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Andrés Calamaro en el Estadio Polideportivo

El estado del rock

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Fotos: David Pafundi

(@dmpafundi)

DSC_6656Bohemio es tal vez el disco más compacto y concentrado en la historia de Andrés Calamaro. Y uno que se acomoda tranquilamente entre lo mejor de su discografía: atrás devaneos con la poesía maldita, atrás devaneos con el “mirá qué fácil me sale un hit”. Y si en verdad esos elementos están, porque no otra cosa que exhibición de mundo personal quemante es Plástico fino y no otra cosa que una canción inmortal y adhesiva es Cuando no estás, Bohemio tiene la pertinencia de artista sumamente maduro que sabe que el arte es un trabajo -y Calamaro lo ha hecho entender miles de veces- que se debe ejecutar con profesionalismo y cariño. Y Bohemio tiene de ambos, porque es un disco de letras mucho más pulidas y perfectas que nunca, y es un disco con un sonido que no busca la aceptación inmediata. En esa búsqueda, Calamaro define el concepto de madurez como una seriedad que nunca es solemne, pero sí es respeto por su propia obra y por el estimable público. Y de tal disco -obvio- no podía salir menos que un recital perfecto, una escalada aún mayor en esa insistencia salmonera de los últimos años por ofrecer en el vivo un festival de rock puro y duro. Eso fue lo que se vivió nuevamente en un Estadio Polideportivo casi completo.

Con una formación tradicional de dos guitarras (Julián Kanevsky y Baltasar Comotto), un bajo (Mariano Domínguez), batería (Sergio Verdinelli) y teclado (Germán Wiedemer), a lo que hay que sumar la guitarra y el teclado de Andrés en ocasiones, el cantante cumplió con lo que uno podía esperar según lo que venía haciendo en su gira: mucha música, pocas palabras, un Calamaro centrado en las canciones, que recorre sus discografía casi de manera completa, sin dejar disco por abordar desde Alta suciedad a la fecha. Cuando decimos “mucha música”, esto tiene que ver con que además de una lista extensa de 25 canciones, la banda que rodea a Calamaro tiene esa versatilidad que exige un repertorio que es puramente rock, del sutil y del salvaje, pero además merodea la cumbia, la balada, incluso esos aires hispanos y aflamencados que el músico ha incorporado de sus estadías españolas. Y la música también se hace presente en esos medley calamarescos, donde el artista da muestras de su conocimiento enciclopédico y fusiona sus canciones con los Stones, Gardel y Lepera, Pappo, Zeppelin y más.

El arranque fue inesperado con Mi enfermedad y A los ojos, dos temas de su etapa Rodríguez y luego de abordar Cuando no estás (uno de los cuatro de Bohemio que hizo: que fueron pocos, se esperaban más), retomó el asunto con Todavía una canción de amor, uno de los temas más perfectos y emocionantes de su repertorio. Sobre el final volvería con un clásico: Sin documentos. El arranque del show también mostró algunos desacoples, que luego el propio Calamaro explicaría en su sitio web: durante la tarde del sábado, el artista comentó en su Twitter que andaba con ganas de estrenar una camisa flamenca, una “vintage Versace que nunca había usado”. Y eso trajo problemas técnicos: “un estreno que me costó un dolor de cabeza, que profesionalmente disimulé lo mejor que pude, hasta que lo solucionamos en instantes que se hicieron largos”. Infaltable, además, el calamar de goma que cuelga del micrófono y que mira al público exultante.

DSC_6731Uno de los momentos más particulares fue aquel que estuvo integrado por el trío El día de la mujer mundial, Rehenes y Plástico fino; uno que no es un hit -pero es un temazo de Honestidad brutal– y dos de su nuevo disco. El público habituado a “una que sepamos todos” se congeló bastante, hasta que Tres marías y Tuyo siempre aplicaron el correcto ataque de cumbia y ahí la multitud se movió y agitó sus brazos. Fue el quiebre, porque desde ahí y hasta el final, el show estuvo puntuado por una serie de hits inflamables (Mi gin tonic, Carnaval de Brasil, Loco, Me arde, Días distintos, Te quiero, igual y más), rockeros, en sonido mil, con quiebres precisos en dos excelentes versiones de Crímenes perfectos y Estadio Azteca. En cuanto a la lista, sorprendió tal vez una búsqueda no tan profunda en algunos de esos temas menos conocidos -como lo hizo en su visita de 2010-, pero es Calamaro un tipo con una discografía tan extensa y saludablemente popular que casi ni molesta. Las dos horas de show fluyeron con esa agilidad que da el reencontrarse con alguien querido y que tiene un montón de cosas para contarnos.

Lo que sí llamó la atención fue un Calamaro mucho menos parlanchín. Apenas tres momentos, ilustrados por la pantalla posterior al escenario (uno con Maradona, otro con su pasión especial y militante del toreo, y un in memorian a los “chicos” que se fueron primero) en los que hizo hincapié en la corrección política con comillas, sirvieron para que aparezca ese Calamaro que brilla en el Twitter con verborrágica pasión. El Calamaro de anoche fue canciones y expresión corporal: en los últimos años ha ido apelando a múltiples recursos sobre el escenario, dominando la escena con aire que mezcla a un Jagger sexy y barrigón, un torero y un guapo del 30’. El final fue con sus temas más icónicos: El salmón -su apodo hecho carne y un himno a la energía corporal-, Flaca -el hit que lo volvió a la vida solista-, y Paloma -su balada más redonda y brillante y fulminante-. Luego vino la clásica ida y vuelta, ronda de bises muy corta con Alta suciedad y Los chicos, y a seguir la gira por otros escenarios. En una escena nacional donde los padres del rock se han ido yendo -y algunos se han ido diluyendo en sus propias ambiciones-, Calamaro sostiene cual prócer la bandera rockera en alto. Y en un presente donde el rock parece haber sido tomado por el Estado, el salmón hace lo que tiene que hacer: devuelve el estado de rock.

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