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Leonera

Criaturas salvajes

Por Mex Faliero

Individuo, contexto, aprendizaje, familia, sangre. Todos estos términos entran en el cine de Pablo Trapero. Y la sangre entra en el primer plano del film. Son componentes indispensables de una sociedad, por lo menos como está constituida y entendida en nuestro pensamiento burgués. Y el director traza con Leonera una especie de nuevo paradigma, o por lo menos continúa sobre esa construcción ya pensada, partiendo desde el primitivismo. Los sentimientos de Julia (Martina Gusman, su mujer) son los básicos, los que le permitirán definirse o encontrarse mínimamente adentro de esa cárcel a la que fue a parar tras ser acusada del crimen de su pareja. El problema es que a veces la propia película se le torna un poco primitiva al director.

Veamos si no el crimen por el que es acusada la protagonista: encontró a su novio en la cama con otro y -supuestamente- lo acuchilló. Su vida al costado de la homosexualidad de su pareja es vista por la película como una especie de martirio. Su crimen, casi primitivo y reaccionario (no hay nada que nos haga pensar lo contrario), la pone en un lugar mucho más complejo: una cárcel de mujeres embarazadas, ya que Julia lleva en su panza el futuro hijo del difunto.

Que la película se llame Leonera, haciendo referencia a ese lugar de confinamiento, también evidencia un costado salvaje, de fiera encerrada, a punto de estallar. Pero lo que termina de construir esta especie de tratado sobre lo primal que reina en lo humano son las reacciones de los personajes, todos conscientes de sus actos pero tratándose de salvar por instinto, y la forma en que Trapero los pone en escena.

Por un lado tenemos a Julia, centro del relato y punto de vista desde el que todo se deforma. Primero casi a punto de esconder su embarazo, golpéandose su estómago en una escena realmente fuerte y luego, ya con su hijo Nacido y criado, defendiéndolo a uñas y dientes cuando la Justicia entienda que no es conveniente que el chico se críe en ese lugar. Trapero evita (por error o por decisión personal vaya uno a saber) mostranos el cambio de esa mujer. Esa sustracción funciona para descolocar al espectador, no hacer obvio un desarrollo y así enfrentarnos a ese primitivismo casi bestial que le surge al personaje a la hora de defender lo suyo. ¿Acaso no le pasa lo mismo al espectador cuando ve lo que ocurre?

En esta misma línea está Sofía (Eli Medeiros), la madre de Julia, quien se nota distante, pero a la vez con la necesidad de crear conexión con ese nieto que nace tras las rejas. Es el instinto maternal, y no otra cosa, el que acercará a estas mujeres. Otra vez lo primitivo. Leonera es la película más humana hecha  sobre el reino animal.

Y también tenemos a Ramiro (Rodrigo Santoro), el amante de la ex pareja de Julia, quien la visitará periódicamente en la cárcel, intentará acercarse y disculparse pero a la hora de defenderse no ahorrará bajezas y mentiras. “Me tengo que defender a mí, no a vos”, le dirá. El trabajo de Trapero hace que la frase suene como debe sonar y no a una mera hijaputez. Todo se entiende en esta selva.

Por último está Marta (Laura García), la mejor amiga de Julia, quien absorbe para el director todas las referencias carcelarias sobre el mundo intramuros. Y mediante ese cuerpo esmirriado explicita algunas verdades, relacionadas con lo sexual, totalmente alejadas del amarillismo con el que se suelen tocar estos temas en los informes televisivos. El lesbianismo de Leonera no es amor, y no tiene nada de malo que así sea. Es apenas necesidad, también instinto, urgencia, explicitación de deseos sin represión. Allí Trapero no juzga y hace lo que mejor sabe hacer: observar.

Tal vez el problema de Leonera sea que para que uno acepte esa construcción de lo primitivo tenga que bancarse que Trapero escamotee o manipule la información un poco a gusto y piacere: ¿por qué esos momentos entre Julia y Rodrigo? ¿No es un poco forzado el paso del desinterés al amor incondicional de ella hacia su hijo? ¿Por qué la relación entre la madre y la hija va fluctuando según la conveniencia del relato? Pareciera que muchas veces el director hace  cambiar a sus personajes porque la historia debe seguir en una dirección.

Y no inocentemente este texto se ha guardado la figura del hijo hasta ahora. Ese personaje, tan importante a simple vista para lo que Leonera quiere contar, se termina convirtiendo apenas en una excusa. Por un lado, su desconcertante desarrollo como personaje reafirma ese sentido primitivo que Trapero insinúa: no aparece su amor hasta que no existe algo límite; ahí, como en las familias, aparece lo que une, parece decir el director. Pero por otra parte, por qué el niño primero se mostrará desinteresado hacia su madre (en una escena clave donde la Justicia estudia cuál es la relación entre el chico y la madre) y luego volverá más compinche que antes. Estas desinteligencias del relato lo muestran algo maniqueo y demasiado deliberado, pensado en pos de la tesis argumental. Y si uno se pone a pensar lo que se juega de fondo, no deja de ser algo perverso.

Hace unos meses Desapareció una noche tocaba algunos temas similares y la conclusión a la que uno llegaba era un poco diferente. También lo era la construcción del relato y de los personajes. En aquella no había tantas certezas y la postura era más ética que moral. El inconveniente con Leonera, y lo que molesta de todo ese manejo que se tiene del personaje del hijo, es que aquí hay casi como una imposición emocional, podríamos decir que algo reaccionaria desde lo biológico.

El director no quiere dar muchas certezas, y eso está bien, pero el problema es que no justifica el relato algunos episodios y el trato indulgente que le da a Julia, cuando sería necesario hacerlo hasta por bien de ella. No se trata de cargar aquí solemnemente sobre el personaje femenino, pero ya que la película está evidentemente basada sobre su punto de vista, al que defiende, bueno sería que las cosas no fueran tan caprichosas. Y es estupendo que se acepte a un personaje irresponsable como a alguien a quien le asisten derechos, pero entonces no carguemos contra otros personajes. Por más que Trapero lo haga de manera sutil.

Más allá de estos elementos algo cuestionables está lo formal, y ahí el director se confirma como uno de los cuatro o cinco autores (Caetano, Burman, Martel, Szifrón -más allá de gustos-) con un mundo personal y capaz de recurrir tanto a lo popular (la música, que incluye un tema de Pitty Alvarez y da lugar a un gran momento del film) como a lo estético (planos secuencia notables, gran trabajo con el espacio y los cuerpos), que lo muestran como un director capaz de reencontrar al cine nacional con su público. Caprichos aparte, claro está.

7 puntos

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