
Por Mex Faliero
NdR: este texto tiene spoilers.
Esta tercera temporada de El encargado llegó con algunas novedades. La primera, y muy significativa, es que ahora la serie estrena un capítulo por semana, lo que inhabilita esa ansiedad contemporánea del maratón, pero a su vez le da mayor vida en ese ámbito de discusión -también contemporáneo- que son las redes sociales. Y uno supone, además, que eso permite que la información de cada episodio respire de otra manera y precise de otros tiempos. Sin embargo la más interesante y profunda de las novedades tiene que ver con el tono de la temporada, que se aleja lentamente del humorismo costumbrista que alumbraba sobre todo la primera temporada y hace un viraje hacia un lugar más interesante: el Eliseo de Guillermo Francella se va definiendo como un villano, una suerte de psicópata al que (insistimos) le falta algún asesinato para terminar de conformar su psicología, aunque estimamos que eso terminaría por alejar al personaje del público. Y no creemos que Mariano Cohn y Gastón Duprat, los creadores, tengan esa intención porque hay en ese vínculo entre personaje y público una mirada moralista y altanera compartida, muy propia de la obra de los autores, y que sostiene el éxito de El encargado. La tercera temporada comienza con algunos pasos en falsos, como ese congreso de encargados de edificio al que Eliseo concurre, aunque eso da el puntapié para lo que será el tema de estos siete episodios: la puesta en marcha de un emprendimiento que intenta quedarse con el control de todos los edificios del barrio, todo muy en plan Pinky y Cerebro (tal vez Pinky sea el Miguel de Gastón Cocchiarale). La temporada tiene varios de esos momentos cómicos miserables e innecesarios, muy propios de la serie, por ejemplo todo lo que ocurre con la ex de Eliseo (Claudia Fontán) o lo del mal aliento de un conocido escritor que se instala en el edificio (Benjamín Vicuña), que no hacen a la trama central y sólo sirven para ver cuán ruin puede ser el protagonista. Pero más allá de esos vicios autorales, hay que reconocer que cuando la trama se tensa alrededor de lo que importa (las microvenganzas de Eliseo contra sus rivales), la serie logra algunos momentos de suspenso y disparate que funcionan muy bien (más allá de la suspensión del verosímil al que nos convocan, por ejemplo ¿cómo es que el protagonista monta ese emprendimiento?). Claro que la clave aquí es el último episodio, uno que por momentos parece sostenerse más en el peso de las revelaciones (revelaciones no tanto de información, sino de dónde transcurre la historia), lo que termina de sellar la relación evidente que hay entre la serie, su público y la grieta política del país. Pero, también, porque parece tirar la moneda hacia un lugar mucho más disparatado, con los encargados convirtiéndose en una suerte de logia más cercana al relato del cómic que al de la micro-miseria argenta que pretende ser. Si El encargado logra salirse de esa necesidad de acotaciones al pie sobre lo argentino y se convierte en una fantasía absurda que trascienda lo coyuntural, tal vez dé un paso al frente. También, es cierto, habrá que ver si su espectador cautivo acepta la apuesta.
NdR: las tres temporadas de El encargado se encuentran disponibles en Disney+.
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