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Algunas obviedades sobre el cierre del videoclub Master

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

master1- Fui socio del videoclub Master desde fines de los noventa, cuando el cine empezaba a instalarse como algo decisivo en mi vida. En realidad, es socia mi madre, y yo alquilo utilizando su cuenta. Hubo algo elemental y atractivo para un cliente tímido como yo en toda la gente que trabajaba ahí: la amabilidad en ellos era una constante, sabían adaptarse con fluidez al perfil de cada uno de los socios. Acertaban casi siempre en las recomendaciones, e incluso tenían claro cuándo recomendar y cuándo dejar que sea el mismo cliente el que elija por sí mismo la película que alquilar. Rara vez mi madre no se sintió satisfecha con lo que le recomendaban llevarse a su hogar y con alguien como yo (que casi desde el principio fui trazando un perfil propio) me dejaban elegir tranquilo. Encima, nunca tuvieron ningún acto cercano a la deshonestidad en cuanto al precio de los alquileres. Es más, hasta cobraban de menos. Y lo hacían conscientemente, porque evidentemente les importaba más el conservar la clientela, hacerla en la medida de lo posible fiel, que obtener más dinero rápido. Gracias al Master, vi mis primeros films de Buñuel, de Godard, Griffith y un larguísimo etcétera, comencé a fanatizarme por el western. Es decir, mi formación cinéfila y crítica está irremediablemente atravesada por ese pequeño local ubicado en Avenida Rivadavia y El Maestro (Capital Federal). Y he llegado a hablar del Master (como también lo hace mucha gente) como si me refiriera a una persona, a una especie de colectivo con una identidad individual, que forma parte de mis amistades o familiares. Esto que cuento no es algo extraordinario: mi historia no se diferencia de la de muchos socios del Master. Es muy obvio todo lo que acabo de contar.

2- Debo admitir que en los últimos años dejé de ir al Master. Puedo poner como excusa que me mudé a la zona de Boedo y que ya no me resultaba tan cómodo el trayecto, pero lo cierto es que cedí en buena medida a la tentación de las descargas por internet. Me resultaba (me resulta) más fácil, rápido y práctico, en especial para poder mantenerme actualizado con mi labor de crítico. Como que me olvidé un poco del que fue uno de los lugares preferidos de mi etapa secundaria, cuando era un looser total sin vida social, y las películas eran un refugio donde nadie se burlaba de mí -perdón por el toque subjetivo de chico con adolescencia triste, pero era exactamente así-, y que después, en la universidad, me siguió ayudando en mi formación: el Master era el videoclub más cercano a la Facultad de Filosofía y Letras, y siempre terminé recurriendo a él para ver films necesarios para mi estudio. ¿Será que uno a veces no se porta con los amigos como debería? ¿Será que uno da por sentado que el amigo va a seguir ahí, cuando se lo necesite, y que nada va a pasar en el medio? ¿Por qué uno abandona determinados rituales que le daban placer? ¿Realmente uno necesita que todo sea tan “fácil, rápido y práctico”? Todas estas preguntas son muy obvias, porque mi caso es también muy obvio.

3- Hasta que me vengo a enterar, cuando iba a devolver unos dvd’s alquilados por mi madre (que sigue siendo, por suerte, una alquiladora de pelis compulsiva), que el videoclub había sido clausurado, aunque para hablar de clausura se supone que tiene que haber una faja de clausura. ¿De qué estamos hablando entonces? Aparentemente, de una causa que se había iniciado años atrás por la venta y alquiler ilegal de películas truchas, que se había cerrado y que probablemente se ha reactivado. Hay que admitir algo: el Master en los últimos años vendía y alquilaba películas de manera ilegal. Eso es tan cierto como que lo hizo empujado por una situación que se adivinaba e intuía como terminal, y que antes supo hacer todo irreductiblemente como correspondía, gestionando la incorporación de más de 40.000 títulos por todas las vías legales. Todo, lamentablemente, en extremo obvio, demasiado previsible.

4- Lo cual me lleva a lo siguiente: ya es innegable que el negocio de alquiler de películas va camino a la extinción. En Capital Federal, en otras ciudades grandes como Mar del Plata, en todo el país. Y esto sucede no tanto a causa de las nuevas vías legales (entre las que figuran las diversas modalidades de descarga y visión online, más las renovadas estrategias para sostener la cantidad de entradas vendidas en los cines) sino las ilegales: hay todo un sistema, un entramado de piratería que parece inabarcable y que fue destruyendo en forma vertiginosa a los videoclubes. Era obvio que iba a pasar, no había forma de que no pasara de acuerdo al contexto económico nacional e internacional.

5- Y lo cierto es que este derrumbe del negocio ha ido ocurriendo a la vista de un Estado que -en sus estaturas municipales, provinciales y nacionales- se ha mostrado absolutamente indiferente frente a la problemática y que luego se pone en el papel de policía -rol que todos sabemos desempeña con absoluta naturalidad y comodidad- para ir a vigilar y castigar. Es decir, es cómplice por omisión en la creación de las condiciones para que se llegue a la ilegalidad, y cuando dice presente es para señalar con el dedo sin hacerse cargo de sus propias responsabilidades. Y castiga y reprime selectivamente, porque a apenas cientos de metros tenemos gente haciendo exactamente lo mismo, y no pasa nada. El Estado es cada vez más frío, menos sutil, más brutal. Da para preguntarse por qué, aunque la respuesta es una obviedad. Todo es muy obvio.

6- El cierre ocurrió el 23 de diciembre y pasó casi desapercibido, excepto para los más cercanos: Angélica -la dueña y rostro más visible del videoclub-, los actuales y ex empleados, los socios, la gente del barrio que pasa siempre por la vereda. Hay determinados lugares que estamos tan acostumbrados a que estén siempre abiertos, siempre llenos de vida, que cuando pasamos a verlos vacíos y apagados nos tenemos que detener porque hay algo en nuestra cotidianeidad que de repente ha sido desestabilizado. No deja de haber un timing perverso en la fecha elegida: justo a punto de comenzar el receso vacacional, con todo el mundo preocupado por su descanso o los balances, con noticias más relevantes en el panorama, lo cual reduce al mínimo la capacidad de reacción. Otra obviedad más y van…

7- Los críticos de cine, que deberíamos estar entre los primeros más activos y preocupados respecto al hecho, poco y nada hemos sumado en cuanto a hacer acto de presencia, a difundir la problemática. No lo hicimos antes, con el cierre de otros videoclubes, y no lo hacemos ahora. Estamos muy preocupados por hacer nuestros top ten y los balances anuales, por prepararnos para la temporada del Oscar, por discutir quién debería ser el próximo presidente del INCAA. No nos preocupan cuestiones mucho más palpables -pero a la vez menos visibles-, nos hemos alejado del universo cotidiano de los espectadores, a los cuales no pensamos como actores decisivos dentro del campo de pensamiento y producción del cine argentino. Nos hemos olvidado de que las películas no existen en toda su dimensión sin su público. Nos interesan solamente nuestros kiosquitos. Pero esto ya es obvio hace rato.

8- ¿Por qué es necesaria la permanencia del Master? Porque ha trascendido a lo largo de los años su función comercial, adquiriendo un carácter social. Es un “club”, en el sentido de que constituye un espacio de reunión de la gente, de intercambio de conocimiento. Cuando uno va ahí, no sólo alquila una película en el sentido más estricto y literal del término, sino que se cruza con gente que conoce y habla de cine, y accede a obras que de otra manera no podría. No entra a un mero depósito de conocimiento, porque ese conocimiento se comparte. Y de esa manera, desde ese pequeño lugar, el Master ha puesto su granito para formar público. Y sin público, vale recordar, no hay cine propiamente dicho. Para que quede claro: si hay determinados films argentinos que pudieron poner su huella en la historia, es porque hubo espectadores que los apoyaron, y esos espectadores se formaron en buena medida yendo a lugares como el Master. Yo mismo formo parte de esa tradición. Esto es tan pero tan obvio, y sin embargo, se hace en este momento indispensable reafirmarlo.

9- Que tenga que enumerar todas las anteriores obviedades habla un poco del estado actual de las cosas dentro del cine argentino. Porque esto que pasa, que viene pasando, se trata también del “cine argentino”. Y aunque no le prestemos la debida atención, no deja de pasar. Es obvio, pero pasa. Hay que hacerse cargo de lo que pasa, seguir los procesos y sus consecuencias permanentes, no sólo resaltar un determinado suceso en un momento particular.

10- La lucha en la que ya están metidos Angélica, toda su gente y los socios va para largo, y no tienen las de ganar. Si tuviera que arriesgar un posible final, mi predicción sería tan obvia como triste. Espero que en este caso se escape a la obviedad, que estemos frente a la excepción a la regla. La pelea hay que darla, con las herramientas a disposición, termine como termine.

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