«GET TO THE CHOPPA!»
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
La década que va de 1985 a 1995 fue una glorioso para el cine de acción, en la que se acumularon grandes películas y hasta obras maestras. Fueron años donde el género rápidamente aprendió las lecciones de ciertas películas cercanas y fundacionales –Mad Max 2 (1981), Escape de Nueva York (1981), Rambo (1982), Terminator (1984)-; consolidó iconografías, narrativas, estereotipos y lugares comunes; y se cristalizó, hasta llegar a la total autoconsciencia. En ese tramo, una figura fundamental es la de John McTiernan, que entendió todo antes que todos y dejó como legado un puñado de obras maestras, que lo colocan en un panteón difícil de alcanzar.
La primera de esas películas irrepetibles que nos dio McTiernan fue Depredador, que se estrenó en un año particularmente glorioso: en 1987 también llegaron RoboCop y Arma mortal, de Richard Donner y Paul Verhoeven, otros dos realizadores importantísimos para el género. Igual de relevante fue en ese momento Arnold Schwarzenegger, que también había realizado un rápido proceso de consolidación como estrella, a tal punto que ya tenía una incidencia propia, que rivalizaba con la de Sylvester Stallone. Y que, al igual que el protagonista de Rambo, había entendido que parte del camino de construcción de un estatus propio pasaba por involucrarse en la producción. Claro que Schwarzenegger había probado ser más efectivo: su elección de McTiernan a partir de su trabajo previo en Nómadas (1986) fue acertadísima, porque le dio las herramientas indicadas a un realizador que en ese momento estaba en estado de gracia, a tal punto que al año siguiente dirigiría nada menos que Duro de matar.
Quizás lo más llamativo de Depredador sea su estructuración narrativa, que le permite contar tres historias distintas fusionadas en una película de apenas algo más de 90 minutos. El primer tercio es un relato de profesionales en una misión donde las apariencias engañan (la supuesta operación de rescate es en verdad una de exterminio) y que está poblada de testosteronas, con cada personaje exhibiendo su masculinidad al palo. El segundo es una representación de la Guerra de Vietnam a través de la ciencia ficción, con un enemigo casi invisible, elusivo, que se fusiona con el terreno y aniquila a los protagonistas uno por uno, en una matanza calculada y cruel. El tercero es un enfrentamiento mano a mano, en el que entran en juego tanto la astucia como la fisicidad, y en la que colisionan la iconicidad tanto humana como alienígena. McTiernan balancea todas estas líneas dramáticas de forma extraordinaria, dosificando la información, reproduciendo el punto de vista del antagonista y creando dinámicas grupales, además de duelos físicos y éticos, con apenas unos gestos.
Sangrienta, imaginativa y políticamente incorrecta, Depredador es perfecta porque incluso se sobrepone a pequeños defectos, como una escena introductoria que revela demasiado del misterio posterior sobre qué es lo que acecha a los soldados, o una secuencia de créditos que parece salida de una sitcom. Y nos tira por la cabeza frases tan absurdas como emblemáticas, como “no tengo tiempo para sangrar”, dicha con cara de piedra por Jesse Ventura; o “Get to the choppa”, a la que el acento austríaco de Schwarzenegger le da una entidad irrepetible. Vale la pena preguntarse si en 1987 había consciencia de cuánta felicidad nos estaba entregando el cine de acción, con una vocación creativa sin límites.
Si disfrutás los contenidos de Funcinema, nos gustaría tu colaboración con un Cafecito para sostener este espacio de periodismo independiente:


1 comentario en «Depredador (1987)»