No estás en la home
Funcinema

El último maestro del aire

Título original: The last airbender
Origen: USA
Director: M. Night Shyamalan
Reparto: Noah Ringer, Dev Patel, Nicola Peltz, Jackson Rathbone, Shaun Toub, Aasif Mandvi
Guión: M. Night Shyamalan
Fotografía: Andrew Lesnie
Montaje: Conrad Buff
Música: James Newton Howard
Duración: 103 minutos
Año: 2010


8 puntos


¡Que Dios te bendiga, Shyamalan!

Por Rodrigo Seijas

Debo decir que M. Night Shyamalan es una de mis debilidades. No es que le defiendo todo, me parece un director claramente imperfecto, pero las formas que implementa en su cine siempre han establecido una conexión con mi gusto cinematográfico. Defendí filmes suyos muy atacados, como La aldea o La dama en el agua, e incluso varios aspectos de El fin de los tiempos, al que sin embargo considero claramente fallido.
Aún así, debo decir que la noticia de que se iba a hacer cargo de la adaptación de la serie animada Avatar-la leyenda de Aang no me generaba demasiada expectativa, en especial porque implicaba un trabajo arduo con los efectos especiales, un rubro con el cual Shyamalan nunca se llevó muy bien. Pero luego de la visión de El último maestro del aire, la elección del realizador de Sexto sentido adquiere lógica, a partir de su particular estilo de puesta en escena y su conexión con el mundo infantil y fantástico.

La historia presenta a cuatro naciones –la del Aire, del Agua, del Fuego y la Tierra- que desde la desaparición del Avatar –una especie de elegido capaz de manipular los cuatro elementos- han estado en permanente guerra. Con la reaparición del Avatar, las piezas del tablero se reacomodan para todos, de diversas formas. El filme es antes que nada el típico camino del héroe, sólo que es un héroe a mitad de su recorrido, debatiendo consigo mismo y con los demás.

Shyamalan parte de un material ajeno, aunque se hace cargo del guión y la producción. Su inserción es doblemente fascinada: es como la de un niño descubriendo las posibilidades de un mundo paralelo a la realidad conocida, a la vez que es como la de un adulto explorando formas de espiritualidad que remiten bastante al cristianismo y al budismo.
Si con El fin de los tiempos Shyamalan parecía haberse olvidado de ciertas marcas autorales que lo distinguían, ya casi desde el principio de El ultimo maestro del aire se puede ir notando que el realizador no es cualquier artesano más; que hay alguien detrás de cámaras con una mirada distintiva, que le permite no sólo utilizar el montaje en el plano como una herramienta estética y narrativa, sino además impactar en el espectador a través del plano secuencia. La posición que toma Shyamalan deja, es cierto, en evidencia una indudable artificialidad de los efectos especiales, pero como parte de un universo con reglas propias, haciéndose cargo también de los puntos de contacto con la realidad.

En cierto modo, El último maestro del aire funciona como una relectura de filmes como Sexto sentido, El protegido o La dama en el agua. En todos estos relatos aparece la figura de un sujeto con poderes más allá de lo normal, que lo distinguen de los demás, que deben asumir responsabilidades que los sobrepasan, o que directamente no desean tener. En todas ellas, Shyamalan plantea una tesis de forma bastante explicita, buscando transmitir un mensaje, que en algunos casos puede provocar incomodidad o disidencia. Se percibe a un cineasta con un ego muy pero muy grande, al que no le importan las críticas ajenas (de hecho, hasta lo motivan más) y que se cree un portador de la verdad absoluta –cuando en realidad sólo está en condiciones de aportar una verdad más entre muchas otras verdades-.

Ahora, ¿por qué funciona su cine? Porque construye personajes y una narrativa sólidos. Porque con sólo un par de planos o frases es capaz de transmitir el dilema de Aang, el miedo a asumir su identidad, a ser él mismo de una vez, antes de que sea demasiado tarde. O de mostrar las ansias de Katara de demostrarse a sí misma que puede ser la persona indicada para sobresalir. Pero, especialmente, de trazar las líneas de un personaje como el Príncipe Zuko, que comienza siendo un villano para ir convirtiéndose rápida pero armoniosamente en alguien maldito, que persigue objetivos afectivos y estratégicos que siempre se le escapan, a la vez que establece una relación con su tío que reemplaza la ausencia de un vínculo paterno-filial en su vida. En todos los personajes que van apareciendo se puede diferenciar una ética y una moral, un punto de vista sobre las sociedades que habitan y su papel dentro de ellas.

El último maestro del aire está lejos de ser una película perfecta. Shyamalan incurre en múltiples sobreexplicaciones y la narración cae en unos cuantos baches. Incluso así, ostenta una energía propia, exclusiva, que la pone en un lugar diferente de muchas de las adaptaciones que se están haciendo en Hollywood, demostrando que, a diferencia de lo que muchos creen, el problema no pasa por basarse en material ajeno, sino por la creatividad que se aplica en el procedimiento.

El filme de Shyamalan (porque es de él, porque se notan sus obsesiones autorales, para bien y para mal) esquiva en numerosos pasajes el lugar fácil de mera presentación o de apelación a territorios comunes conocidos por los fanáticos, concentrándose, antes que nada, en contar una historia que incluye amores, odios, dudas, certezas, sacrificios, aprendizajes.

Y sí, también las puertas abiertas a futuras continuaciones. En lo que refiere a esto, no deja de ser llamativo que El último maestro del aire evidencia una mayor economía narrativa que filmes con mucho más prestigio y consenso crítico como La comunidad del anillo o la primera parte de la saga de X-men. De ahí que los dos últimos planos adquieran la importancia, la relevancia que buscaban. Porque anuncian enfrentamientos futuros, nuevos interrogantes, más por descubrir y disfrutar. Y porque certifican la habilidad de irritar –en el mejor de los sentidos- a un cineasta que siempre tiene algo original para ofrecer. Bendito sea por eso.


4 puntos


Take my breath away

Por Javier Luzi

Quiero ser claro desde el comienzo, Shyamalan nunca me pareció el director que quisieron vender. Para mí su mejor película es El protegido, -que no creo que sus fanáticos recuerden especialmente-, ni siquiera Sexto sentido que fue su aparición descollante para el gran público donde para mi gusto aparecen por lo menos dos de sus vicios: la necesidad del ingenio y la vuelta de tuerca en los guiones; con el agregado en ésta, y lo que me resulta peor, de una mirada sobre la muerte típicamente infantil y reparadora (marca yanqui por esencia) que diluye los efectos de la violencia ante la posibilidad de subsanar lo que nos falta hacer o hicimos mal aún después de fallecidos.

Creo que es un buen director con un mundo que contar y que sabe cómo mostrarlo, pero entre su eterna búsqueda de lo ingenioso y su mirada “inocente” me parece que dilapidó lo que tenía en su necesidad de abundar en simbologías y metáforas que encima cree imprescindible explicar y sobreexplicar y que además, últimamente, perdió hasta el manejo del entretenimiento. Seamos francos, Shyamalan es un director de estos tiempos: pura cáscara que apenas raspamos muestra el vacío, buenas intenciones que no conducen a ningún lado -como toda buena intención- y new age con ínfulas de saberes filosóficos.

Y ahora quiere regresar al sitial que supo ocupar (luego de unos traspiés que crítica y público marcaron) encargándose de una saga de tres películas que se basan en una serie de animación adolescente de Nickelodeon. Cuatro pueblos (agua, fuego, aire, tierra) viven en armonía entre ellos y con los espíritus a través de un avatar (que ejerce dominio sobre los cuatro elementos). Cuando éste desaparece los del Fuego harán todo para hacerse del poder y el dominio, desde exterminar a los de aire hasta sojuzgar a todos los demás. Dos hermanos (ella una “maestra” del agua) encuentran a un chico y descubren que puede ser el avatar perdido.

Shyamalan se dedica a contar su cuentito con profesionalismo y sin subestimar los materiales con los que trabaja y ofrece un personaje como el del Príncipe Zuko (Dev Patel) que arrastra una oscuridad y un trauma interesante para volverlo menos macchietta que al resto del reparto. Pero eso es todo. Nada que uno no espere de un blockbuster de este tipo pero, además, como a media máquina y bastante aburridamente. Una fábula moralizante y edificante, con diálogos imposibles, con la gastada idea de superación y encuentro de sí mismo por parte de los protagonistas, con esos tintes ecológicos y de autoayuda que se patinan de hondura y apenas tienen la profundidad de un charco. La música constantemente procura crear climas y exagera. Y por si fuera poco el director de Señales resuelve muchas situaciones recurriendo a la voz en off contando todo lo que no se ve que sucede, tal como si hubiera perdido la fe en las imágenes. ¿O será que lo que abunda en esta historia es lo innecesario?

Comentarios

comentarios

1 comment for “El último maestro del aire