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Una mujer partida en dos

Tres para perder

Por Mex Faliero

Claude Chabrol, como siempre, acariciando con un bisturí a la burguesía pueblerina francesa, ese lugar donde todos se conocen pero donde finalmente nadie se conoce en realidad, seducidos todos por la superficie. Familia, instituciones, lazos de amistad construidos en derredor de mentiras y conveniencias. Hablar de una película de Chabrol es hablar de todas porque siempre filma lo mismo, con módicos virajes relacionados con el tiempo moral que se vive.

Y tanto es así que Una mujer partida en dos no difiere mucho en objetivos y resultados que sus últimas películas como Gracias por el chocolateLa flor del mal. Hasta formalmente se asemejan. La pregunta sería si el francés no aburre. Y tal vez un poco sí y tal vez un poco no. Sí, porque uno adivina más o menos qué puede llegar a pasar en estos mundos asfixiantes donde las perversiones desbarrancarán a los personajes. No, porque Chabrol lo sabe contar, con sutileza, diálogos picantes y una energía y fluidez para narrar que aquí sólo se ve empañada por un final no del todo convincente.

Tenemos a Gabrielle (hermoso imán cinematográfico llamado Ludivine Sagnier), meteoróloga de un canal de televisión, implicada primero en un romance con el idolatrado escritor Charles Denis (implacable y cínico François Berléand) y luego con el joven heredero de un emporio farmacéutico, Paul Gaudens (un sobreactuado Benoit Magimel). Con este trío, Chabrol ya tiene un mapa bastante completo en el que aparecen los burgueses y los que no lo son pero intentan pertenecer.

El escritor representa a esa clase superior desde lo intelectual admirada de manera irreflexiva y el joven a las clases elevadas que ostentan el poder de lo económico. La seguridad de ambos universos los pondrá en crisis la chica sin pertenencia, de clase media, con ansias de ocupar otro lugar social. Siempre son estas piezas las que se disponen sobre el tablero de Chabrol y de cómo el autor juega, sale la verdadera sal del asunto.

Una mujer partida en dos es, antes que nada, una sátira de humor negro. Y se nota en el tono impuesto por el guión y por algunas decisiones algo arbitrarias y apresuradas de sus personajes, las cuales se emparienten de alguna manera con posicionamientos sociales más de comienzos de siglo XX. Es que hay que tener en cuenta que el episodio que aquí se relata es una reconstrucción de uno real ocurrido en 1905 en Nueva York.

Del trío, Chabrol irá sacando cosas a la luz pero siempre sin mostrar demasiado. Si ella es una oportunista, no lo sabremos por el film, ya que nada queda explicitado -al menos en su primera hora-. En un principio pueden molestar ciertos estereotipos con los que trabaja (la chica ingenua, el intelectual cínico, el joven alocado) pero lentamente iremos descubriendo que no se trata de otra cosa que la representación que cada uno elabora del lugar que ocupan en la sociedad. Cuando la historia vaya avanzando y conozcamos más a los personajes, esas caricaturizaciones se justificarán con creces.

Otro elemento chabroliano es el policial. O si no el policial puro, al menos el misterio y el suspenso leve. Esta no es la excepción, cuando una serie de decisiones de los personajes lleven las acciones hacia ese terreno en el que cualquier cosa puede pasar. Allí el director se muestra como un maestro a la hora de poner en escena un crimen. La filiación con Hitchcock no es en vano.

Lamentablemente en la última parte el relato comenzará a girar en círculos, sin saber muy bien, como esta mujer partida en dos, para qué lado tomar. Los personajes hablarán de más e innecesariamente, el film se tornará larguero y Chabrol hará aparecer un personaje que poco tiene que ver con el relato y que sólo parece estar para justificar el título. Sobre el final ejercita una metáfora tan torpe como indigna, que sólo es salvada por la enorme presencia cinematográfica de Sagnier que sostiene un plano con sólo derramar una lágrima de sus ojos tristes. La joven actriz soporta todo el film con sus ojos, su mirada al final es de tristeza y se enfrenta a la del comienzo, chispeante y curiosa, pero a la vez en esos ojos hay cierto orgullo de vivencia, de decisión personal que le aporta dignidad a su personaje.

Más allá de los reparos y la sensación de repetición, el film posee una energía crítica inigualable y sin necesidad de traicionarse ni ser complaciente con el espectador. En la cantidad de espejos donde los personajes se repiten, en las secuencias donde los personajes cenan en lujosos restaurantes, en la altura de personajes cínicos pero integrales, y en la sapiencia para atacar alejado de panfletos y moralinas, Una mujer partida en dos es un film atendible y que tiene cosas para decir sobre un mundo decadente, perverso y superficial.

7 puntos

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