Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Dijimos previamente que la primera temporada de La diplomática casi no paraba, incluso cuando parecía tomarse un respiro. En esta segunda entrega, esa sensación se mantiene, a pesar de algunos pasajes que son un poco más reflexivos, como si la serie quisiera tomarse un tiempo para pensar lo que les pasa a sus personajes -y especialmente a su protagonista, Kate Wyler (Keri Russell)- con las decisiones que toman. Vale recordar que la primera temporada había terminado con una gran explosión que dejó los destinos de Hal Wyler (Rufus Sewell), el esposo de Kate, Stuart Heyford (Ato Essandoh) y Ronnie (Jess Chanliau) bajo un enorme interrogante, con el Primer Ministro del Reino Unido (Rory Kinnear) como principal sospechoso. La creación de Debora Cahn retoma todo y procede a avanzar en un juego de misterio y apariencias donde a cada rato hay giros que alteran las percepciones y posicionamientos previos. Ahí vuelve a ser clave el accionar de Hal, con todo su conocimiento, experiencia e influencia, pero también sus ambiciones desmedidas, su moral algo retorcida y su ambivalencia ideológica. Uno de los conflictos de fondo ese lazo errático entre Hal y Kate, cómo se repelen y unen de acuerdo a las circunstancias, además del hecho de que él, por más que ella quiera negárselo a sí misma, es el faro al cual nunca puede dejar de mirar. Los momentos que mejor reflejan esa dinámica afectiva entre ambos, ese amor y necesidad del otro que convive con el odio, son los más íntimos o en los que surgen los pequeños gestos, como ese donde Kate calma a Hal cuando percibe que él está alterado por los fuegos artificiales en una fiesta. Pero también aparece en escena Grace Penn (Allison Janney), la actual vicepresidente, que en buena medida funcionará como un espejo ético para Kate, aunque progresivamente ese espejo se irá deformando. Con el correr de los episodios, Penn se irá convirtiendo en la verdadera antagonista, alguien convencida de las razones que impulsan sus actos, pero que por eso mismo chocará inevitablemente con Kate y Hal. Con ese choque estratégico y político en primer plano, Eidra Park (Ali Ahn) y Stuart quedan un poco relegados en la trama, aunque la serie les regale un puñado de buenos momentos. Pero la temporada 2 de La diplomática se reserva lo mejor para el final, que se las arregla para sacudirnos aún más que el cierre de la primera entrega. Lo que ocurre es un verdadero game changer, un giro de 180° que amaga con poner a la historia más lejos de Homeland y The West Wing, y más cerca de House of cards, aunque todavía no está claro qué rumbo concreto tomará la narración. Lo cierto es que queda claro que La diplomática no teme quemar puentes y poner a sus protagonistas en lugares complicados desde todo punto de vista. Y que eso lleva al espectador a cuestionarse las implicancias de todo lo visto previamente. Habrá que ver si la tercera temporada estará a la altura de la voluntad por sorprender que ha exhibido la serie hasta el momento. Y si lo logrará sin resignar el equilibrio entre el movimiento y la reflexión.
-La segunda temporada de La diplomática está disponible en Netflix. Ya fue renovada para una tercera temporada.
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