Por Mex Faliero
Terminar el domingo viendo Porfirio y arrancar el lunes viendo Without es como buscar una continuidad algo enroscada: ambas películas trabajan con un personaje lisiado, postrado en una silla de ruedas. Pero mientras la colombiana lo hace poniendo el ojo en ese personaje, la norteamericana se centra en quien lo cuida y las situaciones que tiene que atravesar. Ambos films, no obstante, juegan con las expectativas del que mira, interpelado por el protagonista en Porfirio y puesto en el rol del coprotagonista en Without. Igualmente no son películas sobre la discapacidad, sino más bien sobre las consecuencias internas y externas.
De Without ya hablé en la cobertura de la competencia, y debo señalar que de los integrantes del staff (Luzi, Colantonio, Pafundi) soy el que le encontró más aristas positivas, aún con todas sus contradicciones, que mayormente son conceptuales y de sentido: no se sabe muy bien hacia dónde va el film. Hablemos de Porfirio, pues, del colombiano Alejandro Landes, quien en el festival de 2007 presentó aquí Cocalero, sobre la figura de Evo Morales.
Centrada en la figura de Porfirio Ramírez Aldana, Porfirio retoma cierto registro documental pero le suma un grado de ficción que hace jugar al film en una línea de intertextualidad constante: el protagonista se recrea a sí mismo, en una película que no es un documental puro y a la vez es una ficción al filo de lo documental. Pero Ramírez Aldana es un personaje interesante: ex policía, quedó postrado y tiene que cobrar una indemnización. Sin embargo, le demoran el trámite. Ante esto, decide apurar a quienes tienen que sacar sus papeles llevando unas granadas escondidas en sus pañales. Esto, que tiene aire de thriller -y que es vendido desde la sinopsis que aparece en la grilla-, es apenas el desenlace del acto que atraviesa Porfirio y del film mismo. Lo que vemos, entonces, es la cotidianeidad de un personaje postrado en unas condiciones que no son las ideales. Lo curioso, y más interesante, es cómo revierte cierta tendencia del cine latinoamericano provocador, un poco en la línea de Reygadas: aquí hay sexo entre personas que no son las de catálogo (como le gusta al mexicano), pero hay distancia respecto de tomar esto como una reflexión sobre vaya uno a saber qué asunto. Por el contrario, hay disfrute, liviandad, algo de diversión. De todos modos, a Porfirio le sobran varios minutos y comete un pecado mortal: aquello que le dio razón de ser al personaje es dejado fuera de campo. Pero hay contradicción: porque el director decide que su protagonista cuente qué pasó por medio de una canción, en el final. Ese no mostrar para contar de manera oral, limita los resultados finales de un film que tiene sus varios atractivos, cinematográficos y políticos.
El lunes fue raro, porque hubo tres películas en competencia y porque la competencia se mudó al Ambassador, en vez del tradicional Auditórium: ni hablemos de los viajes hasta la sala de prensa, que queda como en la otra punta (del Ambassador). Las cosas levantaron un poco con Tyrannosaur y con This is not a film, pero no lo suficiente como para justificar la presencia de estas películas en la competencia oficial de un festival de cine clase A. En este sentido, el nivel de las películas en exhibición es bastante mediano, y esto no sólo por quien suscribe sino por el resto del staff con el que uno se cruza entre sala y sala, y con los colegas de otros medios. De todos modos, uno supone que This is not a film se llevará algo: hay un nombre importante como Panahi y la situación judicial del director iraní genera que haya una cuestión política que pueda necesitar de una reafirmación o declaración de principios de parte del festival. Y, se sabe, nunca está de más pegarse a aquello que las buenas conciencias dictan. Si Berlín le dio su Oso de Oro a un film iraní…
Me voy a ver Repo man, de Alex Cox, como para recuperar aquellos films del pasado que todos te dicen que tenés que ver y uno, ni por Canal 8, vea.