e incluso Franco no les interesa tanto exponer a Kim Jong-un –al cual evidentemente consideran suficientemente expuesto en su autoritarismo- sino analizar cómo se construyen determinados discursos desde distintos ámbitos de poder (incluso enfrentados) no sólo a través de las palabras sino también de los silencios; y cómo las figuras que encarnan esos poderes, detrás de su aparente majestuosidad, no son más que seres humanos, con sus imperfecciones, superficialidades, inseguridades y hasta traumas familiares irresueltos. En esos tramos, The interview se muestra como un film inteligente, frontal y ácido en sus formas, evidenciando la seducción que ejercen el poder, el autoritarismo y hasta el capitalismo, pero también sensible y coherente a la hora de construir los distintos personajes principales, sin juzgarlos y hasta cobijándolos con un manto de cultura pop.

Aunque en verdad Rogen y Goldberg siguen filmando la misma película de siempre: Una loca entrevista funciona por momentos como una remake en clave un poco más adulta –por la edad de los protagonistas- de Supercool, celebrando la amistad masculina como extensión –o reversión- de  la homosexualidad. Hasta se permite ir hilvanando un triángulo amoroso, a partir del vínculo amistoso entre el personaje de Franco y Kim Jong-un. Y aunque toda esta subtrama esté condicionada por la mirada política, lo cierto es que es en verdad el núcleo del film. Todo es personal, incluso en la política y en los grandes conflictos globales, parece decirnos The interview, que cuando encuentra su línea narrativa, se alimenta del cine y el espectáculo –los últimos minutos combinan el drama de amistad, el thriller periodístico y de espionaje de los setenta, y hasta el cine de acción de los ochenta- para construir su propio discurso, que merece ser analizado con seriedad y propiedad, incluso para señalar sus defectos.

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