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Funcinema

La próxima estación

Por Cristian A. Mangini

(I) Coyuntura

La Presidente dijo que «incendiando» no se construye la Argentina
InfoBAE.com – 5 Sep 2008

Siete personas siguen detenidas por los destrozos
Clarín.com – 5 Sep 2008

Las pérdidas rondarían los 30 millones de pesos
Lanacion.com (Argentina) – 5 Sep 2008

Pasajeros cansados por los retrasos queman dos trenes en la (…)
Panactual.com – 5 Sep 2008

La incertidumbre de viajar en el Sarmiento
Lanacion.com (Argentina) – 5 Sep 2008

El Gobierno habló de «atentado» y apuntó al PO, a Solanas y al MST
Clarin.com- 5 Sep 2008

(II) Solanas, ese viejo conocido

Pocas veces un documental ha sido tan coyuntural y contundente, no solo desde lo visual sino desde la tesis inicial. El hecho de que a esta reseña la acompañen 6 titulares elegidos al azar, tiene la finalidad de informar nuevamente sobre lo que todos (o, al menos, los de Argentina) ya sabemos de manera superficial. Si quieren escapar del bombardeo de imágenes del periodismo, donde se muestran flashes de destrucción y vandalismo junto a pegajosos titulares, o de eso que todos ya sabemos (o creemos saber), entonces lo mejor es ver el documental del inagotable Fernando “Pino” Solanas. La sensación que se siente es que, más allá de que uno puede encontrar ciertas cuestiones que se le pueden achacar, la tesis que sostiene y fundamenta al largometraje hace olvidar cosas como, por ejemplo, el efectismo del epílogo.

Pero, en primera instancia, veamos en que consiste esta nueva entrega del gran documentalista: se trata de un recorrido a través de la historia de los trenes desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad, con un profundo y sesudo análisis de cada etapa, valiéndose de material de archivo y testimonios clave. La película consiste en un  breve prólogo, siete partes y un epílogo. No casualmente el primer plano y el plano final se encuentran en el desenlace de la película, y este golpe de efecto, en ambos casos implementado con un fundido encadenado donde se puede ver gente circulando, tiene la clave del documental que es, en definitiva, las personas que van y vienen a través del mismo medio cada hora de los 365 días. Luego está el prólogo, con una suma de flashes televisivos de gente quemando los trenes y algunas preguntas retóricas del director que pueden resultar molestas, sobre todo por la redundancia, pero luego llega a una brillante conclusión que da lugar al film, referida a que la gente ataca a los trenes “como si no fueran suyos”. Y aquí está la crítica a la televisión, las noticias nos muestran “incomodidad de la gente”, “furia en X (pongan cualquier lugar)” e inmediatamente pega las imágenes, siempre efectivas. Lo que hace este documental es mostrar porque ycomo llegamos a esta situación y, de paso, da algunos nombres.

Las siete partes están organizadas de manera clara y didáctica (no didáctista), haciendo un trazado que denota un profundo trabajo investigativo y una acertada elección de los testimonios que dan vida al largometraje. De las 7 partes, 4 son ampliamente negativas (el ocaso, los daños, los despojos y la impunidad) pero, en lugar de regodearse desde una postura miserabilista, el director se sustenta en el archivo y la elección acertada de algunos de los principales testigos de la historia de los trenes. Sobre ellos quizá pueda achacársele a Solanas el impacto emotivo que resulta casi imposible no verlo como una búsqueda, cuando alguno de ellos se emociona recordando episodios claves que los terminó segregando del sistema. Por otro lado el trabajo de planos tiene algunos encuadres cuidados que denotan la constitución del film, por ejemplo, para denotar burocracia (utilizando planos generales) o calidez (utilizando primeros planos, específicamente con los testimonios de los ex obreros). A menudo el sonido es en off en función de alguna búsqueda a través de planos realizados cámara al hombro y, a menudo, es utilizado parea enfatizar y ser referencia. La música también aporta su cuota expresiva: si Frondizi, Alfonsín y Menem comparten la misma música como leit motiv es porque, a ojos del director, comparten el mismo espacio en lo referido a la crisis de los trenes.

En cuanto a lo técnico lo único que se le puede marcar es el uso del blackscreen como separador para estructurar diferentes partes del discurso, especialmente porque roza los límites de la propaganda en el epílogo con el “podemos” y, sobre todo, porque uno no puede separar el hecho de que Fernando Solanas ha sido candidato político y es una figura de peso en el panorama político actual de nuestro país. Sin embargo, la hipótesis es tan contundente, tan sólida, y está tan bien fundamentada que es difícil ver a TODO el documental como una mera manipulación política. Contundente, pero para mirar con  ojo crítico y evitar salir con comentarios sin fundamento alguno que uno ya está acostumbrado a  escuchar, tipo: “A estos hijos de puta hay que matarlos desde el primero hasta el último…” (sic).

8 puntos


De Pino Solanas como WALL-E a los 72

Por Juan Francisco Gacitua

Las salvedades primero.

La película podría dividirse en tres partes, más allá de sus siete estaciones y el epílogo. En cada una de estas partes, conforme a sus intenciones, Pino se explaya con un estilo documental distinto: los primeros capítulos van hacia atrás, a buscar en los archivos a los distintos responsables del ferrocidio, y, como viene sucediendo con sus documentales digitales a la fecha, parece temeroso de apuntar a la gente como parte responsable de la llegada al poder de distintos gobiernos y funcionarios, pese a la veracidad y calidad en la información que va deslizando (nota aparte para los recursos informativos: Perón explicando el trato comercial con los ingleses para nacionalizar los ferrocarriles, excepcional). Además de la capacidad de desacomodar al espectador –justamente la clase de público que La hora de los hornos atacaba-, se pierde fuerza hacia la que puede considerarse la tercera parte del film, donde el director presenta el estado actual de la red ferroviaria, acudiendo a los ignotos encargados del tema en el gobierno (con los que se logran momentos efectivos en lo político, pero no en lo cinematográfico), y a los datos que suministra junto a Claudio Lozano, integrante de Proyecto Sur, y siembra la esperanza de cara al futuro, saturando definitivamente a los intertítulos y las frases en zoom que remarcan los conceptos más sobresalientes de la narración, que hasta feos quedan, intentando emular las leyendas que saltaban en un viejo rollo de celuloide.

Pese a esto, ¿Hace falta ratificar el esfuerzo, la dedicación y el poder en la denuncia que ejerce? ¿Hacer notar cómo explora los rincones más recónditos en pos de la claridad discursiva?

Ahora bien, veamos la parte del medio. Testimonial. La cámara, con la colaboración del genial Alejandro Fernández Mouján, sigue a los personajes en sus entornos hogareños o junto a una máquina, todos ellos antiguos o actuales trabajadores en algún tren argentino, que cuentan, algunos con una gran rigurosidad técnica y otros con recuerdos en abundancia, sus experiencias, sus luchas, sus victorias, y, mayormente, las derrotas que sufrieron frente a las privatizaciones, los despidos y la represión. Los fotogramas son postales, los climas de las charlas se tornan atrapantes, Pino aporta la camaradería necesaria, y cualquier persona con un poco de amor a la estación de trenes de su ciudad, al ruido del tren llegando, o a ver el camino y las vaquitas por la ventana, se caga encima de la emoción.

Justamente esos planos, esos momentos, sí recuerdan a un Solanas clásico, el que, antes, con un travelling dejaba en bolas a todo el Di Tella, y el que ahora llena los cines con una película que aporta al tremendo mapa del documental argentino en los últimos años (hecho muchas veces ignorado), en vez de andar diciéndole a otros directores qué tienen que hacer para ganar. ¡Para vos, Kuschevatzky!

9 puntos

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