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Funcinema

Sin placer y sin coherencia

Por Rodrigo Seijas

ATENCIÓN: SE REVELAN DETALLES SOBRE LA TRAMA.

1-No pienso referirme a los trabajos de Adrián Suar y Pol-Ka en televisión: no he visto la mayoría de sus unitarios y me han faltado ver unas cuantas tiras diarias como para emitir un juicio de valor. Sin embargo, sí he visto la mayoría de la filmografía de su productora (sólo tengo pendiente Alma mía), incluyendo todos los films en los que es protagonista. Allí se puede tener claramente una visión sobre el mundo y una forma de configurarla, en la que el ex Golden Rocket se revela como una especie de Harvey Dent aplicado al arte fílmico: su doble estándar es permanente, muestra primero una cara progresista y luego una conservadora, amaga siempre con ir hacia la izquierda para terminar bien a la derecha. Por ejemplo, Comodines es un relato de acción que ataca la corrupción policial, pero que termina avalando los peores comportamientos de la Maldita Policía; Cohen vs. Rossi pretende primero deconstruir ciertas variables de la institución familiar, aunque luego las termina consolidando; Apariencias se la da de progresista y pro-gay, pero es en verdad terriblemente homofóbica; Un novio para mi mujer parece que va problematizar las noción del matrimonio o ciertos comportamientos del hombre, pero termina eligiendo la salida más simple y tranquilizadora, dejando además caer toda la culpa en la mujer;  e Igualita a mí tiene a un protagonista que realiza un camino similar al de Charlie Harper en Two and a half men (de la joda total al compromiso total), pero sin una continuidad apropiada, sin razones sólidas, sin construcción de personaje, básicamente porque sí, “porque es lo que corresponde”.

2-Hay que reconocerle cierta inteligencia estratégica a Suar, o al menos una pulsión extrema por hacerse de prestigio. Fue un proceso algo arduo: empezó convocando a figuras reconocidas como Alfredo Alcón, Rita Cortese, Jorge Marrale o incluso Alfredo Casero, pero fue a partir de Un novio para mi mujer que consiguió un consenso bastante extenso entre la crítica, que en general se dedicaba a fusilar discursivamente sus productos. La clave estuvo en poner detrás de cámara a dos directores con un respaldo bastante extendido, como Juan Taratuto y Diego Kaplan. El primero se había ganado un nombre como un cineasta vinculado a la comedia romántica. El segundo había estado detrás de una serie de culto como Son o se hacen, y de un pequeño filme independiente como ¿Sabés nadar?. Sin cambiar de verdad, con apenas una máscara diferente, Suar se ganó el paraíso crítico. Resultó que no importaban tanto las formas y contenidos, sino básicamente los nombres.

3-Dos más dos puede desconcertar en su impresión inicial, pero cuando se la va pensando con más cuidado, realizando un análisis estructural, se va cayendo a pedazos, casi desde el comienzo, en su segunda escena. Allí, en esa cena que tienen las dos parejas compuestas por Diego (Adrián Suar) y Emilia (Julieta Díaz), y Richard (Juan Minujín) y Betina (Carla Peterson), respectivamente, es donde se da el puntapié para el conflicto central. También se aprovecha para tratar de informar al público sobre las características de los personajes principales: Betina-Richard calientes y expresivos, Diego-Emilia recatados y conservadores en sus vínculos respectivos; Diego esquemático en sus gustos y apreciaciones, siempre pensando el mundo desde él; Richard mucho más “culto”, aunque con rencor respecto al lugar que le da Diego en la clínica donde son socios; Betina ultraliberal y pagada de sí misma; Emilia pacata, pero también insatisfecha con su vida en pareja y con ganas de experimentar. Sin embargo, el filme muestra en este proceso una alarmante falta de confianza en el espectador: el trazo grueso para configurar a los protagonistas llega hasta tal punto, que los diálogos parecen ocurrir entre personas que en vez de tener una relación de años, apenas acaban de conocerse.

4-La película tiene aparentemente cuatro personajes fuertes, aunque en verdad el peso dramático y moral está en el de Diego. Y hay que reconocer que, a diferencia de filmes anteriores como El día que me amen, Suar no está mal, incluso cumple, sus chistes funcionan y el hecho de llevar todo el peso de la trama lo termina favoreciendo. Aún así, su personaje es tan plano, que cuesta creer, por ejemplo, que haya establecido un lazo de amistad y/o amor con los otros tres. Asimismo, como él al principio es el único que no quiere involucrarse en la cuestión swinger, el relato cobra una incomodidad inesperada, que es difícil determinar si es buscada o involuntaria. Y respecto a esto, ya se va intuyendo el punto de vista que tiene el filme respecto de los swingers: Richard le dice a Diego que no se preocupe, que es un ambiente donde es fácil establecer un límite, porque sólo basta decir que no. Esto en realidad nunca sucede: cuando él y Emilia van a una fiesta swinger en un country organizada por el personaje de Alfredo Casero (en plan, por enésima vez, de autoparodia), el pobre se la pasa diciendo que no, pero nadie le hace caso. Es más, cuando finalmente se concreta el intercambio entre los cuatro, todo es forzado para el pobre tipo: Diego no quiere, se la pasa remarcando que “es un ensayo”, hasta que finalmente cede. Él remarca que ve a los swingers (y las imágenes le dan la razón) como violentos. Dos más dos, en el fondo, muestra a los swingers, a la práctica swinger, que se podría vincular con la libertad sexual, como violenta, invasiva para con el individuo. El sexo, desde el inicio, ya es algo digno de ser rechazado.

5-Y a tal punto rechaza Dos más dos el sexo, que no lo muestra, que lo elude casi en forma absoluta, a través de fundidos horribles al negro, o a lo sumo insinuando algo, pero ambientado con una música horrible, de telo barato. Sí se habla un montón de sexo: se comentan fantasías, se aluden a los pitos, a las tetas, a los culos, pero no se muestra nada. Ni una teta, ni un culo, menos que menos un pito o una vagina. Todo queda en el fuera de campo. No estamos hablando de mostrar por mostrar. Hablamos de lo que puede significar a veces el revelar las partes íntimas de los cuerpos, del significado que acarrean esas posibles imágenes. Es exhibir también la intimidad de los personajes, de mostrarlos disfrutando, gozando con el sexo, que se supone es una práctica placentera. Este es un dilema que ha afrontado, por ejemplo, el cine pornográfico: el mostrar el sexo, los cuerpos en contacto, como algo placentero o como algo malo, que se practica en situaciones de engaño o incluso displacer. Pues bien, este filme, a través de la ausencia de los cuerpos y el placer, es pornográfico en el peor sentido, e inmoral por esconder la imagen.

6-Como decíamos antes, el conflicto central lo tenía Diego. La película avanza hasta su primera mitad básicamente a partir de su dilema. El problema surge cuando ese trance se resuelve… a los 45 minutos: Diego está feliz, la experiencia fue liberadora, quiere repetirla. A partir de ahí, el relato entra en una disyuntiva: cómo seguir avanzando cuando todavía queda una hora de metraje. El guión resuelve esto de la siguiente manera: primero vemos cómo Emilia, que parecía estar igual de contenta que Diego, se larga a llorar de la nada, y no precisamente de felicidad. Luego, sin explicar el por qué de ese llanto, de ese desequilibrio emocional, aparece un cartel que dice “dos meses después” y vemos a los cuatro amigos cenando alegremente en una pizzería, para luego repetir el intercambio. Ajá: ¿y el llanto de Emilia? ¿Qué demonios pasó en esos dos meses? Después nos vamos enterando que Betina sospecha que Richard la engaña y que se siente celosa, paranoica, etcétera. Unos minutos más tarde que, efectivamente, Richard está cometiendo adulterio, y nada menos que con Emilia. Nuevamente ajá: ¿cómo es que Betina pasa de ser ultraliberal a ultraconservadora? ¿Cómo es que llegó Emilia a acostarse con Richard? Esta serie de preguntas nos remite a esa elipsis, ese bache de dos meses: claramente desde el guión hay una notoria incapacidad para crear un conflicto, para cimentarlo apropiadamente, y pretende resolverlo haciendo que pase el tiempo y que los personajes cambien y accionen desde la nada, porque sí, porque la trama debe seguir avanzando. Este gesto no sólo es torpe, sino también cobarde.

7-Llegamos al clímax dramático de una película que se presentaba como comedia, aunque al final termina siendo en muchos aspectos lo contrario: es la escena donde Betina, luego de enterarse que Richard y Emilia están teniendo un amorío, irrumpe en la casa de ésta y Diego, destrozando la puerta de entrada con su coche, como introducción a la discusión entre los cuatro donde salen todos los trapitos sucios al sol. Es una secuencia que resume buena parte de los tropiezos, contradicciones y equivocaciones de Dos más dos. Por empezar, el seudo chiste de los cuatro tratando de hablar en voz baja, para no despertar al hijo de Diego y Emilia es insostenible a nivel verosimilitud: ¿cómo explicar que el chico no escuchó el ruido de un auto destrozando un portón, más los gritos posteriores? ¿Es sordo acaso? ¿No se podría haber resuelto ese factor explicando brevemente que estaba, por ejemplo, en la casa de un amigo? Pero lo peor viene después, con todo el diálogo que confirma la tesis inicial de Diego sobre los potenciales peligros de ser swinger. “Esta es de pizarrón, ya me la veía venir” dice él, o más bien dice Suar, o dice el cine de Suar. Su personaje es el que claramente termina saliendo bien parado de la situación, con los otros tres, los que quisieron concretar el intercambio, como los culpables y confundidos a diferentes niveles. Eso sí, a pesar de la postura cuasi autista de Richard, las que se llevan la peor parte son las mujeres: Betina aparece como una histérica sin remedio que no puede sostener su propio discurso liberal, mientras que Emilia no se hace cargo de lo que hizo y hasta tergiversa los hechos, afirmando de forma elusiva “bueno, estábamos jugando con fuego, esto podía pasar”, cuando su postura inicial era exactamente la contraria. No deja de ser llamativo el hecho de un filme supuestamente provocador termine siendo ordinariamente machista y misógino.

8-Luego de esa gran discusión gran, con ambas parejas y las amistades en crisis casi terminales, Dos más dos vuelve a encontrarse con un dilema, que es el cómo resolver el segundo conflicto. Pero claro, teniendo en cuenta que ya lo había planteado de manera absolutamente arbitraria, no es de extrañar que decida resolverlo de la misma forma. Esta vez aparece un cartel que dice “dos años después”, con los cuatro protagonistas reencontrándose casualmente en un cine. Diego y Emilia están nuevamente juntos, también lo están Betina y Richard. Es más, Betina está embarazada. Nuevamente, surgen las preguntas: ¿Cómo es que las parejas se reconciliaron? ¿Cómo pasó Betina de esa mujer que ni pensaba en tener pibes a estar embarazada? Es más: ¿Qué cambió realmente en los protagonistas? ¿En qué sentido evolucionaron? ¿Qué fue lo que aprendieron? ¿Para qué pasaron toda la cadena de situaciones del relato? Y las más importantes de todas: ¿Para qué se le contó esto al espectador? ¿Para advertirle acaso que el intercambio de parejas conduce a la crisis del matrimonio y el final de las amistades?

9-Dos más dos, un filme que pretende ser universal en sus planteos sobre la pareja pero circunscribe sus personajes, acciones y construcciones espaciales al mundo de la clase alta (propaganda obscena de marca de autos incluida), obtuvo un respaldo difícil de entender por parte de la crítica. Los mismos críticos que se desgarran las vestiduras con el machismo, la misoginia, la hipocresía, el clasismo, las incoherencias narrativas y el botox de las estrellas de Hollywood, ignoraron mágicamente todos estos ítems en este filme argentino, donde sólo Julieta Díaz aparece bien fotografiada, mientras que Suar, Peterson y Minujín están estirados, hinchados, feos. Incluso se elogió la capacidad técnica de Kaplan, cuando es clara su incapacidad para enlazar planos y trabajar con la profundidad de campo. Da para preguntarse por qué, para qué o cómo. O resignarse a verlo como otro episodio de la decadencia de la crítica de cine actual, cada vez más conformista, oportunista y mediocre. Las malas prácticas evidentemente se retroalimentan.

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