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El día que la Tierra se detuvo

Maten al mensajero

Por Mex Faliero


4 puntos


Lo mejor que tenemos para decir de esta remake del clásico de Robert Wise de 1951 es que trabaja Keanu Reeves. Y no porque Reeves esté demasiado bien, sino porque es uno de los pocos actores que le pueden dar credibilidad a un personaje que es una especie de autómata sin demasiada expresividad. El día que la Tierra se detuvo de Scott Derrickson no funciona como tanque, no funciona como alegoría y ni siquiera impacta desde lo formal. Es una nulidad sumamente aburrida.

La historia es la misma de antes: un alienígena de nombre Klaatu (Reeves) llega a la Tierra para advertir sobre algo que se viene. Pero el Gobierno y el Ejército norteamericano hacen oídos sordos y prefieren destruir al enemigo. La diferencia radical es que aquí se opone la ciencia como una especie de reservorio moral de las decisiones políticas, representada en el personaje de la científica que interpreta Jennifer Connelly.

En aquella película, embebida por la tensión que generaban la Guerra Fría y la amenaza nuclear, las cosas funcionaban dentro de su ridícula lógica porque importaba más el contacto entre el extraterrestre de Michael Rennie con el entorno humano que desconocía su identidad, que la alegoría política, diseminada en un par de risueñas líneas de diálogo. La versión Derrickson es bien deudora de nuestro tiempo, se pone seria y mensajística y sin amenaza nuclear, aquí lo que corre riesgo es la naturaleza.

Sin ser una gran película, la original plantaba una duda sin contrarrestarle una respuesta o una posible solución. Lo que decía aquel Klaatu era que si los humanos seguían en su postura violenta, no quedaba otra cosa que la futura exterminación. Derrickson y su guionista David Scarpa nos quieren hacer creer que creen en la humanidad, pero ni siquiera son capaces de creer en el espectador de su película. Este Klaatu presagia tempestades, pero es medio blandengue y decide que al final estos tipos no son tan jodidos. No molesta el optimismo simplón, sino más bien la forma incoherente con la que se lo promueve.

El día que la Tierra se detuvo apunta su clímax a la catástrofe posible y juega un par de cartas reelaborando las posibilidades que la original dejaba picando. A Klaatu lo acompañaba el mítico robot Gort, a quien en la versión 1951 se lo calificaba como algo que podía generar una masacre tremenda, la cual nunca llegaba. Aquí, gracias al avance de los efectos especiales, asistimos a la reacción de Gort. Esta idea parece el límite de lo que la película puede llegar a dar, para bien o para mal.

No podemos acusar a Derrickson de tomar un material “sagrado” y haberlo destruido. No, no es para tanto. Pero sin dudas sí podemos señalar que el tipo no le agregó nada y por el contrario le restó mucho a una historia que era más que atractiva. Lo que sí da un poco de asco es que para corroborar este humanismo a lo Hollywood, previamente la película tenga que hacer ostentación de su tecnología con un par de destrucciones de ciudades como para enganchar al espectador en busca de escenas grandotas sin reflexionar acerca de la gente que moriría si esa situación ficticia fuese real. Esa inmoralidad tecnológica termina por reducir a la excesiva alegoría ecologista del film al tamaño de una aberración hipócrita.

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