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Antes que el Diablo sepa que estás muerto

De sangre, hermanos

Por Cristian A. Mangini

Este último proyecto del prolífico e interesante Sidney Lumet, director de películas claves como su opera prima 12 hombres en pugnaSerpico Tarde de perros en los setentas, demuestra que aún tiene cosas que decir a los 84 años de edad. Antes que el Diablo sepa que estás muerto es un ensayo pesimista sobre la condición humana contemporánea, enlazado a la tragedia clásica pero con una fuerte cuota de cinismo. Casi podríamos vislumbrar aquí algún rasgo de los últimos films de sesgo moralista que Woody Allen ha dirigido en su etapa británica pero, aunque aquí hay una formula que se puede asemejar, no existe tal intención moral durante todo el largometraje. Mas bien hay una cuota de desesperanza que se trasluce en personajes patéticos que encierran secretos y pasiones que, endiabladamente, se entraman en un guión sumamente cuidado desde el prologo hasta el plano final. Lo que Lumet muestra es un mundo sin moral donde el escape apenas está garantizado y los pecados se cobran o resucitan de maneras inesperadas, haciendo del pasado, el presente y el futuro parte del mismo eje.

En el largometraje hay dos hermanos en aprietos con necesidades de dinero, uno para preservar su estilo de vida y el otro para escapar del mismo. Digamos que Henry (Ethan Hawke) tiene problemas familiares y apenas puede sostener su cuota como padre de familia, ya que se encuentra divorciado. Su hija va a un colegio caro y necesita la mejor educación y, además, le debe cuotas a su ex esposa. Por otra parte Andy (Phillip Seymour Hoffman), el mayor de los hermanos, lleva una vida cara entre drogas y viajes para escapar de su rutinario trabajo que se torna cada vez más inestable debido a problemas legales, y sueña con escapar de esa vida junto a su esposa (Marisa Tomei). La salida de estos problemas es económica y es así que Andy planea un robo que, aparentemente, es perfecto y no habría victimas de por medio. Dos detalles: el negocio que van a robar está asegurado, por lo tanto la plata no se perdería y, por otra parte, el local es del padre de los hermanos. Sin embargo nada saldrá como se esperaba y todo ingresa en una espiral descendiente de la cual nadie sale sin ser afectado.

Todo esto suena a cliché pero contado con maestría puede ser una auténtica obra maestra, y eso es lo que hace Lumet. Más allá de que quizá algunos giros del guión sean arbitrarios o innecesarios, los cambios de puntos de vista son vitales en la trama y resignifican el hecho central del film: el robo a la joyería. Es notable encontrar relaciones dialógicas entre las diferentes secuencias, como ejemplo puede citarse la que es más significativa para el film, que es la que enlaza al prologo y el final a través del corazón de Andy, en el primer caso con el objeto de deseo (su esposa) y en el segundo caso con el objeto de opresión (su padre). Por otra parte hay un apartado técnico trabajado con una rigurosidad formal que nunca resulta apabullante o densa. Los paneos sostenidos y el zoom, trabajado con la minuciosidad necesaria para implicar la introversión del personaje, son algunas de las herramientas que emplea Lumet para enriquecer la trama. Otro elemento es la complejidad con que elabora el encuadre: algunos son sumamente simbólicos y, al cambiar el punto de vista, entregan una nueva perspectiva sobre el hecho, modificando a menudo la posición de cámara para enfatizar la relación de dominio entre los hermanos. Además esta el cuidadísimo trabajo de fotografía, haciendo hincapié en la iluminación directa sin resultar artificiosa, sino mas bien natural, conservando el aspecto metafórico que implica el trabajo de sombras sobre los personajes.

Por otra parte esta la actuación que es, sin lugar a dudas, memorable. El trabajo que realiza el elenco es sumamente cuidadoso, a menudo trabajando diferentes registros dramáticos y alternando tensión y distensión con absoluta naturalidad. Si hay un pico alto en esta película es Phillip Seymour Hoffman, quien entrega una actuación formidable alternando serenidad y violencia con fluidez, a menudo entregando auténticos tour-de-force que modifican la percepción que teníamos sobre el personaje desde el desenlace hasta el punto final del film: la secuencia en el auto junto a Marisa Tomei, acusando una situación como injusta, o el retorno al departamento donde habitualmente se drogaba, son momentos violentos y memorables donde el actor, literalmente, se devora la película. Ethan Hawk, otro gran actor, también logra momentos destacables, especialmente en aquellos en los que mantiene una relación de tensión junto al personaje de Hoffman, resaltando un patetismo genuino, sin caer en la caricatura. Marisa Tomei, en su papel ingenuo logra hacer de esa superficialidad algo ridículamente real, casi grotesco, y esta es su habilidad más destacable, aunque su papel no sea tan comprometido como el de los hermanos. Finalmente está el enorme Albert Finney (Charles) quien, en su papel como padre de los dos hermanos, se luce hacia el final en dos secuencias que son claves por la resonancia que tiene durante todo el film cuando se hace una relectura de los hechos: la observación que dirige hacia Henry y su escena final con Andy son momentos que, gracias al trabajo actoral, rememoran otras secuencias que guardan un particular parentesco con los actos de Charles.

Esta película es una espiral empinada que encierra un dramatismo y una violencia descarnada que habla del lado oscuro del ser humano como algo necesario, ineludible, casi predestinado una vez que decidimos escapar de lo que somos, generando una auténtica paradoja que no está lejos de ser real. Con el intenso leitmotiv de particular belleza que reserva la película para los momentos más importantes, casi puede escucharse en off la famosa frase de Nietzsche: “Aquel que lucha con monstruos, cuídese de no llegar a ser monstruo a su vez”.

9 puntos

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