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Pantalla Pinamar 2011: de sol y de lluvia

Por Mex Faliero

Pinamar nos recibió este jueves a Gabriel Piquet y a quien suscribe con un solazo así de grande: mucho calor y -afortunadamente- también bastante color en las salas, con funciones de bote a bote como la de la simpática comedia española La vida comienza hoy. No es una mala forma de comenzar esta estadía pinamarense -continuidad de la cobertura que hizo en la primera parte Daniel Cholakian-, por más que hoy amanecimos con una lluvia bastante intensa. De hecho, esto potenciará más nuestra pulsión por ver películas. Pero… malditos rayos de sol, ya comienzan a pegar de nuevo tras el aguacero.

Pantalla Pinamar es un encuentro con sus particularidades. Por un lado campea la buena onda de la organización, con el particular empeño de la gente de prensa -Eloisa y Mayra- en conseguirte aquello que necesitás para trabajar adecuadamente. La estructura del encuentro, con funciones a partir de las 17:00 permite fusionar el visionado de películas con el descanso costero, más los encuentros con amigos y gente del cine. En ese apartado siempre sobresalen Silvia Romero y Fabián Sancho del Festival Inusual, que ya son como parte del inventario del festival que sea.

Pero por otra parte, Pantalla ofrece una programación con vaivenes. En su faz europea, casi un encuentro de preestrenos: hay Ken Loach, hay Mike Leigh, hay Fracois Ozon. Y, especialmente, en sus propuestas se observa la intención por abordar un cine con apuestas formales no del todo arriesgadas (y eso no las hace mejores ni peores), casi cercano al espíritu de los últimos festivales de Mar del Plata. Seguramente, claro, esto tenga que ver con la necesidad de identificación con el grupo etáreo que puede habitar Pinamar en esta época del año, una vez que la temporada terminó.

Sin embargo donde Pantalla paradójicamente exhibe sí una cuota mayor de riesgo es en cuanto al cine nacional. Si bien hay mucho refrito –La mirada invisible, Carancho, Amor en tránsito– también hay nuevas propuestas y mostración de películas más cercanas a los nuevos cineastas argentinos. Uno de estos ejemplos, posiblemente, haya sido nuestro debut en Pantalla con El invierno de los raros, film que forma parte de esa movida actual de la provincia de Córdoba que también integra De caravana, vista recientemente en Mar del Plata.

El film de Rodrigo Guerrero es una apuesta por los relatos corales, con Luis Machín y Lautaro Delgado como caras más conocidas, y la presencia de actrices cordobesas y caras desconocidas para el gran público. Varias historias que se entrecruzan en un pueblo del interior: el hombre solitario que sigue a una profesora de danza, la misma profesora que no encuentra el rumbo en su vida, una joven tímida e impulsiva noviando con un peón de campo y lidiando con su madre alcohólica, el peón y su vida algo abúlica en sus tareas campestres.

Hay que decir que se observa en Guerrero un manejo de varios géneros y registros: si por un lado aborda la persecución sobre la profesora a la manera de un thriller, las tareas de campo son vistas con un sesgo casi documentalista y de observación, mientras que el vínculo entre la joven con problemas con su madre y otra muchacha solitaria que anda por allí adquiere los tiempos de cierto nuevo cine argentino. El problema de El invierno de los raros es que todas estas películas que andan dando vuelta en su interior no logran hacer una sola película realmente interesante. De repente, sobre el final, Guerrero entrecruza las historias con interesantes movimientos de cámara en una fiesta de club barrial, pero hasta ahí –hasta lo formal- llegan sus aciertos. El invierno de los raros está hecha de muchos de esos lugares comunes que hoy ya se le comienzan a notar a cierto cine independiente, más allá de ser por cierto una propuesta bastante aburrida y desapasionada en varios de sus muchos minutos.

De La vida empieza hoy habla Gabriel Piquet en las mini-críticas, así que no me explayaré ya que ambos pensamos más o menos lo mismo de la película. Por eso cerremos estas primeras líneas pinamarenses hablando de Un año más, último opus del británico Mike Leigh. El film está contado en capítulos y su título lo dice todo, al menos su título original: Another year. Es decir, no habrá grandes eventos en esta película más que los que aporte la vida misma, más aún en la vida de un matrimonio (Ruth Sheen y Jim Broadbent) algo hippie tardío, algo burgués, algo de izquierdas, y muy encantador y sin problemas. Los conflictos los traéra el entorno, especialmente una amiga de la mujer, interpretada por Lesley Manville. Los capítulos a los que nos referíamos son las estaciones del año, en orden. Y si Leigh decide comenzar con la primavera, todos sabemos que el final será con el invierno. Por eso, un título ideal para una futura crítica del film sería “Hay que pasar el invierno”.

Es curioso, porque en buena parte de los 129 minutos de Un año más (los que pasan de la primavera al otoño) Leigh filma la comedia neurótica británica que hasta acá Woody Allen no pudo filmar. El director acierta en el tono de comedia ligera que insufla en esa primera parte y se vale de un grupo de actores que están notables, aunque claro que nadie podrá con Broadbent que a esta altura es uno de los mejores actores ingleses de la actualidad. El tipo compone con sutileza, sin trazos grueso, un padre de familia que bajo otro cristal podría ser irritante en su bonhomía. Sin embargo su Tom es un tipo afable, buen amigo, sensible, mejor hermano y gran esposo que, además, es un notable cocinero. Y ahí parte del encanto de, al menos, las dos últimas películas de Leigh: tanto en La felicidad trae suerte como aquí, se centra en personajes felices, completos, positivos, sin problemas. Y el atractivo pasa por ver cómo impacta ese mundo con el entorno.

Se podría decir que en más de hora y media Un año más es feliz y radiante. Pero sobre el final, en su último acto, la presencia de la muerte enturbia algo los resultados, especialmente a partir de cierta tendencia de Leigh a regodearse un poco en el patetismo de algunos de sus personajes o, ahí sí, de construir personajes muy marcados, casi caricaturas, y en los que las actuaciones tensas (¿acaso no fue quien nos hizo conocer a Brenda Blethyn?) profundizan esa tendencia excesiva a castigarlos y reducirlos a personitas insignificantes. Eso pasa aquí con Mary, la amiga, o con el sobrino de Tom. Es en esos momentos en los que uno duda sobre si Leigh sólo cuenta o también le interesa bajar línea. Parte de la ambigüedad de su cine a la que nos tiene acostumbrados.

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