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La sombra de Wenceslao


Buena


La Patria en sombras

Por Javier Luzi

(@elejavier)

sombra wenceslaoCopi se radica en París en 1962. Previamente, por disidencias políticas con el peronismo, su familia (los Botana) transita exilios varios. Los recuerdos de esa Argentina que supo vivir se mezclan con la mitología que toda distancia espacial construye. De esa argamasa es que se forjan las cosmovisiones que constituyen su literatura y su dramaturgia.

La sombra de Wenceslao, montada en París en 1978, y por primera vez puesta en el Cervantes, no escapa a esos motivos fundacionales.

Wenceslao, un gaucho mañoso y mañero, cabeza de dos familias (la legal y la otra), sale en viaje escapando de la muerte, que percibe cercana, llevándose a su amante, al loro de esta, a su pingo y a lo poco más que puede ser transportable de sus pertenencias. Antes, le deja tierra y herencia pobre a su joven hija enamorada de su supuesto hijo natural, con quien finalmente se casará para transformarse de pretenciosa niña bien a casquivana obnubilada por las luces de la ciudad.

Teatro de situaciones y personajes, La sombra de Wenceslao resulta un mix extraño de gauchesca y sainete, de policial y melodrama, de realismo sucio y musical, de poesía y alegoría. Un patchwork que desmenuza los tópicos de lo nacional identitario para exponerlos en su construida naturalidad y así socavarlos.

Las variaciones de géneros y de tonos de las distintas escenas, sumados al paso del tiempo de la historia y a los cambiantes lugares en que se suceden los hechos (de Entre Ríos un grupo sale rumbo a las Cataratas del Iguazú y el otro a Buenos Aires), resultan un escollo a resolver por el director para montar la obra. Villanueva Cosse, acertadamente, evitó cualquier atisbo de realismo en los decorados y optó por que la ilación se diera a partir de las actuaciones de un grupo de actores que se lanzan al vacío de lo lúdico y el riesgo para encarnar a estos personajes que parecen llevados por un destino insoslayable, al cual se ven más sometidos cuanto más libres parecen ejercer sus decisiones.

Es el humor lo que salva las elipsis y los saltos en una trama que no busca verosimilitud ni cohesión. Claro ejemplo son las intervenciones de los animales, que son parte activa del relato y portadores de las risas voluntarias y buscadas.

El texto tampoco se ciñe a los preceptos morales de lo bienpensante, exponiendo asesinatos, traiciones, engaños, adulterios, incestos, filicidios, sin solución de continuidad ni bajadas de líneas. Lo que llega al clímax en el uso del lenguaje sin pruritos ni eufemismos (y que obliga a la sala a advertir: “este espectáculo contiene vocabulario que puede resultar fuerte para adultos y es inadecuado para menores de edad”). La palabra copiana es tan urticante y sincera, tan visceral y cruda, que sigue mordaz y desafiante, menos efectista que provocadora, aún después de haber cumplido treinta y cinco años de escrita.


Dramaturgia: Raúl Damonte Botana (Copi). Dirección: Villanueva Cosse. Intérpretes: Mario Alarcón, Alejo Bertín Cardozo, Paloma Contreras, Andrea Jaet, Luis Longhi, Lorenzo Quinteros, Mosquito Sancineto, Alfredo Zenobi, Ernesto Zuazo. Vestuario: Daniela Taiana. Iluminación: Leandra Rodríguez. Escenografía: Marcelo Valiente. Diseño sonoro: Daniel Ibarrart. Coregorafía: Carolina Pujal. Asistente de dirección: Marcelo Méndez. Sala: Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815, Ciudad de Buenos Aires), jueves a sábados a las 21:30 y domingos 21:00.

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