Por Mex Faliero
Se realizó hace un par de semanas la tercera edición del Festival Unasur Cine, un encuentro que tiene al séptimo arte como obvio centro pero que se vincula -como pocos acontecimientos en el calendario anual- fuertemente con las políticas culturales del Estado nacional. En ese marco se ven películas, pero también se realizan charlas acerca de temáticas como la Televisión Digital Abierta, tal vez el mayor bastión de la gestión actual cuando de extender la cultura a lo largo y ancho de la geografía argentina se habla. Ahí es que surgen definiciones, como las del director de Política para la Equidad y el Desarrollo Social Eduardo Camus, quien sentenció: “sabemos que la vivienda es mucho, pero también mayor inclusión, educación y para acercarlos a la cultura y el arte nos pareció necesario incluir a la TDA pública para todos y todas”. La frase, en sí, no tiene nada de malo; todo lo contrario: habla de una preocupación por formar desde la cultura al ciudadano, entendiéndolo como un ser con ideas y miradas que deben ser expresadas a través de unos carriles que tienen que ser comunes. Lo inclusivo, lo anti-hegemónico, término tan de moda. El inconveniente con estos asuntos es cuando el propio discurso oficial ve torcer su sentido a partir de la acción, o de la inacción. Por ejemplo este medio, Fancinema, a través de su director Rodrigo Seijas, envió la solicitud de acreditación para participar del Festival Unasur 2014. Y no sólo que fue imposible conseguir dicha acreditación, si no que ni siquiera fuimos informados sobre el por qué del rechazo a permitirnos un espacio para cubrir la tercera edición de tan prestigioso encuentro. La igualdad de oportunidades para todos los medios, algo tan básico, resulta fundamental para la elaboración de un discurso inclusivo real: de paso, sirve de difusión para el propio acontecimiento. Lo inclusivo no alcanza con decirlo o exigírselo al otro, también hay que serlo. O, al menos, parecerlo.