
LAS VIRTUDES DE LA DESMESURA
Por Guillermo Colantonio
En 1960 se produce otra clase de milagro en Italia. Ese año se estrenan La aventura, de Michelangelo Antonioni, La dolce vita, de Federico Fellini, y Rocco y sus hermanos, de Luchino Visconti, película que nos convoca para la ocasión. Alguno, utilizando la jerga gastronómica, podría decir con total justicia “cerrame la ocho”.
Rocco y sus hermanos conserva la fuerza dramática de entonces. A partir de esa imagen inicial antológica del tren que llega de Lucania a Milán, todo comienza a expandirse a la manera de una novela decimonónica. Una idea inicial, vaga e imprecisa, con esa madre y sus hijos en busca de una oportunidad laboral en el norte del país (y que todavía está arraigada a la fuerza emocional del neorrealismo), se desarrolla y se expande hasta alcanzar un desenlace operístico y trágico. Visconti, en un momento bisagra, da forma a su poética, condensando todos sus intereses estéticos, ligando el teatro con el cine, exorcizando, incluso, sus dilemas con el marxismo y el otro milagro en Italia, el económico. El resultado es una obra descomunal.
La exacerbación barroca en contacto directo con la realidad es el punto de llegada, la expresión culminante en Rocco y sus hermanos, una crónica familiar que comienza con el arribo a Milán de una madre con sus hijos para encontrarse con el otro hermano, Vincenzo Parondi, a punto de casarse con Ginetta (Claudia Cardinale). El arribo no resulta como se esperaba y los hermanos deberán ganarse la vida como pueden en una ciudad donde no sólo no encuentran una estabilidad económica sino que padecen fuertemente el contraste con su lugar de origen en el sur. La problemática de un país con dos mitades enfrentadas es el marco para construir un fresco de historias particulares signadas por la fatalidad, “un drama de nuestra sangre, de nuestra carne” como refería Visconti en aquellos tiempos de creatividad febril.
Los hijos le deben todo a su madre. En ese ser no sólo están incluidas miles de madres italianas sino las heroínas trágicas de grandes clásicos de la literatura, la ópera y el cine. El padre ha muerto y lo que queda es la odisea de esos jóvenes enfrentados a los prejuicios y a sus propios fantasmas, obreros meridionales recibidos como pequeñas bestias impulsivas en la urbe industrial, aislados moralmente y atravesados por el hambre, la miseria, habitando pequeños lugares, donde se amontonan como pueden. Entre ellos, Rocco (Alain Delon), un ángel de cara sucia, la ilusión de un pilar que pronto se derrumbará en su intento por mantener unida la familia, sobre todo ofreciéndose en sacrificio para salvar al otro ángel caído, Simone (Relato Salvatori), ciego en su afán de poseer a Nadia (Annie Girardot) y presa del mundo del boxeo, con sus turbios manejos. Campesinos olvidados de la lejana Lucania, perdidos como extranjeros en su propia patria, fáciles objetos de explotación que, en el mejor de los casos, se perderán anónimamente en las serpientes de cuatro cabezas que representan las grandes fábricas, como Alfa Romeo. Ése es el destino posible, aún para quienes tienen aspiraciones de avanzar estudiando, como Ciro Parondi (Max Cartier).
Visconti da vida progresivamente a estas historias de vencidos, narra sus adversidades en el contexto de una sociedad donde prevalece el rendimiento y la competencia. Es una mirada ambiciosa porque en el terreno de la tragedia nadie se anda con chiquitas. Y si bien el tratamiento es realista, lo que predomina es una actitud ejemplar que se eleva por encima de estos destinos para dar cuenta de la caída moral de lo que alguna vez fue una civilización. El crimen es el inevitable resultado de la expulsión del milagro de aquellos que han quedado desfasados y sumidos en la desesperación. De allí el exagerado llanto de Rocco, un pedido de clemencia, un grito que resume el sentido trágico de la existencia (el de Gramsci, el de Dostoievski, el de Thomas Mann, entre otros) en ese Milán que ya no es el de la infancia aristocrática de Visconti, sino el de los suburbios y las casas donde se apilan personas.
Para sumar dramatismo y violencia, aparece el boxeo, un horizonte difuso de posibilidades, de búsquedas desesperadas en una época donde los principales campeones pugilísticos provenían del sur. Las peleas son dentro y fuera del ring mientras los bloques narrativos se focalizan en los diferentes hermanos. Pese al carácter genérico de sus comportamientos y esa especie de destino inevitable, hay en ellos matices que los diferencian en el libre albedrío. Simone, el hermano criminal, sentimental, apegado a la madre, pero condenado a arrebatos de violencia destructiva; Rocco, el hermano tímido, el que más evoluciona a fuerza de golpes y decisiones, arrastrado por el halo fatalista que envuelve a la familia; Vincenzo, el hermano moderado, el que ha intentado cortar las alas prematuramente para casarse y formar su propio hogar; Ciro, el chico que quiere progresar, el que estudia y desarrolla una personalidad al estilo de la burguesía media, el que tomará una decisión crucial; por último, Luca, el más chico, quien vive los acontecimientos como testigo, corriendo entre sus cuatro hermanos y la madre.
Y también entre ellos Nadia, la mujer que ha estado presa, a quien se le prohíbe acceder al amor y quien es mirada como prostituta. La violencia discriminatoria del orden patriarcal en la que todos parecen estar de acuerdo, excede los rasgos xenófobos del norte hacia el sur. Contrariamente al personaje de Cardinale, Annie Girardot es mujer que transita la vida como piedra rodante y porta una fascinante mezcla de angustia y de melancolía, y será el chivo expiatorio del machismo diseminado en todos los frentes. Ni siquiera Rocco, el personaje más sensible y complejo espiritualmente, puede escapar a ello, dado que su autocastigo es producto de considerarse culpable ante Simone por haberle sacado a su novia. Rocco y Nadia son los móviles que utiliza Visconti para exacerbar el sacrificio individual, con el aura de la pasión operística. La vida y el boxeo, dos rituales del dolor vinculados a la tragedia, unidos en una maravillosa secuencia final donde el montaje paralelo y los sucesos narrados evocan a Carmen de Bizet.
Rocco y sus hermanos, con toda su desmesura, con su afán novelístico y su potencia cinematográfica, es una obra maestra que conjuga lo individual y lo colectivo, el realismo con el melodrama, lo profano y lo sagrado, y por eso nos dejará siempre insomnes con su patológica belleza.
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