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El topo


Muy Buena


Criatura teatral

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

topoLuis Cano ha sido siempre un dramaturgo en extremo consciente de los artificios que componen ese gran mecanismo representativo llamado teatro. Ver si no Hamlet de William Shakespeare, donde se interpelaba de manera permanente al público, explicitando las variables que componían la representación y las diversas significaciones que portaba el texto adaptado. Por suerte, esa consciencia no lo convierte en un cínico, sino todo lo contrario: sirve de trampolín para agregarle mayor sensibilidad a sus textos, creando una cercanía entre los personajes y los espectadores a partir del conocimiento cabal de la distancia que existe entre ellos.

El topo, la nueva pieza que escribió y dirige, es una obra que prueba de manera muy sólida lo anteriormente señalado y que crece a partir de su (aparentemente) pequeño planteo: un solo personaje, realizando un monólogo en un escenario casi totalmente despojado (apenas una discreta estructura de fondo y una silla vacía adelante del personaje), con una duración de aproximadamente cincuenta minutos. El protagonista es el topo del título, alguien a quien llaman así por un defecto físico que lo convierte en una especie de monstruo, una criatura similar a Quasimodo, el Jorobado de Notre Dame, sólo que en vez de estar confinado a una iglesia, está preso de un teatro del que nunca pudo salir.

Aunque claro, el teatro no deja de ser también un templo con sus ceremonias, representaciones y códigos particulares, los cuales salen a la luz a través del relato que va hilvanando el topo en su monólogo, que es en verdad un diálogo a dos puntas: consigo mismo, con su identidad partida, que pugna por partir, por salir del templo teatral, aunque en el fondo sabe que nunca conseguirá hacerlo; y con el espectador, que es también constructor de esa experiencia que es El topo. El público se ve enfrentado ante una narración hilvanada desde la pura oralidad y gestualidad del protagonista, que trasciende la temporalidad cronológica y el espacio visible de la representación en sí misma, poniendo en juego múltiples tiempos y espacios, creando varios personajes imaginarios que cimentan al sujeto central, exponiendo sólidamente sus motivaciones, razones, temores, virtudes y miserias.

Cano puede hablar en El topo sobre la maquinaria teatral, sobre su capacidad subyugante y sus convenciones -que nos atrapan a todos, no sólo al protagonista-, con una gran melancolía, que jamás cae en la pose de la tristeza, sino que es profundamente expresiva en su dolor, en buena medida gracias a ese rostro sincero que es Luciano Suardi. Su topo es un vehículo inmenso de creación de líneas de interpretación y de empatía con el espectador. La criatura que compone no sólo inspira piedad, sino también identificación con sus ansias -frustradas- de vivir, de lograr una autonomía imposible.

Decíamos antes que El topo podía vincularse con Quasimodo, pero lo cierto es que también encuentra puntos de unión con la criatura de Frankenstein: él también busca su libertad, imponerse a sus limitaciones, luchando contra un destino manifiesto. Y con eso todos podemos identificarnos.


Dramaturgia: Luis Cano. Dirección: Luis Cano. Intérpretes: Luciano Suardi. Diseño de vestuario: Rodrigo González Garillo. Realización de vestuario: Patricio Delgado. Diseño de escenografía: Rodrigo González Garillo. Música: Diego Vila. Zapatería teatral: Julio Dozo.Realización de escenografía: Gustavo Di Sarro. Diseño plástico: Lía Parsons. Asistencia de dirección: Mónica Benavidez. Sala: Teatro La Comedia (Rodríguez Peña 1062; Ciudad de Buenos Aires). Sábados a las 21:15 y domingos a las 20:30, hasta fin de septiembre.

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