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El cine italiano y su presente

Por Gabriel Piquet y Julieta Paladino

La reciente realización en la ciudad de la Muestra de Cine Italiano, coordinada por las Instituciones Italianas de la Circunscripción Consular de Mar del Plata, permitió acercarse a un grupo de películas de nuevos autores del cine de aquel país. Novedades, un par de clásicos y también un film del más reconocido Fernand Ozpetek formaron parte de la programación de este ciclo que contó con una buena concurrencia de público: especialmente el Teatro Colón se vio desbordado con la proyección de la comedia Un italiano en Argentina. Más allá de todo, las películas sirven como pequeño muestrario del momento de incertidumbre que atraviesa el cine italiano.

En cuanto a la organización, hay que decir que más allá de algún inconveniente en una de las proyecciones, las cosas estuvieron muy bien organizadas y se contó con la mano segura de Miguel Monforte en la coordinación general. Las expectativas se vieron colmadas y, como se ha dicho, la función de Un italiano en Argentina ha sido tan buena que se anunció su repetición en una próxima fecha a designar.

De Ladrones de bicicletas y la citada Un italiano en Argentina ya se ha dicho de todo, aunque la posibilidad de recuperarlas en pantalla grandes -sobre todo a la primera- posibilitó reencontrarse con uno de esos clásicos que tienen el plus de haber sido modelo para la conformación de un movimiento de cineastas. Sin embargo el resto, en la mayoría de los casos obras de directores ignotos para estas latitudes, dejan en evidencia cierto agotamiento en las fórmulas de un cine que todavía parece vivir a la sombra de los grandes nombres. De hecho, en la actualidad salvo un Bellocchio o un Moretti (ya tipos con gran trayectoria), se trata de un cine subsidiario de la televisión o mínimo y olvidable. A eso hay que sumar la pérdida de terreno que ha tenido en lo que es la distribución.

Por eso, más allá de la medianía de algunos films, esta propuesta sirvió para conocer qué se está haciendo allí. En ese sentido prometía acercarse a Tengo algo que decirles, de Fernand Ozpetek, director del que se ha visto en el Festival Internacional El baño turco. El director se mete con la historia de un joven que vuelve a su casa para confesar que es homosexual, pero es sorprendido por su hermano que revela su misma condición ante la familia.

El director mezcla una comedia a la italiana, aunque sin derrapar como en una de Festa Campanile (no hay desnudos y falta la mirada cómplice a cámara del protagonista al hacer un chiste), y un drama. Los personajes son estereotipos de una Italia de los 50, con un padre ultraconservador que no acepta la homosexualidad de su hijo y tiene un affaire extramatrimonial, y una madre que pregunta si la homosexualidad es una “enfermedad”, entre otras cuestiones. La única historia que tiene momentos interesantes es la de los hermanos y la de la abuela en su recuerdo de no olvidar a su verdadero amor. Cuando Ozpetek sale de la humorada fácil atrapa, pero lo hace muy poco.

Por su parte Legami di sangue con su historia de hermanos que entran en conflicto por la herencia familiar, es un film simple y cotidiano con personajes bastante estereotipados, típicos de las zonas rurales de la Italia meridional: la hermana solterona extremadamente religiosa, el hermano bruto, tacaño y malhumorado, el galán holgazán. A estos se suma la presencia de un hermano enfermo y con retraso mental al que todos deberán cuidar.

En el film de Paola Columba se presenta una suerte de enfrentamiento bíblico como el de Caín y Abel con un final distinto pero algo previsible, contextualizado en nuestros días por medio de varios elementos, entre estos el personaje de una prostituta latinoamericana. Es una película bastante floja y básica que no llega a justificar la presencia de varios de sus personajes y donde todo desenlace y conflicto nos resulta de antemano muy evidente.

Tampoco fue mejor con El mar de Joe, de Enzo Incontro, un documental sobre la pesca del salmón y, especialmente, sobre la vida de uno de estos pescadores. El uso de la voz en off para ir contando anécdotas y la aparición del narrador/director delante de cámara (un vicio que tomaron muchos post Michael Moore), la visita a un parque (con imágenes de unos osos tratando de pescar salmones) y una recorrida por un acuario, acercan más que al documental, al programa turístico.

A partir del trabajo de Incontro, la historia del protagonista queda medio desdibujada y no hay un conflicto marcado como para que el espectador se relacione con las vivencias del personaje. Se habla de que es una guerra cuando se sale a pescar, pero en ningún momento se escucha la campana de los otros. El director solo entrevista a Joe y sus amigos, quienes tienen la opinión final. El mar de Joe es perfecto como programa televisivo sobre la naturaleza, pero el sesgo documental le queda grande.

De lo visto, lo mejor fue sin dudas Basilicata costa a costa. El film comienza con un ritmo vertiginoso, para retratar a los integrantes de una banda que se confiesan sobre lo complicado que es para un grupo tratar de mostrar su arte en una de las regiones de la Basilicata. Uno de los integrantes quiere ir a un concurso de música y se le ocurre que para tener más repercusión, lo mejor es hacer el viaje de una punta a la otra de la región caminando.

Cuatro hombres, un caballo, un carrito y una periodista mostrarán entre canción y canción, las ciudades y lugares que componen esta zona. La película maneja varios géneros (musical, comedia), juega con el documental e intenta también con el drama, pero es ahí en donde no crea buenos momentos. Los temas son recitados acompañados de música que fusiona algo de lo popular de la región con elementos del jazz, en el que es uno de los aciertos del film. Basilicata costa a costa termina siendo un recorrido interesante, algo irregular, pero que por lo menos no deja a mitad de camino.

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