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MARFICI 2011: la ciudad presente

Por Mex Faliero

Uno reniega bastante de esta ciudad, de su estancamiento cada vez más notorio, de su falta de iniciativa, de su escaso acompañamiento para los acontecimientos culturales que se vayan gestando. Sin embargo, la presencia de Mar del Plata se reitera una y otra vez en varios de los documentales que se ven durante el MARFICI, como una forma de querer significar que se trata de un ente vivo, de una referencia ineludible en el mapa con un perfil geográfico atractivo y con química para la cámara. La memoria juega mala pasadas, pero al menos recuerdo que en Buen día, día se ve un recital de Los abuelos de la nada en una Mar del Plata enfervorizada en plenos años 80’s y en Cien pájaros, el documental de Sergio Bellotti sobre Los Rodríguez, también aparece la ciudad como huésped de la banda liderada por Calamaro. Lo indudable, también, es que todas esas imágenes pertenecen a un pasado del que ya han transcurrido casi dos décadas o más, en el caso de Los abuelos de la nada. Mar del Plata ¿fue? ¿O su tozudez preanuncia que en algún momento volverá? Incógnitas.

Lo que sí, es indudable que la ciudad genera algo en el que viene de afuera. Hay aún un romanticismo con la Mar del Plata otoñal que permanece intacto. Lo notamos en el realizador Mariano Goldgrob o con el colega Rolly Villani, de Tiempo Argentino, quienes en esos diálogos que se dan entre película y película manifiestan su deseo de venir a vivir aquí en algún momento de sus vidas. En ese sentido, Mar del Plata es totalmente cinematográfica: es un espacio y un tiempo irreal, casi fantasmagórico, que se construye indudablemente en la mente del otro, en el que mira, y se proyecta con carácter mitológico.

En fin, reflexiones que nos permite el cine y que nos da una ciudad que es más posibilidad que realidad.

Como decíamos, en Cien pájaros aparece Mar del Plata: enormemente en algunos planos costeros y tácitamente en algún escenario de la avenida Constitución. Son los primeros años de la década de 1990 y hasta estas playas llegaron Los Rodríguez. Sergio Bellotti, que todavía no era el Bellotti de Tesoro mío ni el de Las memorias del Sr. Alzheimer, se inmiscuye con su cámara en la gira de la banda de Andrés Calamaro para intentar capturar algo de la esencia compositiva del grupo, que por entonces comenzaba a mostrar algunas grietas y ya masticaba su separación. En verdad es poco lo que se puede revelar, dada la oralidad críptica del Calamaro que aún no era el “padrino” del rock nacional que es en la actualidad. Sin embargo, hay en este trabajo bastante desarropado (“ni puesta hay, es un documento antes que un documental”, nos dirá Bellotti luego de la proyección) algo que el director redondearía con sus obras posteriores: en primera instancia, un fascinación por los bordes (Calamaro, ahí, es un artista límite), y en segundo plano un poder de observación tal que permite capturar un momento, el momento, para congelar por siempre ese presente y hacerlo continuo. Estas imágenes estuvieron guardadas unos 14 años y recién ahora conocen la luz. Sin ser un gran documental, se mantiene intacta esa chispa del pasado que vuelve a encenderse como si fuera la primera vez.

Antes de despedirnos, decir que algo de la expectativa que tenía sobre la película La casa por la ventana se vio defraudada totalmente. Parte del proyecto de la productora y distribuidora de cine de género nacional VideoFlims, esta película de Esteban Rojas y Juan Olivares tiene una intención evidente: recuperar el espíritu de aquellas comedias norteamericanas de la década de 1980, cuando reinaba en el género el gran John Hughes. Con algo de la rebeldía adolescente de Especialista en diversión o Ciencia loca, el film gira en derredor de dos hermanos, uno de ellos que continúa el mandato paterno y el otro, más rebelde, quienes se enfrentan durante una noche de fin de año en la que el más formal de los dos espera dar una súper fiesta en su hogar. Y si bien Rojas y Olivares demuestran tener conocimiento sobre la forma en este tipo de películas, lo cierto es que se olvidaron de lo fundamental, que es el humor y el timing para la comedia. Así estamos ante un film que funciona en la teoría, pero que se agota inmediatamente y nunca acierta en el tono ni en el ritmo. Una apuesta decididamente fallida.

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