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Jorge Drexler en el Teatro Radio City

Trova espacial desde el Uruguay

Por Mex Faliero // foto: Diario El Atlántico

Un escenario despojado, minimalista, puede dar cuenta de dos posibilidades: lo que estamos por ver será un show intimista o más bien la obra de un tipo obsesivo, cuidadoso de cada detalle y preocupado en que nada se salga de su cauce. Así lucía el escenario del Radio City el pasado sábado (casi lleno): unas pocas luces, dos guitarras (una acústica y otra eléctrica), un telón de fondo apto para la proyección de imágenes, dos micrófonos, varios pedales, todo organizado en dos áreas bien diferenciadas del escenario (derecha e izquierda), ordenado, prolijo. Y entró el artista, el uruguayo Jorge Drexler, con un aspecto cercano al de su personaje en la película La suerte en tus manos, casi casi un oficinista: jean, saco, corbata, calzado, todo oscuro, y una camisa blanca. Entró Drexler, y nadie más. El secreto de la gira Mundo abisal es encontrarse con el artista y su obra, de manera acústica y electrónica, pero tan sólo él sobre el escenario (y si tenemos en cuenta que hacía más de una década que no venía a Mar del Plata, digamos que más que un reencuentro fue un descubrimiento). Así que una parte de la promesa estaba cumplida, este sería un show intimista, pero teniendo en cuenta que el que canta es Drexler, artista profesional, médico otorrinolaringólogo y apasionado con algunos chiches de la electrónica, constructor de canciones que juegan con la palabra y la rima al borde de sus posibilidades, administrador de climas que suelen tensionarse alrededor de su poesía, lo que estamos por ver es también la demostración de un obsesivo experimentando con sus canciones. El uruguayo transforma el escenario en un laboratorio y, con ello, se lleva al público de las narices.

Digamos que la partida estaba ganada de antemano. Había muchas ganas por ver a Drexler y la larga ovación con la que se lo recibió fue una muestra de que la expectativa era alta y no había intenciones de defraudarse. Si bien hubo un retraso de media hora, el cantautor, futbolero como el que más en esta zona rioplatense del mundo, explicó que el motivo fue el partido que la Selección Argentina había jugado con Ecuador por las eliminatorias del Mundial 2014 y que había terminado minutos antes. Esta fue la primera de una serie de interesantes intervenciones, de idas y vueltas con el público. Se lo notó tan cómodo al uruguayo, que incluso luego de sufrir un pequeño accidente con el taburete en el que estaba sentado, siguió con el show durante muchos minutos sentado en el piso, solicitándole a la gente que pida canciones de su repertorio y que él los complacería inmediatamente. Conviene resaltar lo del accidente: quiso la casualidad que en el momento en que se puso a cantar Don de fluir y a decir aquello de “los dos parlantes afuera, la música en el balcón, cayendo por la vereda” justo en eso del “cayendo”, el taburete que se afloja y el artista que por poco se cae al piso. Fue una casualidad, pero vea uno que hasta el destino lo acompaña a Drexler en esa búsqueda perfecta de los momentos que se convierten en poesía que se convierte en canción y que se vuelve a convertir en momento único, cuando el artista se une con el público.

Mucho antes que todo eso, Drexler había arrancado con la muy bella Hermana duda para seguir con Polvo de estrellas, 3.000 millones de latidos, Mundo abisal, Noctiluca y 730 días. “Muchas cifras en esta noche”, dijo Drexler al notar que muchos títulos de sus canciones están protagonizados por números. Casi que hay un puente directo entre la obsesión y la matemática y el orden, y esos sonidos maquinales que ilustran algunos pasajes del show y de las canciones del uruguayo no son más que la expresión sonora de una serie de bits que se conjugan, esta vez, para comunicarse con el arte (que la matemática también puede ser belleza). Trovador electrónico, a lo Beck, Drexler tiene tanta calidez en sus letras, que incluso la frialdad técnica de algunos pasajes no impiden la emoción sincera que desprende su poesía: la versión de El pianista del gueto de Varsovia compartida con el público fue lo más alto de una noche perfecta. Es destacable que casi ninguna versión en vivo se pareció a la del disco, ejemplo que acrecienta la imagen del Drexler profesional obsesivo: hay pulido, hay reescritura, hay trabajo. Y aquí me permito una digresión: uno de los pocos temas que no pudieron salvarse del tedio maquinal electrónico fue, precisamente, Disneylandia, que de tanta intervención electrónica casi no tiene resquicio desde donde reinterpretarla o moverla: es perfecta y ese es el peligro que corre la obsesión y la búsqueda profesional a lo Drexler. Es una canción dura, que dentro de un show como este, generó cierto anti-clima poco motivador.

Canciones hubo muchas: en total 24, para seguir con el tono Drexler obsesivo, dentro de un show que superó las dos horas: algunos pasajes contaron con la participación del músico barcelonés Campi (la parte más electrónica del recital) y de Matías Cella, que tocó el charango. Claro que pasaron los hits como Frontera, Al otro lado del río, Fusión y un cierre antes de los bises con Sea, más un regreso con Salvapantallas y Todo se transforma (ejemplo máximo y brillante de la circularidad de las canciones Drexler), pero fue un show que no reconoció estructuras preestablecidas. No fue un show típico de arranque con hits, fase acústica, remontada eléctrica, hits finales, bises y adiós. No, incluso Drexler dejó afuera muchas de las canciones más populares en pos de una construcción fluida y coherente del recital, con ligeros puentes rítmicos a los que le sobrevenían una serie de acústicos más introspectivos, pero sin un patrón marcado, incluso algunos temas cantados a capela junto al público, como la mencionada Al otro lado del río. Tanto la virtud como el carisma son elementos que Drexler desplegó sobre el escenario, pero sin exagerar: lo suyo es más bien la demostración de que el buen arte no es algo genético, sino más bien el resultado de un trabajo obsesivo y pulido. El laboratorio abisal pasó por Mar del Plata y, como bien gritó una señora desde la platea, “Jorge, volvé más seguido”.

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