
MIRAR LAS ESTRELLAS
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Se estrenó la versión de acción en vivo de Cómo entrenar a tu dragón -que, por lo que tengo entendido, repite buena parte de las virtudes del original animado- y no viene mal recordar que los dragones son en el cine el equivalente mitológico a los perros y caballos. Es decir, criaturas nobles, capaces de deslumbrarnos o enternecernos con sus movimientos en la pantalla grande, y de constituirse en personajes con pulso propio frente a nuestros ojos. Por eso tampoco viene mal recordar una película algo olvidada, pero muy simpática y hasta conmovedora, como fue Corazón de dragón, posiblemente la mejor película de un realizador bastante mediocre como Rob Cohen.
Más que una de aventuras, Corazón de dragón es una buddy-movie, es decir, una historia de amistad entre dos seres que pueden disentir en un montón de cosas, pero que entablan un vínculo de afecto y respeto mutuo a partir de perspectivas y objetivos en común. En este caso, tenemos a Bowen (Dennis Quaid), un guerrero que, a pesar de su rectitud, supo estar al servicio de un rey malvado y cruel, y Draco (voz de Sean Connery), un dragón que es el último de su especie y que ya intuye que está en sus últimos días. Ambos son individuos descreídos y desilusionados debido a un mismo suceso, que fue el salvataje del hijo de ese monarca (David Thewlis), alguien en quien depositaron esperanzas de una posible entereza moral que luego se reveló inexistente. Ambos se unen un poco a la fuerza, montando inicialmente una especie de mascarada que explota el mito de los dragones como criaturas amenazantes y que les resulta beneficiosa a ambos. Hasta que esa farsa llega a su límite y los dos se encuentran frente a frente con su destino, al cual venían eludiendo con persistencia: el de enfrentar a ese príncipe ahora convertido en rey, que en el pasado los engañó y que en el presente se dedica a oprimir a su pueblo, en una confrontación bélica, pero también de valores.
El núcleo conflictivo de Corazón de dragón está relacionado precisamente con hacerse cargo de lo que uno es, de lo que puede ser y lo que debe ser. Draco y Bowen son, durante buena parte del relato, personajes que mienten a los demás, pero especialmente a sí mismos, porque no pueden aceptar el costo de los errores de juicio que cometieron. Esa actitud cambiará a partir de un contexto conformado por una galería de personajes secundarios -tanto buenos como malos- que los interpelará sobre su lugar en el mundo: desde esa muchacha rebelde encarnada por Dina Meyer, pasando por el cura guerrero interpretado por Pete Postlethwaite, ese rey repugnante que compone Thewlis y la madre de este, consciente y arrepentida de la maldad que engendró, a la que Julie Christie le aporta la dosis de credibilidad justa. Todos ellos están perfectos, pero las palmas se las llevan Quaid y Connery: el primero por la honestidad y compromiso que transmite a cada minuto, el segundo por un trabajo de voz magnífico, que lleva a que percibamos a Draco como un ser cautivante y querible a la vez.
Es cierto que Corazón de dragón es de esas películas pequeñas donde los buenos elencos hacen que podamos pasar de largo algunos desniveles en la narración y la puesta en escena. Pero también es verdad que Cohen conduce aquí la historia con un pulso muy certero, con un timing preciso que alterna entre la ligereza y la solemnidad. Eso le permite contar algunos eventos terribles -por ejemplo, el personaje de Thewlis mata a sus dos padres casi sin dudarlo- sin recurrir a golpes bajos, encontrar grandes momentos humorísticos (la última estafa que quieren montar Bowen y Draco, que sale mal por un fallo de cálculo ridículo) y arribar a una clausura totalmente redonda. Allí, hay una frase que aconseja mirar “a las estrellas” que posee una enorme carga de sentido y que nos deja con un nudo en la garganta. Corazón de dragón es de esas películas chiquitas, pero muy sólidas, con un uso sabio y pertinente de los efectos visuales, que son capaces de quedar en la memoria del espectador como experiencias de disfrute y emoción. Hoy a la noche volveré a mirar a las estrellas, esperando que Draco brille para guiarme.
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