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Sí, señor

Sí, no, blanco y negro

Por Mex Faliero


6 puntos


Sí. Carl Allen (Jim Carrey) se ve obligado a decir que sí a todo tras participar de un espectáculo que brinda una especie de gurú de la autoayuda (Terence Stamp). Hasta ahí era un tipo encerrado en su pesar, sufriendo por una herida de amor de tres años de antigüedad. Alguien imposibilitado de compartir un espacio público con amigos si aparecía allí su ex -entre nos, conozco gente así-, que a todo posible encuentro social le decía que “no”. Un no rotundo. Pero el Carl que dice que “sí” es alguien a quien a partir de la arbitrariedad de sus decisiones le empiezan a salir todas. El guión, que puede parecer arbitrario en algún momento, se vale de esa casualidad excesiva para ir contando su historia, apoderándose de la premisa efectivamente. Si al igual que en Todopoderoso la premisa se sustenta sobre una única idea -si bien aquella era más fantástica y aquí se juega con cierta fantasía pero siempre se la tamiza con la cotidianeidad y la realidad- y tenemos a Jim Carrey para desarrollarla, Peyton Reed es un director con cierta sensibilidad, que confía en el desarrollo de sus personajes y no sucumbe a los mensajes desmedidos, ni tampoco a esa única idea. Si bien en Sí, señor hay algo de lección de vida, queda enterrada por la energía de la historia y el propio devenir de los sucesos que terminan cuajando con la lógica de la película. Además Reed sabe cómo desarrollar la premisa para que cada vez quede más atrás y lo que empiece a pesar sea la historia de sus personajes.

No. Asombra en la primera parte de Sí, señor la naturalidad con la que se cuenta, en una comedia de Hollywood y con ese artificioso comediante que es Jim Carrey, la historia de un tipo triste y encerrado en sus propias obsesiones. Hay algo que recuerda a la realidad que exploran las películas de Judd Apatow como Ligeramente embarazadaVirgen a los 40. Pero como decíamos, Apatow confía en actores que pueden interpretar a gente común y vulgar. Steve Carell y Seth Rogen son esos tipos que andan por allí, en la ciudad, perdidos entre la muchedumbre. Pero Carrey no. Carrey siempre tiene un gesto de más, improvisa en un sentido físico antes que verbal. Y la contención del comediante, que aplica su estilo a la historia que se cuenta es uno de los aciertos de la película. Ejemplo es la escena del Red Bull. Es el Carrey de las morisquetas, pero queda totalmente justificado. Pero sobre todo funciona en Sí, señor, como decíamos, en la primera parte, esa del Carl encerrado. Allí asoma la oscuridad del Carrey de El insoportable, la del tipo alienado, la del choque con la sociedad. El frontman que se choca con un frontón. Allí explota Carrey en tristeza y melancolía y allí funciona su trabajo corporal, por la necesidad de salirse del corset, es como un Jeckyll y Hide en lucha constante.

Blanco. En la vida de Carl y en la de la película aparece Allison (Zooey Deschanel -estoy secretamente enamorado de esta chica, no le cuenten a nadie-. La mina es cantante de una banda folk-pop-glam-electrónica, conduce una motocicleta casi ciega, trabaja con un grupo de personas que sacan fotos en movimiento mientras trotan. Es una chica imprevisible, todo lo contrario del viejo Carl. Si algo hay que decir de Reed, extraño director de la realidad, es que es uno de los pocos que logran darle a sus personajes femeninos más dimensiones que la de ser la que acompaña al protagonista masculino. Sus mujeres, la Brooke de Viviendo con mi ex, la Barbara de Abajo el amor, piensan, sufren, viven, sienten y tienen sus verdades para decir y dejan, en ocasiones, en ridículo a sus hombres. Es en los diálogos que entablan Carl y Allison donde vemos que Reed, un director que formalmente no sale de cierta chatura narrativa y es difícil encontrarle alguna seña particular, pone su sello. Esos diálogos -la caminata nocturna luego del recital, la charla sobre el escenario del teatro a cielo abierto cuando cantan Can’t buy me love de los Beatles- se trasunta cierta verdad. No son los diálogos de una comedia romántica, no tienen el peso en las palabras de la escritura cinematográfica, son más sencillos, son reales. Otra vez Reed amaga con contar una cosa y es otra. Si Viviendo con mi ex parecía apuntar al rematrimonio, al final nos decía que no, que no había lugar para nada más. Aquí detrás del relato de autosuperación personal, hay una historia real y cercana sobre la búsqueda del amor imperfecto. Dice Carl: “Vos tenés miedos, yo tengo miedos. Quiero que tengamos miedo juntos”.

Negro. Pero así como destacamos esas virtudes en Reed, hay que decir que Allison no es ni Barbara ni Brooke. En algún momento la cámara se queda con ella, abrazada a él, pero inmediatamente se va con Carl, que duda de lo que está surgiendo entre ambos. En Sí, señor es Carl el que importa, nunca los dos. Así el personaje femenino se convierte en un cliché más de la comedia romántica y el film, empieza a carecer de las dimensiones que el director sabe darle a sus relatos. Había una característica de Viviendo con mi ex que la hacía distinta, las escenas nunca eran cortadas con el gag, había un plano posterior que denunciaba que eso no era una comedia, que algo más grave estaba pasando. Será por la presencia arrolladora de Carrey, lo cierto es que el film muchas veces se sustenta en el gag y pierde consistencia la historia. Sin dudas es la película más floja de Reed, porque no logra distanciarse del todo de su personaje como para ver sus fallas o, si lo hace, parece consustanciado con la fórmula 1 + 1 = 2. Es cierto que hay una interesante revelación sobre la inutilidad de la autoayuda, que la comedia funciona, que el romance es efectivo y hay química en la pareja (aunque a veces él parece un poco animal para la sensibilidad de ella; nena ¡no te merece!), pero uno sabe que a Peyton Reed puede pedirle más, una vuelta de tuerca que cuestione las expectativas del espectador y que dialogue con la comedia romántica sobre su construcción. Lo que hay aquí es una buena película. No es poco, pero tampoco es mucho más de lo que podría haber sido.

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