No estás en la home
Funcinema

Contra ciertas nostalgias

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

mafalda_Ya empieza a ser costumbre que después de cada entrega de los Oscars vuelven a elevarse voces –siempre presentes- que invocan todo pasado que fue, obviamente, mucho mejor que este presente donde no se hace nada nuevo, nada original, nada realmente profundo. Y que ahora no hay nadie como Fellini, o como Buñuel, o como Hitchcock, o como Welles. Ninguno de los cineastas de importancia en este momento les llega a los talones. Y el cine está, definitivamente, muerto. No hay forma, pero estaría tan bueno retornar a gloriosas décadas como los cuarenta, los cincuenta, los sesenta. Ahí sí que se hacía cine, no meras piezas mercantiles como ahora. Son muchos los que dicen esto, no son sólo espectadores que ven un par de películas al año, sino también críticos especializados, con largas trayectorias a sus espaldas. A varios de ellos los respeto, pero quiero decirles lo siguiente: a ver…todo bien con Fellini, Buñuel, Hitchcock, Welles, son todos grandes, les debemos un montón, pero están, por si no sabían, por si no se acordaban, muertos. Se murieron, lo cual es una terrible contrariedad, pero es así, están seis pies bajo tierra. En el medio, el cine sigue vivo, mutando en diferentes formas, luchando incluso contra sus propios descendientes. Y no estaría mal recordar que eso de que el cine está muerto ha sido bastante malinterpretado a partir de su concepción más literal, y que el autor de esa frase, Jean-Luc Godard, es otro grande, pero su posición dentro del campo cinematográfico es cada vez más marginal, con culpas bastante repartidas entre un sistema al que no le interesa lo que dice el cineasta, y el mismo Godard, demasiado hundido en la pose del outsider.

Pareciera que muchos de estos nostálgicos no se dan cuenta de cuánto influye en sus opiniones la forma en que se construye el discurso histórico. En la Historia siempre, inevitablemente, se hacen recortes y selecciones. ¿Tendrán real consciencia los que se rasgan las vestiduras, recordando con lágrimas en los ojos la supuesta era de oro del cine, que ya ha quedado tan atrás, que en cada año se hacían miles de películas, pero hoy son recordadas o analizadas un porcentaje muy menor? ¿Sabrán que habían, sí, films maravillosos o cuando menos polémicos, que ahora son tenidos en cuenta, pero también muchos irrelevantes o directamente horrorosos, que nunca nadie recuperó, con lo que se perdieron en las arenas del tiempo? ¿Vieron todos los films de Welles, Buñuel, Fellini, Hitchcock o sólo una selección de destacados? Si efectivamente vieron todos sus films, ¿pueden decir con total seguridad que siempre mantuvieron el mismo nivel? ¿Se acordarán de que Hitchcock fue muy subestimado por los críticos, aún en su época de mayor éxito? ¿O de que Welles tuvo toda clase de problemas para concretar sus proyectos?

Ahora, supongamos que se realice un análisis cuasi científico por el cual, en una comparación absolutista, prácticamente imposible, se pudieran comparar las producciones totales de diversas décadas. Y que esa comparación diera como resultado que sí, que efectivamente todo tiempo pasado fue mejor. Bárbaro, ¿y qué hacemos con eso? ¿Nos seguimos lamentando como siempre, o tratamos de pensar lo que se hizo antes en función del ahora? ¿Seguimos con las efemérides o pensamos a fondo los contextos históricos? Es que la nostalgia que se viene practicando no deja de ser una forma de comodidad. Como lo que se hizo antes es tan espectacular e insuperable, no se le exige nada a lo que se produce en la actualidad, porque no hay forma, siempre va a perder. Es la derrota anticipada, la profecía autocumplida. Y es cierto que el presente perpetuo al que muchas veces nos dejamos arrastrar es en extremo perjudicial, pero la respuesta a eso no puede ser el pasado perpetuo, que termina cayendo en una vertiente absolutamente retrógrada.

En cierto modo, este discurso tan vacuo en su nostalgia, se parece bastante a la melancolía por otros tiempos a la hora de ver, pensar y analizar el fútbol. En ese campo, se invocaba permanentemente al juego de otras décadas y a equipos más grandes que la vida, como el Racing del 66, el Huracán del 73, el Estudiantes de Zubeldía, el Santos de Pelé, el Brasil del 70, la Naranja Mecánica del 74 y un largo etcétera. Y los jóvenes, los que sólo habíamos visto el inferior fútbol de los noventa en adelante, agachábamos la cabeza, porque claro, qué teníamos para decir frente a esos momentos, nombres, símbolos de lo que fue y ya no podía volver a ser. Hasta que apareció el Barcelona, que tomó un montón de cosas ya vistas para crear un estilo propio, jugar maravillosamente al fútbol y acumular trofeos como si fuera algo tan simple. De repente, el mejor equipo de la historia del fútbol mundial ya no pertenecía a la historia antigua. Era de aquí y ahora, del nuevo milenio. Y encima empezó a generar un nuevo piso de exigencia, que permitió que luego surgiera el Bayern Munich a pelearle el trono, o las selecciones de Alemania y Holanda, tratando de jugar a otra cosa, de proponer algo nuevo, yendo incluso a contramano de lo que los había precedido, o que ya muchos empezáramos a darnos cuenta de que teníamos por qué seguir soportando el paupérrimo nivel del fútbol argentino. Es cierto que la nostalgia hueca se sigue imponiendo: por algo Boca, Racing, River o Independiente salen a buscar desesperados a las viejas glorias, como si convocar a los nombres de épocas felices implicara recuperar los hechos. Y entonces muchos se siguen sorprendiendo de que las cosas no salen como se esperaban, a pesar de que volvieron Román Bianchi Cata Cavenaghi Ramón Mostaza Rolfi Pocho. ¿Nos daremos cuenta de que los tiempos cambian, que las dinámicas cambian, que todo cambia? ¿De que algunos próceres deben ser preservados y que también ellos mismos deben preservarse?

Creo que el cine actual también tiene sus Barcelonas, aunque no se noten (o no se quieran notar), de los cuales me quedo con un par de ejemplos. Admiro y reconozco lo realizado por gente como Chuck Jones, Hayao Miyazaki o Walt Disney, pero ya estoy plenamente convencido que a esta altura el legado de Pixar, cuya cabeza creativa es John Lassetter, es mayor. Esos tipos ya están en la historia grande, en base a una ética narrativa y formal inquebrantable. Pocos han logrado la seguidilla creativa conformada por la trilogía de Toy Story, Buscando a Nemo, Monsters Inc., Ratatouille, WALL-E y Up, entre otras obras. A la vez, supieron resucitar y aggiornar la tradición del departamento animado de Disney, con películas como La familia del futuro, Bolt, Enredados y Frozen. Encima, obligaron a otros estudios a salir a competir de otra forma para ponerse a la altura, lo cual explica que hayan brotado films como Magadascar 3: los fugitivos, Lluvia de hamburguesas, Cómo entrenar a tu dragón o La gran aventura Lego, todos ellos repletos de ideas y desafíos al público. Y por otro lado, mucho de lo que no se está pudiendo hacer en la pantalla grande se está haciendo en la pantalla chica. Así es: en la televisión se hace cine, y por eso tenemos series enormes, que establecieron paradigmas a seguir y analizar, como Los Sopranos, The wire, Seinfeld, Lost, Curb your enthusiasm, Community, How I met your mother, Mad men, Boardwalk Empire, Breaking bad, Sherlock y tantas más. No se trata de ser conformista, sino de todo lo contrario: como se reconoce que la producción actual puede alcanzar rasgos de excelencia, entonces es un derecho, un deber, exigir mayor calidad en las obras que se producen. Y también se trata de inflar un poco el pecho en lo que respecta a estos últimos tiempos, a decir “sí, en estos años también se produjo y produce arte con todas las letras, y estoy orgulloso de ser de estos tiempos”.

Aunque si lo pienso mejor, no viene mal recordar una tira de Mafalda, donde ella le preguntaba a su padre si en sus tiempos se vivía mejor que ahora. Él contestaba que bueno, que en sus tiempos no había tantos líos, a lo que ella le decía lo siguiente: “quería que me dijeras que estos son todavía tus tiempos, pero veo que ya estás medio… ¡ñac!”, mientras ponía el pulgar para abajo. Bueno, yo quiero que cuando tenga cuarenta, cincuenta, ochenta, sigan siendo todavía mis tiempos, hacerme cargo de lo bueno y de lo malo, y no ser un nostálgico que esté medio…¡ñac!.

Comentarios

comentarios

Comments are closed.