No estás en la home
Funcinema

Las trampas de la industria: algunas notas sueltas sobre las películas nominadas a los Oscars

Por Guillermo Colantonio

Desde 1927, los premios de la Academia de Hollywood se han instalado en el imaginario popular como los más importantes y esperados en el mundo del cine. Pese a que se trata de una celebración industrial y comercial, nadie parece resistirse a la fascinación que genera ese show televisivo y a las expectativas que despierta, a tal punto que muchos, incluso, lo consideran un buen motivo para apuestas de dinero. Es que no puede dejar de pensarse tal competencia en términos deportivos en virtud de las preferencias de cada espectador y la fuerza que hace para que su película resulte galardonada. Dentro del mundo cinéfilo, suele ser el punto de partida para expresar generalmente dos reclamos, a saber, un dejo de bronca por aquellos filmes que no han sido considerados y la idea de que el cine devenga como espectáculo antes que lenguaje artístico capaz de pensarse como la representación de un punto de vista sobre el mundo.

No obstante, hay que reconocer que, años tras año, sí se hace justicia con el trabajo en equipo, motor de la industria, donde todos aquellos involucrados en la realización encuentran su momento de reconocimiento. Ni el más acérrimo defensor de la teoría de autor puede rebatir, en todo caso, la relevancia de determinados rubros en el éxito de un director que busca plasmar una idea. Los ejemplos son abundantes.

Ante la inminente entrega de los Oscars y considerando la lista de nominadas a mejor película, me permito hacer una serie de observaciones con el fin de promover alguna posibilidad de discusión en torno a la siguiente hipótesis: este año, más que nunca, la academia elige una serie de filmes de muy buena repercusión crítica como una forma de desligarse de un cierto carácter trivial, y lo hace incluyendo autores, miradas más independientes y coqueteando con la idea de cinefilia. Claro está, las apariencias engañan.

No voy a referirme a cada filme en particular, pues los lectores podrán hallar las reseñas correspondientes en este sitio; más bien, pretendo, en todo caso, compartir un pensamiento en voz alta luego de haber visto y analizado una recurrencia de procedimientos que comparten las películas en cuestión, a las cuales veo como un bloque monolítico, más allá de los matices que las diferencian. El hecho de resaltar las debilidades de ese conjunto no implica un argumento definitivo sobre todo el cine hollywoodense, pero sí un intento por resistirme a ciertas miradas laudatorias e incondicionales sobre las candidatas.

La primera falsa apariencia es la inclusión de nombres importantes (Malick, Allen, Spielberg, Scorsese), como si la presencia autoral fuera capaz de darle consistencia a una ceremonia que siempre se preocupó más por la figura del productor y sus implicancias económicas que del director. Ahora bien, cuando se revisan las películas de estas grandes figuras, uno nota que las huellas del cine que los hizo famosos se han borrado, a tal punto que todas parecen sacadas de la misma fábrica. Esto es visible, fundamentalmente en Medianoche en París, especie de folleto turístico con viaje al pasado (recurso trillado si los hay), y en La invención de Hugo Cabret, más pendiente por cumplir con un relato de moda que por conservar la mirada de su director. No es que no sean disfrutables (además eso correrá por cuenta de cada uno), sino que son concesivas ante un imperativo industrial que busca una categoría acomodaticia de espectador, consagrado sólo al disfrute momentáneo, poco exigente. Hablamos de autores que en otras décadas eran capaces de romper con ciertos moldes y hoy devienen imperceptibles y sostenedores de un único relato, de un único discurso. En relación a esto, la supuesta variedad de géneros es sólo una fachada. Aún en el furor del período clásico, con censura incluida, las restricciones genéricas no representaban un impedimento para la creatividad de los cineastas. Se podría citar una larga lista de apellidos (desde Hitchcock a Sirk) que supieron disimular en forma inteligente posturas revulsivas en marcos fuertemente prohibitivos. Nada de esto se puede ver, a mi criterio, en los filmes nominados. Un melodrama como Historias cruzadas encierra, bajo su seductora estructura narrativa, una ideología tramposa y tranquilizante: la visión sobre la gente de color que los blancos americanos pueden aceptar.

Otra variante pasa por la aparente actitud independiente que algunas historias adoptan: películas que en principio se posicionan como diferentes en sus planteos. Como se sabe, la misma palabra independiente es de por sí problemática. Hace años que el concepto se ha integrado a la industria (un paradigma podría ser Tiempos violentos) y ya no se piensa tan tajantemente como su opuesto. Eso provoca que, año tras año, hallemos títulos que juegan a ser diferentes estéticamente pero que, en definitiva, repiten convenciones típicas de la factoría. Los descendientes, El árbol de la vida, y Tan fuerte y tan cerca, más allá de sus diferencias, parten de nociones frecuentes (la pérdida de un ser querido) y tienen como destino universos reparadores desde lo afectivo como desde lo narrativo, es decir, recursos que no escapan a un modelo de relato consagrado por la industria: la teoría del conflicto central en la que un héroe debe sortear obstáculos. Toda la fuerza física que se advierte en El juego de la fortuna, por dar un caso, se agota en esa necesidad narrativa de cumplir con el espectador ávido de acción y de entretenimiento. No hay películas que perturben, que transgredan, sino que se rigen por las mismas reglas que parecen, en principio, combatir. Esta actitud puede extenderse también a mucho de lo visto en los festivales de cine, cuyas programaciones han perdido paulatinamente gestos verdaderamente independientes.

Un último eje puede plantearse en torno a la relación con el pasado, tema que varias candidatas ponen en foco, ya sea a través de un viaje o de la aparición de personajes vinculados a una época de la historia del cine. Da la impresión de que un aire de cinefilia pretende instalarse en Caballo de guerra, La invención de Hugo Cabret y El artista. Los críticos no han escatimado elogios y vínculos posibles. ¿Pero esto es así? Creo que se trata de un falso retorno, que la ligazón con el pasado es solo referencial. Una película como El artista, a la que se anunció como homenaje y recreación de la estética del cine silente americano, no es más que la impecable fotocopia en blanco y negro de cualquier filme actual, con sus tiempos veloces, sus rostros contemporáneos y los artilugios narrativos propios de un producto que no supera la medianía y hace apología de lo técnico. ¿Qué puede haber de Meliés en Hugo? Nada, y sí mucho de Disney. En todo caso, el retorno es a la infancia. La abundancia de niños ya forma parte de un discurso global que contempla la orfandad y la experiencia adolescente como potables comercialmente (sea en su variante de mago o de vampiro).

Las notas anteriores no se pretenden como únicas y sí están abiertas a otras miradas. Buscan, en todo caso, demostrar que las aparentes diferencias que se advierten en las películas elegidas como candidatas este año son, en realidad, un conjunto sólido de rasgos comunes obedientes al gusto de la industria y llamativamente, al apoyo casi incondicional crítico.

Comentarios

comentarios

Comments are closed.