No estás en la home
Funcinema

Locura en el paraíso

Título original: Wanderlust
Origen: EE.UU.
Dirección: David Wains
Guión: David Wain, Ken Marino
Intérpretes: Paul Rudd, Jennifer Aniston, Justin Theroux, Alan Alda, Malin Akerman, Ken Marino, Joe Lo Truglio, Kathryn Hahn, Kerri Kenney, Lauren Ambrose
Fotografía: Michael Bonvillain
Montaje: David Moritz, Robert Nassau
Música: Craig Wedren
Duración: 98 minutos
Año: 2012
Compañía editoria: AVH


7 puntos


El mundo está loco loco loco

Por Mex Faliero

Con una larga trayectoria en la televisión norteamericana como director, productor y guionista, David Wain saltó al cine en la última década. Su nombre, si bien mantenido bastante en secreto y más vinculado al cine independiente, resulta fundamental para comprender buena parte de la comedia norteamericana de los últimos veinte años: es como un Judd Apatow sin tanta exposición o trascendencia más allá del territorio norteamericano. Igualmente, Mal ejemplo, con Paul Rudd y Seann William Scott, que en nuestro país se editó en dvd, resultó una película bastante recomendada y de culto. Por eso generaba expectativas Locura en el paraíso, donde volvía a contar con su actor fetiche Paul Rudd, tenía a la cada vez más convincente Jennifer Aniston en el coprotagónico, y la producción corría por cuenta de Apatow. Y como pasa habitualmente, sobre todo en la comedia, las expectativas quedan un poco desvirtuadas: si bien no está nada mal, esta comedia no termina de convencer por completo y resulta bastante irregular.

Rudd y Aniston interpretan en Locura en el paraíso a uno de esos típicos matrimonios neoyorquinos que Hollywood y las sit-coms nos han proyectado hasta el hartazgo: un poco intelectuales, un poco snobs, y bastante fetichistas respecto de cómo interpretan un progreso en su nivel de vida: siempre representado con un mejor departamento en una zona chic de la ciudad. Nueva York es el centro del universo. Ella es cineasta y él trabaja en una importante firma, y el avance en sus carreras les hace prever que pueden aspirar a cambiar de aire, a mudarse a una casa mejor y a mostrar un estándar de vida adecuado con sus pretensiones. Curiosamente, los primeros diez minutos de Locura en el paraíso se parecen mucho a otra comedia producida por Apatow, Las locuras de Dick y Jane: casi atomizando aquel film al tamaño de un cortometraje, en el prólogo vemos cómo los sueños de George y Linda se destrozan, el fenómeno inmobiliario no es más que una cuestión dialéctica vacua y el sistema se sostiene en la pura apariencia. Esos momentos de sátira social, aunque un poco ya avejentados -es cierto-, son lo mejor del film de Wain. El capitalismo desembozado es abofeteado por la mejor arma: la risa.

Si algo tenían las obras previas de Wain (y Ken Marino, que siempre contribuye en el guión) era cierta falta de límites para avanzar sobre lo sexual, algo que a la comedia mainstream le cuesta un poco más. Por eso cuando George y Linda terminen perdidos en medio de una comunidad hippie que vive alejada de los conceptos del capitalismo, uno de los temas que harán mella en la relación del matrimonio será, precisamente, lo sexual. Locura en el paraíso es una comedia que habla del capital, del dinero y de lo material, y que reconvierte bajo el punto de vista de sus personajes (neoyorquinos de clase media con ansias de clase media alta) al sexo como una forma de medio para negociar otros intereses. En definitiva, la película dice que cuando lo material se desvanece, nos queda el cuerpo, nuestro único bien: por eso George y Linda se escandalizan cuando descubren que las habitaciones en esa comunidad no tienen puertas. La intimidad, el último bastión que les queda por defender, se desvanece. Y si bien Wain es inteligente para exponer esto con las armas de la comedia, contando con un elenco estupendo (Justin Theroux, Alan Alda, Malin Akerman, Ken Marino, Joe Lo Truglio, Kathryn Hahn, Michaela Watkins), llegado cierto punto la premisa comienza a girar sobre sí misma y a repetirse.

Así como Locura en el paraíso se burla del capitalismo vacío (la familia de George, donde los hombres engañan y las mujeres ricas sólo tienen el alcohol como mejor compañía), también mira con cierta sorna a ese hipismo new age que intenta vivir alejado de ciertos “placerse” materiales. Y si bien para algunos esta mirada puede ser incorrecta y hasta cuestionable, lo peor que pasa con el film es que se vuelve mecánico y calculado en cómo caer bien en ambos opuestos a los que satiriza. Lo atractivo de un director como Wain es que siempre tiene buenas ideas dando vueltas y así como el film se vuelve un poco moralista hacia el final, hay secuencias como la de la embestida de viejos en bolas o el programa ultra machista que trata a la mujer como un objeto, que hacen brillar a esta comedia despareja y la sacan de su esquematismo de comedia de rematrimonio que es el núcleo sustancial.

Comentarios

comentarios

Comments are closed.